Cada vez hay más libros sobre gatos, o eso o yo me fijo más. Pero cuando pienso que es cosa mía recuerdo a un librero que conozco y que afirma que si en un libro sale un gato, vende más. Hoy traigo a mi estantería virtual, El gato que venía del cielo.
Tenemos un matrimonio japonés, sin hijos, y que trabajan en la edición y corrección de textos. Y que además, no tienen hijos. Tenemos un vecindario desde el que nos relatan la historia y a Chibi, un gato que decide empezar a visitar a este matrimonio y que poco a poco, pese a su carácter austero, se va haciendo un hueco en su hogar minuciosamente detallado por la mujer.
Bien, hay que decir que no es exactamente un libro sobre un gato. Cierto es que Chibi entra en la vida de los protagonistas y les da alegrías (y un mordisco) y se convierte en una parte importante de este matrimonio que poco a poco lo considera como suyo. Además Chibi es un gato independiente que se pasea por donde le place y visita incluso al narrador fomentando relaciones. Chibi, en definitiva, cambia vidas. Y por eso el libro trata de la soledad, del individualismo aislante que cada vez es más común, y de la rivalidad por la atención. Porque Chibi no es un gato vagabundo. Tiene como dueños a unos vecinos de nuestra pareja y hay un momento en el que parece todo una competencia para saber a quién quieres más, si a papá, o a mamá. También es una manera de conocerse y de expresar sentimientos que, hasta la llegada del gato, ni siquiera sabían que existían. Y es que Chibi es muchas otras cosas además de un gato.
Sucede en la novela que un anciano muere y su esposa decide vender los terrenos que ha heredado de su marido. Y estos son donde viven nuestros vecinos. Esta es la excusa para ampliar la crítica de lo personal a lo social cuando el autor explica que el precio del suelo en Japón no es apto para personas normales. Hecho que coincide con la marcha del gato. Y hasta aquí os cuento porque son poco más de cien páginas y he desgranado, a mi parecer, demasiado del argumento.
El gato que venía del cielo es un libro de detalles en el que cada brizna del jardín, cada árbol, cada insecto, tienen su espacio. Es un ejercicio de prosa de lento recorrido al que el lector ha de enfrentarse sin prisa, como a un paseo relajante. Porque más allá de la forma en que está narrado, realmente no sucede demasiado, lo que lo convierte en un libro para amantes del paladeo más que para lectores voraces. Con todo, lo he disfrutado.
Y vosotros, ¿sois lectores gatunos?
Gracias.
Soy dueña de un gato que me regalaron mis hijas tras quedar viuda, en noviembre hará un año que vive conmigo y nos llevamos bien, mitiga mi soledad pero nunca he leído un libro de gatos aunque desde que lo tengo busco mucha información sobre ellos en Google.Besicos
ResponderEliminarYo leí un libro de un gato cuando tenía 13 años (creo que se llamaba Mi gato Tim). Tuvo gracia porque lo compré después de haberle dicho a mi madre que ni se lo ocurriera quedarse con un gatito que había encontrado en la calle (lo siento, pero los animales nunca me gustaron demasiado).
ResponderEliminarMe encantan los gatos. Sólo por ese detalle, me apetece leer la novela. Besos.
ResponderEliminarSoy lectora gatuna y madre gatuna, te parece que me lo perderia?
ResponderEliminarVere cuan cerca anda, saludosbuhos!!!
No me interesa pero, como siempre, es un placer leerte. Coincido en que parece que cada vez hay más libros de gatos. Yo tengo unos cuantos en casa porque a mi madre le gusta mucho el tema.
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