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lunes, 15 de mayo de 2023

El Deshielo. A. D. Miller

 

      "Lo olí antes de verlo.

     Había un grupo de gente en la acera y la calzada, en su mayoría agentes de policía, uos hablando por móviles, otros fumando, unos mirando, varios mirando a otra parte. Desde la dirección por la que yo venía, la gente congregada me impedía ver lo que había detrás de ellos, y al principio pensé que, dada la abundancia de uniformes, debía de ser un accidente de tráfico o tal vez una redada de inmigrantes. Entonces noté el olor. Era un olor como el que notas en tu casa si te olvidas de sacar la basura cuando te vas de vacaciones, fuerte pero ácido, lo bastante intenso como para imponerse a los aromas veraniegos normales de cerveza y revolución. Era el olor que lo había delatado".

     El amor por la cubierta tuvo la culpa de esta lectura. Hoy traigo a mi estantería virtual, El deshielo.

     Conocemos a Nick, un abogado que trabaja para bancos que quieren invertir en empresas rusas; acuerdos, garantías y petróleo es el ambiente de un hombre gris que va cumpliendo años con el temor a seguir siendo un  hombre gris y acabar en un matrimonio del mismo color que sentencie su vida. Entonces Masha y Tatiana entran en su vida, dos jóvenes muy diferentes y Nick se enamora de la primera, una mujer peculiar aunque él no parece darse cuenta. Y entonces llega el deshielo y aparece un cuerpo. O quizás fue antes y el cuerpo aparece, como corresponde, en la primera página.

      Una de las grandes dificultades de los traductores son los juegos de palabras. En este caso la primera vino en la frente ya que en su idioma original la novela juega con Snowdrops que parece el nombre de una flor (campanilla de invierno) pero que se trata de una palabra utilizada en slag ruso para hablar justamente de lo que se representa, los cuerpos que aparecen con el deshielo. Habida cuenta de que se trata de una palabra que no existe tengo que decir que me gusta la opción elegida.

     El primer, que no el único, acierto de la novela, es el narrador. A ratos ciego,, el personaje representa a un extranjero que llega a Moscú a trabajar y se enfrenta a un mundo corrupto que le va haciendo mella entre violencias y temores. Se ve ya en las primeras páginas que no estamos ante un personaje que no sabe lo que ve a su alrededor, pero más que de eso, la novela trata de su evolución en el entorno que ha elegido para vivir. Él un supuesto cínico que mira hacia otro lado cuando cree que es necesario y que acaba cayendo presa del romanticismo como si en Rusia no pudiera suceder otra cosa que una historia de amor. Y de muerte, posible o segura, que puede llegar de mano de un vecino o de un cliente que es conocido por el temor que despierta. Porque todos estos, y algunos más, son los ingredientes que Miller ha metido en una novela que brilla en sus descripciones ya sean literales o de los ambientes más bajos de una ciudad aparentemente cosmopolita. No negaré que a veces he tenido la sensación de que Miller exageraba y que el punto central de la historia, que el lector puede pensar en un principio que es la respuesta obtenida por la joven a la que el protagonista pide matrimonio pero que a la postre es el resultado en Nick de su peripecia, se anticipa fácilmente, pero no resta esto valor a una novela que he disfrutado bastante pese a que, siendo objetiva, no saca el partido que hubiera podido a una ambientación llena de posibilidades. 

     El deshielo me ha parecido una novela entretenida que he disfrutado bastante, algo que, dadas mis últimas experiencias lectoras, la colocan en un buen lugar.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

lunes, 25 de febrero de 2019

Los lobos de Praga. Benjamin Black


     "Hoy pocos recuerdan que fui yo quien encontró el cadáver de la desdichada hija del doctor Kroll tendido en la nieve aquella noche en el Callejón del Oro".

     De vez en cuando John Banville se viste de negro bajo el nombre de Benjamin Black y cambia de registro. Hoy traigo a mi estantería virtual la última novela en la que lo ha hecho, se trata de Los lobos de Praga.

     Conocemos a Christian Stern cuando recuerda lo sucedido hace tres décadas. Era el año 1599 y él tenía veintitantos años cuando llegaba a Praga. Era un joven erudito, con interés por la alquimia y ganas de forjarse un nueva vida en la ciudad, pero la primera noche quiso la mala fortuna que se topase con el cadáver de una mujer joven. La joven resultó ser la hija de alguien importante y Stern fue detenido en un primer momento para no tardar en descubrir que el mismísimo emperador Rudolph II había soñado con la llegada de una estrella... y parece creer que la estrella es él. De la prisión a las intrigas de la corte, las tensiones sexuales y de poder y los asesinatos en la noche de Praga y la búsqueda de un asesino cuya caza salvaría al joven Stern de toda sospecha.

     Esta vez Black ha dejado de lado su saga negra para meterse en una novela histórica en la que fusionar el estilo de sus dos vertientes literarias: la narrativa de Banville y la fiereza de Black. Ambas se confunden en las páginas de una novela que dibuja un retrato despiadado de un emperador y una ciudad llena de sombras y secretos por las que moverse. Mezcla para ello personajes reales, con o sin juego de letras en sus nombres, con otros creados expresamente para la novela, logrando de este modo que el lector sienta la decadencia y abyección de una época que quedaría marcada por la Guerra de los Treinta Años. El protagonista, detenido y con un futuro negro, es salvado por el supersticioso emperador y elevado a las intrigas de la corte, en las que es más bien un patán y que le permiten desarrollar unas conclusiones diferentes a las de quienes participan del circo. De hecho, las observaciones, caualidades y giros son una constante durante la parte central de una novela que no aspira a ser trepidante y se toma su primer cuarto en arrancar presentando a cada uno de los integrantes más importantes de la trama. Sin embargo, si uno se ara a pensar, sucede en estas novelas lo mismo que en las protagonizadas por Quirke y es que la ciudad en la que se ambientan termina por alzarse como la gran protagonista debido a la magnifica labor de ambientación del autor. En este caso además, Banville ya había visitado la ciudad y la época en su novela Kepler, basada en el matemático y astrónomo de Rudolph, así que ha sido casi una revisita a la época y ciudad.
Black juega al detective farsante que bebe y es despistado, cuya situación parece empeorar a ratos y que hace soltar alguna sonrisa al lector más por el tono de sus recuerdos que por los hechos acaecidos y de este modo, sin darnos cuenta, nos ponemos de su lado deseosos de conocer el final de la novela. Lo curioso es que más que querer conocer la identidad del asesino, lo que nos termina por interesar son las intrigas de poder, las luchas a media voz dentro del palacio, que hacen que el hilo más negro quede a grandes ratos eclipsado.

     Los lobos de Praga es una novela que acerca los nombres de Banville y Black hasta conseguir difuminar la línea entre ellos en muchas de sus páginas. He disfrutado mucho de su lectura, quizás porque Quirke nunca ha sido de mis detectives favoritos.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.



miércoles, 2 de enero de 2019

La mujer desnuda. Elena Stancanelli


     "El modo en que tuve la prueba de que Davide se tiraba a Perro fue increíble y ridículo como una leyenda urbana. Ya sabes, esas historias de la vieja que te lleva en su coche y a la mañana siguiente te enteras de que lleva más de veinte años muerta, o el cachorrito de perro rodesiano que al crecer se transforma en un monstruo caníbal".


     Tenía ganas de leer este libro y sabía que me iba a durar un asalto. Hoy traigo a mi estantería virtual, La mujer desnuda.

     Conocemos a Anna, una mujer de mediana edad que nos relata a modo de confidencia a una amiga la ruptura con Davide, el hombre con quien compartió su vida durante 5 años. Veremos el infierno al que ella misma se sometió tras conocer las infidelidades de Davide.

     Las relaciones amorosas terminan. Vale, no todas, algunas como la de mis padres se alargan en el tiempo durante toda una vida, pero todos sabemos que hay relaciones que terminan. Y los motivos para ese fin pueden ser muchos y ni siquiera importan siempre. Lo que importa es avanzar. Sin embargo, hay relaciones que no llegan a terminar por una de las partes. Uno de los dos vive anclado recordando una piel, una risa, un calor en la cama. Ni siquiera suele ser el sexo lo que se recuerde, es algo más cotidiano, más privado. Y cuando eso sucede, se puede vivir un infierno. Sobre todo si sabemos que la otra parte tiene a una persona a la que mirar, a la que sonreír, a la que dar calor con su cuerpo en las noches frías. Y eso es justo lo que le sucede a Anna. Ella descubre las infidelidades y, aunque es terrible, parece sobreponerse al golpe, para lo que no está preparada es para el amor. Davide siente algo por otra mujer y eso la sobrepasa. Ahora que ha pasado el tiempo, puede decirlo, puede desnudarse y confesar sabiendo que algunas de las cosas que hizo la despojaron incluso de dignidad. Buscar en el móvil, leer los mensajes, descubrir que sigues conociendo tanto a quien fuera tu pareja como para poder adivinar su nueva clave de una red social. Y pensar que eso es porque lo conoces más que "la nueva", en este caso Perro. Perro es la joven, más joven que Anna, con la que ahora está Davide. A Anna no le interesa su nombre, incluso cuando lo sabe le sigue llamando Perro. Porque tiene un perro, ya ves. Y es que Anna carga tintas en esa ruptura tóxica contra Perro en lugar de hacerlo contra Davide. Anna se pierde en un mar de sexo con desconocidos que no le lleva a ninguna parte, en sexo con Davide ajeno a los sentimientos, en fotos del coño de Perro y en la necesidad de merodear, de compara la nueva relación con la que ella tuvo y ver que la suya fue mejor. Alimentar la idea de una próxima ruptura entre Perro y Davide. Enfermar y competir con una mujer que ni siquiera sabe que está compitiendo y que precisamente por ello gana.

     Stancanelli consigue mostrarnos como una mujer racional y cerebral es capaz de cruzar la línea de la privacidad. Una mujer que veía el mundo de una manera y que ahora inicia un descenso a los infiernos en el que no hay cabida para la compasión. Se castiga incluso dejando de comer. Pierde la batalla consigo misma y se deja llevar por los peores fantasmas: la inseguridad, los celos el miedo al fracaso, la soledad... y de ese modo aquella que explicaba que hay relaciones que avanzan simplemente por la monotonía, descubre que por perder a una persona, se ha perdido en el mundo. Anna toma la palabra y mira de frente confesando cada uno de sus actos, cada consecuencia de esa ruptura y del dolor que le provocó. Ni siquiera se ampara en el derecho a ser víctima ya que ella, confiesa, también tuvo sus secretos que quedaron a la luz. Y es que lo verdaderamente bueno de esta novela es la ausencia total de disfraces o excusas por parte de la protagonista que, simplemente, se dejó arrastrar por una obsesión, consciente de que lo estaba haciendo, buscando tocar fondo. Ahora lo confiesa a su amiga, la que no la juzga, la que le deja hablar sin asustarse ni cambiar la mirada. Y es entonces cuando nos preguntamos de qué va realmente esta novela y nos descubrimos pensando que no trata de obsesiones ni de dolor o rupturas, trata de la amistad, de encontrar a alguien a quien confesarle cómo estamos para de este modo poder enfrentarnos a lo que hacemos mal. Y superarlo.

     Tal vez lo que busca Stancanelli con esta novela es que el lector en un momento u otro vea la opción de decir "podría ser yo", aunque no con ese nombre y necesariamente tampoco con una historia de amor. A fin de cuentas, somos humanos.

     Me ha encantado La mujer desnuda. Es una lectura poco común en los tiempos que corren.

     Y vosotros, ¿con qué libro habéis comenzado el año?

     Gracias.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Muertes pequeñas. Emma Flint


     "Las escasas noches en las que consigue conciliar el sueño, vuelve a ponerse en la piel de la mujer que fue".

     Soy una superficial, lo reconozco, y los libros de Malpaso me parecen tan bonitos que los miro todos por si alguno me atrae y puedo sumarlo a mi colección de contralomos coloridos en mis estantes. Hoy traigo a mi estantería virtual, Muertes pequeñas.

     Conocemos a Ruth Malone cuando ya ha pasado tiempo. Pero ella misma nos dice que no puede evitar recordar lo sucedido, y así es como nos cuenta su historia. En julio de 1965 en el transcurso de una calurosa noche, los hijos de Ruth desaparecen. Ella vive la situación como madre divorciada, sumida en un shock mientras se desespera por dentro. El público en cambio solo ve su afición ala bebida y los hombres, la situación en la que vive, se siente juzgada. Peter Wonicke un joven que comienza a hacer carrera como periodista sigue el caso hasta obsesionarse, y empieza a pensar que tal vez se esté juzgando a Ruth con demasiada severidad.

Este libro está basado en una historia real, la de Alice Crimmins, y lo hace de una forma fiel hasta que termina derivando en la ficción. Permitidme que os presente:
Esta mujer es Alice. En el año 1965 sus hijos desaparecieron sin dejar rastro para aparecer muertos, y esta es la estela que sigue la novela de Flint, la de una mujer que se vio juzgada en cada gesto, y observada con lupa por una sociedad católica que no veía bien que no fuera a la iglesia ni tampoco que tuviera parejas sexuales estando divorciada y con dos hijos a cargo. En su momento fue un revuelo y así lo explica Flint en su novela que, si bien se ha permitido ciertas licencias, consigue que el lector sienta la presión de los prejuicios estrechándose en torno a la mujer que ha perdido ya a sus dos hijos. El público, parece decirnos Flint, es el juez más cruel.

     Sentimos la angustia de la madre y también la mirada cambiante del periodista que comienza buscando la historia que le de el empujón definitivo y acaba obsesionado con lo sucedido. De hecho me parece interesantísima la deriva que toma este personaje. Hace ya más de treinta años, este caso fue novelado por la reina del misterio Mary Higgins Cark bajo el título ¿Dónde están los niños? pero si tengo que ser sincera, me quedo con la versión de Flint, mucho más solvente a la hora de abrir dudas en el lector al mismo tiempo que se las va planteando Wonicke, haciendo que bailemos entre la pena y la indignación en una historia a la que os recomiendo llegar sin conocimiento previo y que también os recomendaría buscaseis después en la red para conocer el estado actual.


     Muertes pequeñas es una historia que se aleja del tono conmovedor porque huye de los sentimentalismos en los que suelen caer las historias que involucran a niños. Aun así es a ratos dura de digerir ya que la mirada de la autora es severa y fija en su objetivo permanente de mostrar lo sucedido, y no llega a abusar de su dureza así que el lector no se inmuniza ante sus palabras. Me ha gustado, pierde brillo en algunos momentos y me hubiera gustado que desarrollase más la última parte, pero he disfrutado con su lectura. Mucho.

     Y vosotros, ¿sois superficiales a la hora de elegir libros?

     Gracias.

viernes, 2 de febrero de 2018

El último apaga la luz. Nicanor Parra


DEFENSA DEL ÁRBOL 
 Por qué te entregas a esa piedra 
 Niño de ojos almendrados 
 Con el impuro pensamiento 
 De derramarla contra el árbol. 
 Quien no hace nunca daño a nadie 
 No se merece tan mal trato. 
 Ya sea sauce pensativo 
 Ya melancólico naranjo 
 Debe ser siempre por el hombre 
 Bien distinguido y respetado: 
 Niño perverso que lo hiera 
 Hiere a su padre y a su hermano.

     Nunca traigo poesía, así que me he dicho que sería buena idea hacer un viernes de poesía. Hoy  traigo a mi estantería virtual, El último apaga la luz.

     Nos dejaba hace unos días el gran Nicanor Parra y me he dado cuenta de que mucha gente le conocía de nombre, pero apenas de haberlo leído.Un martes de enero con 103 años nos dejaba este gran poeta que renegaba de reglas; incluso, de las de la propia poesía. Quizás por eso publicó allá por los años cincuenta un libro titulado Poemas y antipoemas. Con eso dejaba claro el placer por romper las reglas establecidas y después, poco a poco, fueron llegando los premios, aunque él no era partidario de las ceremonias e incluso dejara de acudir a más de una entrega.

      En este libro van mezcladas muchas de sus obras, de tal modo que quien sea ajeno a sus letras, encontrará una buenísima selección y guía para descubrir al llamado antipoeta. Verá entonces no solo la evolución, como se dice siempre de cualquier escritor con una dilatada carrera, sino también sus revisiones y temas recurrentes. Descubrirá que frente al absurdo está la coherencia y frente a la muerte, una sonrisa. Y es que, es muy difícil hacer poesía. Y Nicanor Parra fue poeta, de esos que hacen lectores fieles y que en este libro encontrarán inéditos para su gozo y alegría al tropezarse, por ejemplo, con "Quédate con tu Borges". Pero más allá de todo eso, la poesía de Parra es fácil, accesible e incluso divertida. Recuerdo un discurso de sobremesa convertido en un elogio a escritores, y también un poema que decía Hoy es un día azul de primavera/creo que moriré de poesía/de esa famosa joven melancólica/no recuerdo ni el nombre que tenía. Y es que sus poemas también hablaban de poesía. Y, aunque no fuera en un día azul de primavera, a mi me gusta pensar que quizás, el antipoeta que aún guardaba cuadernos sin mostrar, sí que murió de poesía.

      Hoy recomiendo El último apaga la luz. A los aficionados y también o, sobre todo, a quienes se aburren con los poemas y la métrica precisa, a quienes dicen que siempre son iguales y tratan de lo mismo y por eso se consideran incapaces de ponerse ante un libro que sea una sucesión de poemas. Ahora que nos ha dejado el autor, y lo hizo despidiéndose indiferente, casi a la flamenca en el último de sus títulos, solo me queda decir: lean, lean a Nicanor Parra.

     Y vosotros, ¿sois lectores de poesía?

     Gracias.

miércoles, 13 de enero de 2016

Paris-Austerlitz. Rafael Chirbes


     "Bromeaba, le tomaba el pelo, me reía mientras caminábamos por le sendero de grava. Se prestaba al juego. Colaboraba buscando alguna anécdota divertida que hubiéramos compartido. Se le animaban los cortos pasos de viejo. Las tardes en que me acerqué a verlo al Hôspital Saint-Louis parecía que cicatrizaba la herida que habían dejado nuestros desencuentros (maintenant, on s'aime comme des bons, amis), y que incluso quedaba en suspenso la enfermedad."

     Pocos motivos me restan de dar tras lo dicho en este espacio sobre Chirbes, para justificar la lectura del libro de hoy. Hoy traigo a mi estantería virtual, Paris-Austerlitz.

     Un hombre, ya en Madrid, echa la vista atrás para recordar cómo hace años huyó de su familia a Paris, para pintar, y conoció a un hombre maduro del que se enamoró. Michel, se llamaba, de origen más humilde que él, sólido como un bloque de madera, obrero, que lo cobijó en sus brazos y su casa en la época en que más lo necesitó. Michel amparó a este joven apoyándolo de todas las formas posibles, mientras la relación avanzaba por los caminos del amor y de la pasión hacia las fisuras y las grietas entre paseos y bares. Y lo hace partiendo en su relato de una visita al hospital en que Michel se encuentra ingresado, víctima de lo que se diera por llamar "la plaga", el sida.

     Las novelas póstumas entran dentro de ese territorio tan complejo como emocionante para el lector. Por un lado tenemos la duda de si el autor quiso realmente que se publicara, si estaba finalizada la obra y acaso ya se estaba revisando, o pertenece a uno de esos manuscritos que aparecen el los cajones porque la mano que dio forma a ese texto, decidió que no tendría que llegar a las librerías. O tal vez ni siquiera llegó a concluirlo, por una de esas cosas que tiene la vida. Entonces, fallece su autor y, al cabo de unos meses, vemos un nuevo título y dudamos aún sabiendo que lo leeremos en el caso de estar firmado por uno de esos nombres que seguimos desde hace años. Nos dice Anagrama, que la novela comenzó a escribirse allá por los noventa, y que tras años de escribir y borrar, quedó finalizada apenas unos meses antes de que Chirbes falleciera. Y yo decido creérmelo, y me embarco en su lectura para descubrir un texto escueto, como ya lo hiciera el autor otras veces, directo, y muy pulido, certero, preciso.

     Esta vez el autor no hace una crónica social, o tal vez sí pero de hace unos años. Ese momento en que el sida era casi un tema tabú, y la gente lo veía como una sentencia segura mientras se buscaba en la piel algún signo de padecerlo. A través de un narrador honrado, nos deja un relato, una novelita, en la que se desgranan las fases de una relación que comienza con el ardor de la pasión enfebrecida y se enfría sin remedio camino de una caducidad ya vivida en el caso de Michel, en otras ocasiones. Y sin embargo es el narrador el que nos interesa, porque será él quien hable de sentimientos, de seguridad y progresivo alejamiento. Iremos con él por los bares, dándonos cuenta de que el relato que nos hace de quien fuera su pareja no termina de ser del todo justo, como si de algún modo estuviera quitándose una carga por lo sucedido, y lo hiciera palabra a palabra. Un relato que toma consistencia rápidamente a ritmo de frases cortas y directas, en el que se irán desnudando las verdades que en su momento no quiso reconocer, como la diferencia de clases, y las excusas que jamás expresó como tales en el momento de la enfermedad.

     Me ha recordado en sus formas a la ya lejana Mimoun, a la que siempre recordó Chirbes por ser su entrada al mundo literario. Esta vez tenemos una historia intimista, de pasiones y oscuridad, de soledad, de hombres marcados por sus vidas y diferencias. Una novela que a ratos desgarra, en la que la enfermedad parece transformar la concepción de los sentimientos, y es ahí donde su narrador se desnuda totalmente dejando ver esa parte que siempre se oculta; el miedo.

     Madrid-Chamartín, Paris-Austerlitz dicen en un momento determinado en el texto: como estación de partida y de llegada. Donde empieza y  quizás también donde comenzó a terminar. Como símbolo y como legado póstumo para los lectores amantes de las letras de Chirbes, que nos acercamos sabiendo que ofrece pocas concesiones y mucho sobre lo que reflexionar. Y descubrimos a un Chirbes que nos sorprende y a otro, al de siempre, que sigue ahí.

     Y vosotros, ¿qué opináis de los libros póstumos, cada vez más frecuentes?

     Gracias

     PD. Rafael Chribes ha sido uno de los grandes nombres de las letras españolas en los últimos años. Un hombre honesto y sincero que ha destacado por su saber hacer y pasado desapercibido por su discrección a nivel personal. Por eso he comenzado hablando sobre los libros póstumos (tema que desarrollaré sin tardar) y por eso me niego a entrar en si hay o no referencias personales. No está aquí para responder, todo quedaría en la más pura elucubración cuando de lo que se trata es de saber si hay una buena historia o no detrás de sus páginas. Y, en cualquier caso, lo que me interesa de un escritor es su obra, sus vidas inventadas por encima de la suya propia. Porque esa, no se vende en librerías, ya tiene propietario, y es personal.