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jueves, 30 de abril de 2020

Casas vacías. Brenda Navarro


     "Daniel desapareció tres meses, dos días, ocho horas después de su cumpleaños. Tenía tres años. Era mi hijo. La última vez que lo vi estaba en el subibaja y la resbaladilla del parque al que lo llevaba por las tardes. No recuerdo más. O sí: estaba triste porque Vladimir me avisaba que se iba porque no quería abaratar todo. Abaratar todo, como cuando algo que vale mucho se vende por dos pesos. Ésa era yo cuando perdí a mi hijo, la que de vez en cuando, entre un conjunto de semanas y otro, se despedía de un amante esquivo que le ofrecía gangas sexuales como si fueran regalos porque él necesitaba aligerar su marcha. La compradora estafada. La estafa de madre. La que no vio".

     Tras la recomendación de varias personas dentro y fuera de las redes, finalmente me decidí. Hoy traigo a mi estantería virtual, Casas Vacías.

     Una madre sin nombre pierde a su hijo en el parque. El niño tiene tres años y ahora ella se queda desolada con una niña que no es suya a la que mira lamentando por qué la perdida no fue ella. En otro lugar una mujer maltratada por su pareja espera ser madre de una niña como si fuera el mejor regalo del cielo. Solo que no es madre. Por eso entra a un parque y se lleva a un niño de tres años con ella. El niño es Daniel. Autista.

     Casas Vacías es un libro de desgracias, de mujeres de vidas complicadas o de vidas complicadas que le suceden a mujeres. Vertebrando la historia en el niño raptado conocemos a dos mujeres opuestas. La primera, la madre, la de la vida sencilla con pareja y amante, la que recibió a una niña huérfana en su casa y al perder a su hijo le quedó en herencia resentida ser madre postiza, la mujer que jamás se perdonó, la que tuvo dos hijos en realidad. De otro está la mujer humilde que siempre soñó con ser madre de una niña, o al menos lo soñó desde que su entorno se llenó de niños, la mujer maltratada que todo soporta, la que busca su sueño, la que rapta al niño para llevarlo a su casa. Esa casa que el lector concibe como un infierno. Y de una a otra Navarro nos relata su historia que es mucho más que eso. Nosotros sabemos todos los nombres, los de ellos. Ellas pasan por las páginas sin identificarse, o tal vez mostrando que una vida da más significado que un nombre. Y aquí hay muchas vidas difíciles, algunas incluso, como la de la madre de Nagore, se perdieron en el camino. Pero volvamos a los nombres. Sabemos que Vladimir y de Fran, sabemos de Daniel, de Leonel... de ellas conocemos a Nagore. La niña que crece pensando que debió de ser ella la desaparecida, a la que incluso se lo dicen, aunque luego la abracen. La niña sin padres y acogida es la única que parece haber encontrado una casa, aunque su casa también esté vacía desde que Daniel desaparece... De todas las mujeres, de todas las historias, de todos los lugares, Nagore es la única que se hace fuerte. Quizás por eso Casas Vacías no es solo una historia de maternidad sino que va mucho más allá. Es cierto que la maternidad es importante, sin ella no hay novela, y que sentimos la angustia y el miedo y también las expectativas que las protagonistas le ponen al término. Pero es el miedo lo que sobresale en la historia, la asfixia, la angustia derivada de frases sinceras y desnudos de palabras que nadie dice jamás. Y eso en una primera novela.
"Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizarnos desde antes de nacer".
     Siendo una historia corta la densidad de sentimientos a los que es sometido el lector provoca una lectura pausada y, si bien he tenido algún tropiezo idiomático, no ha sido un problema a la hora de disfrutar de la historia. Aunque disfrutar en este caso tal vez no sea el término más adecuado. Y es que es complicado salir ileso de la lectura de Casas vacías.
     "Mejor no hubiera llegado Leonel a nuestras vidas. Mejor se hubiera puesto a llorar muy fuerte cuando debió hacerlo y no después, ya de camino. Yo era la mujer de la sombrilla roja que se subió al taxi cuando empezó a haber alboroto en el parque. Claro que lo abracé mientras lloraba, pero es que lloraba mucho (...)".
     Casas vacías es una novela de una fuerza descomunal. Apuntemos el nombre de Brenda Navarro. Y leamos.

     Es evidente el drama de la historia y yo os pregunto, ¿sois lectores de drama?

     Gracias.

miércoles, 29 de abril de 2020

Una vida sin fin. Frédéric Beigbeder



     "La vida es una masacre".

     Hacía mucho que no me acercaba a este escritor. Supongo que sus temas no me habían llamado la atención hasta que apareció la inmortalidad seguida de las palabras "esto no es un libro de ciencia ficción". Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Una vida sin sin.

     Conocemos a Frédéric, un famoso televisivo que cuenta el éxito en función de su cuota de audiencia y es capaz de tener una erección provocada por los likes en su página de Facebook. Cuando llega a la cincuentena comienza a ser consciente de que ha pasado el ecuador de su vida y eso provoca que el en otro tiempo juerguista comience a preocuparse por la muerte. Y a desear la inmortalidad.

     En su nueva novela Beigbeder habla en primera persona utilizando a un alter ego que lleva su mismo nombre. No es la única similitud, ya que ambos comparten, por ejemplo, edad. Además se da el caso de que para escribir este libro el autor realiza los mismos viajes, a las mismas ciudades y habla con los mismos médicos que le exponen las ideas que son presentadas en la novela. Así pues, tal y como el autor nos avisa, esta no es una novela de ciencia ficción. Más bien es casi lo contrario porque si algo ha preocupado al ser humano desde hace años es su bienestar y su indiscutible mortalidad. La sociedad avanza, la medicina avanza, pero desde el mismo día en que nacemos, un contador se pone en marcha y cada día más es un día menos para que la muerte llame a nuestra metafórica puerta. Es evidente que el recorrido es cada vez más largo y, mientras que hace años la gente se moría con treinta años, ahora a los que hasta no hace mucho se les hablaba de la crisis de los cuarenta les dicen cuarentañeros y la crisis de los cincuenta es mucho más habitual. Y por ahí es por el lugar que pasa el protagonista de esta novela narrada en primera persona por un hombre de éxito que ve como tiene pequeños dolores, un poco de barriga y un hígado graso en un primer reconocimiento antes de decidir que él, al contrario que alguno de sus conocidos, no piensa morirse.
      La primera persona utilizada a modo de confidencia es todo un acierto y el lector, independientemente de su edad, entiende la cultura del like, los excesos y las juergas y, esto ya si que va a depender de la edad, como el las agujetas y las resacas aparecen cada vez antes y se quedan durante más tiempo a medida que una persona va cumpliendo primaveras. Así las cosas y tras ese primer reconocimiento, el protagonista comienza un viaje junto a su hija para buscar a alguien que sea capaz de realizarle una eutanasia a la muerte. Ginebra, Viena, Los Angeles, Nueva York... varios serán los destinos de este viaje en el que comenzará un acercamiento con su hija, encontrará una nueva esposa con la que tendrá otra hija, le hablarán de transfusiones más que dudosas, de ejercicio y dieta sana y de alguna que otra terapia más complicada y en el que hará su aparición Pepper, un robot de compañía.

     Beigbeder no esconde un trasfondo casi filosófico sobre la futilidad de la vida, el deseo de la vida eterna y también sobre si eso es en realidad deseable, pero lo hace con un tono que es incluso jocoso a grandes ratos que proporciona una lectura amena y relajada sobre algo tan aparentemente serio. Y ese es el gran punto fuerte de la novela; la disfrutas, te ríes, te informa, opinas, le hablas al libro cuando te resulta interesante y también cuando aparece una sandez. Conversas con él. Y eso es algo poco común.

     Una vida sin fin me ha parecido una novela amena y divertida sobre una pequeña crisis existencial y la búsqueda del Santo Grial por parte de un hombre en plena cincuentena que descubre que los días que pasaron tal vez sean más que los días que vendrán.

     Y vosotros, ¿cuál es la última novela que os ha divertido?

     Gracias.

martes, 28 de abril de 2020

Blanco. Bret Easton Ellis


     "En algún momento de los últimos años, y no puedo precisar cuándo exactamente, una irritación vaga pero casi abrumadora e irracional comenzó a acosarme hasta una docena de veces al día. Dicha irritación nacía de cosas tan aparentemente nimias, tan ajenas a mi campo de referencia habitual, que me sorprendía tener que pararme a respirar hondo para desarmar un fastidio y una frustración que se debían a la tontería de otros: adultos, conocidos y desconocidos en las redes sociales que exponían sus juicios y opiniones apresurados, sus preocupaciones sin sentido, siempre con la inquebrantable certeza de tener razón".

     Nunca he faltado a una cita con Ellis. Más allá de lo que cuenta me gusta cómo lo cuenta, y eso se ha mantenido así independientemente del momento y el título. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Blanco.

Hombre blanco privilegiado. Ese iba a ser el título original del libro. Supongo que al final decidieron rebajar su carga al reducirlo a blanco y es que, si el autor es Bret Easton Ellis, es muy fácil caer en la tentación de vender la simple provocación.
     En esta ocasión y tras nueve años alejado de las librerías, que no de la polémica, Ellis se ha decantado por un libro autobiográfico en el que desgrana una infancia rápida marcada por unos padres que no aplicaban restricciones, para entrar en su época universitaria y avanzar a partir de su primera novela, Menos que cero, cuyo éxito le pilló totalmente desprevenido. A partir de ese momento y siempre según sus memorias, su vida ha estado marcada por las etiquetas. Como él mismo dice, o su obra gusta u horroriza, y no hay opción a puntos intermedios. Ellis nos regala en su Blanco constantes alusiones al cine y a la música que nos recuerdan a cómo se articulaba American Psycho y también a su fama de provocador.
     Es cierto que el libro tiene un punto provocador, posiblemente más en los momentos en los que menos lo pretende, como por ejemplo cuando habla de la opinión pública actual sobre los gays y cómo el hecho de intentar normalizar por la fuerza algo que ya debería de serlo, no es otra cosa que una forma de represión a la hora de hablar en público como lo haría junto a su círculo de amigos. Según Ellis, algo está aceptado y normalizado siempre y cuando te atengas a las normas de lo que se considera aceptado y normalizado. Y las normas nunca han ido con él. Sin embargo, a medida que uno avanza y lee la autovisión del autor sobre sí mismo descubre que quizás ya se haya convertido en aquello que tanto ha criticado y es en lo que su primer título de la obra prometía, un hombre blanco privilegiado. Y es que Ellis, que afirma no haber votado a Trump como muchos supusieron en su momento, es demasiado autocomplaciente en un libro cuya capacidad para señalar aquello que no le gusta es la marca de agua de cada página. Son los demás los enfurecidos, los intolerantes o los que se calientan dejándose llevar por una ideología. Ellis se presenta como la voz de la razón. Él no es politólogo ni vota porque nadie le convence, él no sigue ningún discurso en particular, pero nadie se lo puede criticar ya que, a poco que pensaran, verían que es lo adecuado. Su postura es la racional y nadie discute seriamente a la razón. Eso lo lleva a mirar con cierta indulgencia los comportamientos que le rodean, incluso cuando se disculpa.
     Para los amantes de las letras de Ellis el libro tiene el inconfundible atractivo de hablar de su obra anterior, incluida American Psycho, así como una pequeña relación de comportamientos ante sus publicaciones. Ellis dice que pocos han sido tan criticados como él, que si un libro suyo no gustaba a un crítico, éste no se limitaba a dejarlo pasar, al contrario, sus palabras eran dardos lanzados con una suerte de regusto por parte de quien afilaba la pluma. Y yo me pregunto si no sigue siendo esa la imagen que se quiere dar del que hoy es un hombre de mediana edad, con una sólida posición económica y una pareja dos décadas más joven que poco a poco comienza a considerarse una vieja gloria y tal vez por eso de vez en cuando agita tuiter con alguno de sus comentarios. Comentarios que, al juzgar por el prólogo de su último libro, habrán de quedar un tanto aplacados tras la purga de ira que ha realizado el autor.
   
     Por último señalar como particularmente interesante las divagaciones sobre la tecnología y su impacto en nuestras vidas y que van desde la relativización de aquello que de repente se pone a un click de nuestros ojos, hasta la cultura del like. La valoración, la necesidad de "gustar" en las publicaciones o de al menos obtener una reacción y también la tiranía del entendido que se cree capacitado para valorarlo todo y la venganza de quien hasta hace poco solo podía ser valorado.

     Blanco es un libro interesante en la medida en que nos lo parezcan las opiniones de su autor. Comenzaba diciendo que me gusta cómo escribe Ellis, y ese ha sido un placer añadido para una lectura cuyas opiniones he compartido o no pero que, al igual que la mayoría de su obra, me ha mantenido más que entretenida.

     Y vosotros, ¿os quedáis en la ficción o también os adentráis en el terreno de lo personal?

     Gracias.

     "No convirtamos todo lo que escribo en una suerte de advertencia al público".

lunes, 27 de abril de 2020

Vidas escritas. Javier Marías


     "Quiere la leyenda cursi de la literatura que William Faulkner escribiera su novela Mientras agonizo en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones, a saber: mientras trabajaba de noche en una mina, con los folios apoyados en la carretilla volcada y alumbrándose con la mortecina linterna de su propio casco polvoriento. Es un intento por parte de la leyenda curso de hacer ingresar a Faulkner en las filas de los escritores pobres y sacrificados y un poquito proletarios".

     Los lectores tenemos un punto cotilla que nos lleva a querer saber más sobre nuestros escritores favoritos, conocer sus historias, las historias detrás de sus historias. Hoy traigo a mi estantería virtual, Vidas escritas.

     Durante unos días, semanas en realidad, hemos vivido un mundo tan extraño que no he querido entrar a formar parte de las lecturas del/para/por confinamiento. Ahora que poco a poco se reanuda, volvemos.

     Vidas escritas es un librito que ya tiene su tiempo en el que el autor nos revela datos sobre otros escritores ya famosos y casi a modo de artículos mezclados con la revista Hola! Aquí podemos ver, por ejemplo, la misantropía de Faulkner, la tendencia a quemarse de Joseph Conrad, la terrible infelicidad que aquejaba a James Joyce o como Lampedusa era la imagen constante de un caballero unido a una bolsa llena de libros y chucherías. Nos explica que Thomas Mann opinaba que todas las novelas eran un coñazo y, esto según el propio Marías, dan buen ejemplo las suyas. aunque también nos cuenta en el libro que en cambio el escritor llevaba unos diarios que hacen pensar que creía que su figura sería importantísima en el futuro y su vida digna de estudio por algún tipo de eruditos.
     Junto a estos Marías pone a otros muchos y nos habla de reuniones entre escritores. Aparecen Lowry o du Deffand, Kipling el ermitaño y un puñado de mujeres a las que coloca juntas en la última parte del libro, posiblemente olvidando que antes de eso ya había aparecido la Baronesa de Blixen, creando una desconcertante sensación al lector.

     Veinte escritores que el autor pretende acercarnos mediante anécdotas que son muy válidas como tales, pero que no otorgan la sensación de un libro más allá de lo que las anécdotas vacacionales de unos amigos no son como un verdadero viaje. Sin embargo, la curiosidad del lector por lo que rodea a la creación literaria, a los escritores y a su obra, han hecho de este tipo de libros un producto de agradable consumo al que llegamos con bastante curiosidad. Prueba de ello fue el libro Empiezo a creer que es mentira, escrito por Carlos Mayoral siguiendo esta misma premisa y recibido con bastante entusiasmo por los lectores empedernidos.

     Vidas escritas es un libro entretenido para leer a ratos y así mantener la curiosidad por la anécdota en lugar de cansarnos de ellas. Solo de este modo se puede disfrutar de un producto así.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

lunes, 6 de abril de 2020

Malasangre. Michelle Roche Rodríguez


     “El cielo sangraba torrentes de agua aquella tarde infausta cuando un amigo de mi madre llamado Héctor Sanabria vino a verla para ofrecerle la posibilidad de una concesión petrolera. Corría el año 1921”.

     Tras un paréntesis necesario, aquí estoy otra vez para mostrar mis lecturas. Y empiezo con un libro cuyo título me encantó. Hoy traigo a mi estantería virtual, Malasangre.

     Conocemos a Diana cuando nos cuenta su historia. Para ello se remonta a la época en la que tenía 14 años y descubrió que sus deseos de sangre eran cada vez mayores. No era una asesina, no, lo que le llamó su madre fue hematófaga antes de explicarle que es como su padre, producto además de relaciones previas a su matrimonio. Diana crece con esa palabra marcando su vida, con la guía de un padre que quiere poder y al que tal vez pueda servir y en un momento en el que Venezuela está empezando a descubrir que la sangre de su tierra es de color del petróleo.

     Estaréis pensando ahora eso de "vampiros en Venezuela", que os veo. Pero os voy a situar. En los años veinte Venezuela había pasado de revuelta en revuelta y tenía una dictadura en el poder. Además comenzaba a abrir los ojos a algunas cosas del modo de vida norteamericano, como el capitalismo. Venezuela tenía petróleo y se empezaba a hablar del dinero. De hecho, el padre de Diana tiene una empresa crediticia no demasiado bien vista ni siquiera por su esposa. Pero, como dice la hija de ambos, qué vas a esperar de la hija de un apostador. Y es que lo más interesante de esta novela el su entorno. Con Roche descubrimos un país en el que los hombres mandan y las mujeres obedecen, se emocionan cuando los ven llegar y el conservadurismo, al menos en las clases en las que se mueve el libro, es la norma imperante. Raro es que una mujer casada, en ausencia de su marido, reciba otra visita que no sea la del cura local. Y aquí entra el vampirismo, marcado por la lujuria, y que la autora marca además, por una transgresión social ya que incluso desde su juventud, la protagonista lo critica con fiereza. Esta situación de vampirismo marcado por la sociedad se ve reflejado una y otra vez. No solo por la tremenda representación de la inestabilidad política de un país en la que los trepas, la crueldad y los favores están a pie de calle, sino también en los mismos mordiscos. Se pregunta en un momento dado Diana si morder a Juancho no será tener la sangre de poder, y lo compara con el petróleo, una sustancia que nunca le ha gustado y a la que ha identificado ya con la sangre del diablo.
     La novela arranca con una frase cargada del gótico más puro y la mezcla con la situación que refleja, punto que mantiene a lo largo de la narración. Y lo hace además con una serie de imágenes fuertemente visuales. El lector llega sin tardar a la situación en la que Diana muerde a una visita y su madre decide que lo mejor que puede hacer es ponerle un bozal. Descubre el lector entonces que se toca los dientes igual que la chica, y eso le prepara para todo lo que vendrá después sin que ello signifique que la protagonista sea víctima de nada. Aprende, simplemente.

     Resulta llamativa la mezcla de personajes reales e imaginarios en una novela vampírica, y que se haga manteniendo las formas de la novela de género. Diana de hecho lee Carmille y ve cine sobre vampiresas gracias a la amistad con un hombre cuya naturaleza lo hace incluso más llamativo que la de la joven y su padre. Y me quedan mil cosas que contar, como la facilidad con la que un padre pone la boda de su hija sobre la mesa de juego, ya sea apostando o de negocios, y como la hija ni lo acepta ni se niega ya que lo ve natural. La solución al problema, dice la madre conservadora, ha de ser un convento, y la salida de una joven de una familia de bien tal vez sea estudiar algo de chicas, como magisterio. Tiene muchos puntos que comentar, y también mucha sangre que beber esta novela de Michelle Roche.

     Malasangre me ha gustado. Está escrito para ser leído y uno avanza sin siquiera darse cuenta sin importar si el tema del vampirismo le interesa o no, porque la autora va más allá de la novela de género habitual. Ha sido un descubrimiento, y repetiré. Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.