"El perro surgió del bosque y se plantó en el camino.
El chico también se detuvo.
Pasaron unos segundos en los que no ocurrió nada. Después, el perro abrió la boca y contrajo los carrillos hasta mostrar los dientes".
Llevo muchos años leyendo a Ravelo como para saber que sus novelas son más de lo que parecen, por eso le sigo título a título. Hoy traigo a mi estantería virtual, Los nombres prestados.
Conocemos a Roco, el perro de la portada. El perrazo manso y negro, que nos dice la novela. Solo que Roco... no siempre ha sido Roco. No podía ser de otra manera ya que comparte esa característica con el resto de protagonistas de la novela. Incluso con la ubicación, que nos dice el autor que no existe (Nidocuervo) pero sí el país en el que se desarrollan. Allí viven una mujer y su hijo discapacitado, que llegaron al pueblo y poco a poco se han hecho un hueco. Y allí llega el dueño de Roco también, y conoce el pueblo, a la mujer, al niño y se sienta en el porche por las noches a observar. La mujer también observa todo, pero desde el porque de su mirada.
Primera página de la novela: "lambucear".
Sonrío porque es Ravelo y siempre deja palabras que uno desconoce, el rastro de un trabajo que no siempre se aprecia. Y continúo la lectura sabiendo que piso terreno seguro.
La última novela de Alexis Ravelo es un juego magistral de identidades que se extienden desde la tierra que pisan los personajes hasta sus propios nombres y que no perdona siquiera al género literario al que se supone que se acoge la historia. Una historia que trata del pasado y de las segundas oportunidades en las que las personas buscan redimirse por pecados propios o ajenos que, por avatares de la vida, han dejado de poder justificarse a sí mismos. Un lugar remoto con ecos de McCarthy, una tierra que el lector pinta más árida que el autor y el peso de su propia historia colocada sobre los hombros de los protagonistas, son los mimbres sobre los que se alza Los nombres prestados. Una historia solvente que se dirige con paso firme hasta un final más intuido que deseado y que el autor encara sin permitir que le tiemble el pulso porque sabe que no podría suceder de otra manera. Porque no se permiten debilidades en Nidocuervo, y ahora pensaréis que todo es bronco y duro y yo tengo que deciros que la ternura no es una debilidad: es una motivación, un impulso, un cambio o una necesidad de permanencia, pero no una debilidad. También eso he aprendido con este western de corazones solitarios que luchan por recordar que tienen que seguir latiendo. Personajes que viven a la sombra de su propio pasado temiendo, con la certeza de quienes saben que todo llega, que ese pasado les alcance cuando menos se lo esperan. Y que se acabe la calma, y que estalle la violencia.
Todo esto es Los nombres prestados, revestido de la palabra precisa y acompañado de un niño y un perro. Y, por supuesto, la recomiendo. Porque se publica mucho, pero no todos los días se puede recomendar un buen libro. Hoy lo hago.
Y vosotros, cuál es el último título que habéis recomendado?
Gracias.
Ravelo es, sin duda, unos de mis escritores contemporáneos favoritos. Nunca defrauda.
ResponderEliminar¡Hola! Aún tengo pendiente a este autor, por lo que después de leerte, tengo muchas ganas de disfrutar de esta lectura. Muchas gracias por la reseña. ¡Besitos! 😘😘
ResponderEliminarEs un autor que me gusta y no paro de leer reseñas positivas de esta novela, así que terminará cayendo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Ravelo es una apuesta segura y esta novela es genial. Una historia muy dura que sabe alimentar y dosificar con la ternura del niño y Roco.
ResponderEliminarBesos