"Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes."
Con motivo de la reedición de este título que tanto me gustó, decidí releer. Hoy traigo a mi estantería virtual, El comensal.
En 1977 cuatro encapuchados entraban en casa del empresario Ybarra. Comenzaba un secuestro finalizaría con la muerte de Javier Ybarra a manos de ETA. Era el abuelo la autora. En el año 2011 fallece la madre de Gabriela de cáncer abriendo un pasillo temporal entre ausencias. Será Gabriela, la autora del libro, quien nos acompañe por este viaje familiar de recuerdos.
Si hay un tema que nos sigue incomodando es la muerte. No la ajena, ni la televisada, sino la propia, la temida, la del ser querido, la del familiar, amigo o amante. Esa que nos deja desnudos y vulnerables. Que abre un hueco en nuestra vida que jamás llegamos a llenar. Si acaso a disimular como quien pone un jarrón donde antes hubo una lámpara de pie, esperando que no se note el espacio vacío pero sabiendo que jamás podrá utilizarlo para iluminar la estancia. Ese es precisamente el hilo de El comensal: la muerte.
Gabriela vive la muerte de su madre sin haber sido del todo consciente hasta última hora de que el fin se acerca. Nadie lo esperaba en realidad, y la familia se ve sacudida por ese dolor e incomprensión imposible de definir que hace que retumben las entrañas de quienes lo viven. Es precisamente en una de esas sacudidas, que la figura de un ausente empieza a tomar fuerza, como si un hilo invisible uniera dos momentos de dolor. De este modo, Gabriela comienza su historia hablando de su abuelo a partir del momento de su secuestro a manos de la banda armada ETA. A muchos les sonará, a otros no y quedarán aquellos que lo recuerden perfectamente. También habla de su madre a partir del momento que enferma y una vez más a muchos les resultará demasiado familiar el camino que transita. Gabriela construye una historia en la que las personas han tomado peso en su memoria a través de sus ausencias. Recorre el camino de un secuestro en el que ella no estuvo presente y lo desgrana frase a frase, evitando sentimentalismos que nos despisten del final último: la ausencia. Investiga sobre los hechos queriendo saber, pero tal vez no queriendo conocer. O puede que sea justo al contrario. O tal vez sea yo la que piensa que en su piel no hubiera querido saber. Y hace lo propio con la madre, por una senda que conoció perfectamente y que nos marca al detalle. No le interesan las reflexiones profundas ni las puestas de sol, sino que busca en la pequeña rutina la ausencia que golpea de repente. La realidad como meta en un libro en el que no se recoge una crónica, sino que se purga un sentimiento: el dolor. Como si cada lágrima no vertida se hubiera convertido en una gota de tinta que, lejos de hacer un obsceno exhibicionismo de dolor, lo normaliza en frases cortas, sentencias certeras, golpes de frente. Porque es fácil acudir al sentimentalismo para conmover al lector, pero realizar un ejercicio de honradez para mostrar la vida tal cual es, para no quitarse una prenda de ropa cuyo olor parece que evita el olvido que nunca se producirá pero a la vez sabiendo que no es muy normal y que tal vez no importe que no lo sea, para poner un cristal y no un espejo de esos de mal de muchos te ofrece consuelo... eso es bastante complicado.
Con El comensal me he encontrado un magnífico libro que evita los sentimentalismos incómodos, las florituras en busca de un corazón débil que se encoja con facilidad. Por eso resulta una narración, no solo verosímil, sino también certera. Un libro corto, pero porque está poblado de silencios: los que se esconden entre líneas, los que se hacen al final de una frase, los que hacemos tras cada capítulo para respirar. Con cada frase, cada acto, cada gesto, identificamos un silencio y hacemos una pausa en la lectura. Me corrijo; no es un libro corto. Lo que sucede es que se oculta tras la apariencia de un librito. Y las apariencias engañan.
No es una lectura fácil, porque no es fácil hablar de la muerte. Pero ha merecido la pena descubrir a Gabriela Ybarra.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias
Lo comienzo con un libro de Sergi Puertas titulado "Estabulario", el autor tiene una curiosa historia detrás de él.
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarParece que nos has traído una obra de las que remueven por dentro. Yo recuerdo haber leído sobre el caso Ybarra, pero esta novela parece ir un poco más allá. La muerte es cierto que incomoda y a mí personalmente me genera mucha angustia leer al respecto, por eso paso de largo. A la vez me parece un libro que habrá sido sanador a la propia autora.
¡Besos!
¡Hoooola!
ResponderEliminarUfff, que buena pinta de libro, y que duro. Me alegra que no esté lleno de florituras sino que vaya al grano, a veces los libros tan cortitos, directos, son los que más huella dejan y los que mejor tratan este tipo de temas. En fin, me lo llevo super anotado.
¡besotes!
Pues me descubres libro y me dejas con ganas. Una lectura dura, por lo que cuentas. Tomo buena nota.
ResponderEliminarBesotes!!!
Me llamó la atención cuando se publicó por primera vez, creo que hizo bastante ruido. Ahora tengo más ganas de leerlo si cabe. Saludos!!
ResponderEliminarYa sabes que me encantó. Lo releí el mes pasado o el anterior (qué sincronía, chica) y tengo la reseña a medias, pero la publicaré más adelante, sin prisa. Tu reseña es perfecta, has reflejado muy bien esa ausencia de la que habla Ybarra.
ResponderEliminarBeso.