lunes, 31 de julio de 2023

Los misterios de la taberna Kamogawa. Hisashi Kashiwai

 


     "El viento frío hacía volar la hojarasca y Hideji Kuboyama se levantó instintivamente el cuello del abrigo. El templo Higashi Hongan-ji, uno de los símbolos de Kioto, se erguía a su espalda. 

      «El famoso viento Hiei-oroshi», pensó frunciendo el ceño mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde".

     Los libros orientales están de moda. Ya sea la autoría, la ambientación, el caso es que es una moda que lleva varios años sobre las mesas de las librerías. Y así, por una moda, es como me regalaron el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Los misterios de la taberna Kamogawa.

     Conocemos a Komogawa y a su padre Nagare. Ambos tienen una taberna escondida que siempre tiene clientela y es que, más allá de servir comida, su labor es la de detectives gastronómicos. Con los datos que los clientes les pueden dar, investigan hasta dar con el plato adecuado que perdieron en la memoria pero cuyo sabor anhelan.

     Estamos ante una novela corta y de corte amable protagonizada por una joven y su padre, ex detective clásico, en la que el principal aliciente es la originalidad, la musicalidad y la ambientación marcada por recuerdos, imágenes y sabores. No vamos a encontrar hechos delictivos, no es un cozy crime en el que una muerte nos asombra a la mesa de la taberna, no. Sin historias pequeñas que no buscan sorprender al lector pero si envolverlo de un halo casi mágico para proporcionar un ambiente confortable que deje un buen sabor de boca.

     Cada capítulo es un caso, una excusa para adentrarnos en la relación padre e hija, en la vida del cliente y buscar su recuerdo mientras la receta de "la eterna magdalena de Proust" se busca y recrea. Y por qué digo eterna, pues porque es la dinámica de la narración que se repite a lo largo de la novela pero que no llega a aburrir gracias a una extensión medida que consta de las páginas justas como para conservar las sensaciones positivas sin que se vean empañadas por la desidia de la repetición, puesto que con algo menos de 200 páginas puede dar clientes diferentes sin caer tampoco en excentricidades.

     No diré que Los misterios de la taberna Kamogawa sea un novelón, pero sí que es un libro de agradable lectura y poso. Una opción ligera para el verano que deja una buena sensación en el cuerpo.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

lunes, 17 de julio de 2023

El detective salvaje. Jonathan Lethem

 


     "Llegué veinte minutos tarde a mi cita con el Detective Salvaje porque me pasé de largo un par de veces. A plena luz del día, una mañana despejada, en un coche alquilado con un GPS que solo sirvió para confundirme. Lo que más me confundió fue la sensación que transmitía el lugar. En concreto, la sensación de que era un lugar para pasarlo de largo y, por tanto, no pisé el freno. Estuco blanco, con columnas forradas de secuoya y tejado de terracota. Una terraza alrededor de la planta alta, con unas escaleras de acceso desde el aparcamiento lateral. Todas las ventanas tenían rejas".

     Conocí a  Lethem con Huérfanos de Brooklyn y ahí me quedé, a su lado, leyendo cada título. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, El detective salvaje.

     ¡Quien haya pensado en Bolaño que levante la mano! Vale, ubicados. Sigamos.

     Conocemos a Phoebe cuando, tras ganar Trump, deja su trabajo en el New York Times para buscar a Arabella, la hija de una amiga suya. Y conocemos a Charles, el detective, un hombre con tres perros y un bicho, una zarigüella, que deja dormir en su despacho a una adolescente, algo que nunca es práctico como sabemos los que leemos, encendemos la televisión o, qué se yo, respiramos.
     La pista de Arabella lleva hasta Mount Baby y allí además viven dos clanes y que es cierto que Arabella se fue de viaje con Charles y que acabaron en esas montañas. Pero lo importante, allí vive dos tribus muy diferentes, una de corte matriarcal y otra más conservador. Y por supuesto, Phoebe y Charles se va a encontrar.
    
     Estamos, como no, ante la novela de un viaje en el que Phoebe se encuentra a sí misma además de a Arabella. Un viaje con un encuentro, el del detective y la protagonista, que da sentido a una novela de la que pasado este punto no os he contado más, pero es que si soy lectores del autor ya me habéis entendido y, si no lo sois, me lo vais a agradecer igual. Por supuesto la lucha entre los clanes representa la división de USA ante el nuevo gobierno elegido por votación, Lethem no se esconde dejando incluso reflexiones bastante directas sobre estar o no conectado y las ideologías recurrentes. Cuando el autor llega al desierto, el mundo tal y como lo conocemos parece ser sustituido por un lugar árido y, por supuesto, hostil. Un lugar inhóspito en el que Arabella parece quedarse y en el que hay un enfrentamiento directo entre quienes quieren vivir de forma civilizada y los que parecen haber retrocedido varios siglos en cuanto a representación social. Será en este entorno en el que descubramos dos cosas: por qué nos han dicho que es un thriller la novela, y por qué nos hemos enamorado de Phoebe, tan fresca y vital.

     El detective salvaje es una metáfora desértica de la sociedad actual en la que Lethem se ha divertido mucho utilizando una voz desenfadada y egoísta que impone su pensamiento y no olvida cuales son sus intereses personales. Alguien, en definitiva, común, para que el lector no se asuste por lo que le están mostrado ante las narices mientras que sigue azuzando la trama de una novela que funciona y resulta, a grandes ratos, tremendamente divertida.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.