miércoles, 28 de noviembre de 2018

La casa de los nombres. Colm Tóibín


     "Me he familiarizado con el olor de la muerte. El olor nauseabundo y dulzón que se coló con el viento en las estancias de este palacio. Ahora me resulta fácil sentirme serena y contenta. Paso la mañana contemplando el cielo y la luz cambiante. El trino de los pájaros se eleva a medida que el mundo se llena de sus propios placeres, y más tarde, al declinar el día, el sonido declina con él y se apaga. Observo cómo se alargan las sombras. Es mucho lo que se ha esfumado, pero el olor de la muerte permanece. Tal vez haya entrado en mi cuerpo y este lo haya acogido como a un viejo amigo de visita. El olor del miedo y del pánico. El olor está aquí igual que el mismísimo aire; retorna igual que retorna la luz de la mañana. Es mi compañero constante; ha dado vida a mis ojos: ojos que se empañaron con la espera y que ya no están empañados, ojos que ahora refulgen de vida".

     Tras leer el magnífico The Master, tuve claro que quería conocer más de Tóibín. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La casa de los nombres.

     La Orestiada es una trilogía de obras de teatro de la Grecia clásica que cuenta la historia de Agamenón, su regreso de Troya y lo que sucedió con su familia formada por su mujer, Clitemnestra y sus hijos, Ifigenia, Electra y Orestes.
     Bien, ahora que ya se habrá asustado mucha gente diré que esta novela es una contemporaneización de la Orestiada en la que Tóibín ha decidido prescindir de los dioses y mostrarnos la verdadera tragedia de la historia.

     De este modo conocemos a Clitemnestra, que recibe noticias de su esposo quien le pide que vaya a verlo con su hija mayor y el benjamín de la casa. Ella va presurosa preparándose para la boda que le anuncia de su hija con un valiente guerrero y poder ver además a su marido como el héroe glorioso que supone en la batalla y, sin embargo, al llegar se encuentra con la terrible realidad: su marido planea sacrificar a su hija a los dioses para que estos les sean propicios en la batalla. Esto que dicho así suena muy.... "clásico", Tóibín lo cuenta con naturalidad, eliminando las visiones y el temor a los dioses y nos muestra a Agamenón como un hombre mermado que necesita verse reforzado de alguna manera ante los hombres a los que dirige, y poco parece importar si el modo de conseguirlo es sacrificar a su primogénita. El sacrificio que parece comenzar con una joven vestida con una rica túnica, se vuelve algo sórdido y terrible, ya que no deja de ser una ejecución pública de una niña que está comenzando a ser mujer y se sabe asesinada por su padre ante una multitud. Poco queda de aquellas escenas casi divinas, aquí el cuchillo atraviesa la piel, la sangre hiede, las bestias rugen y, por supuesto, los seres humanos gritan: ya sea por el dolor en sus propias carnes o por el infringido a su alma al arrebatarle a una hija. Y Tóibín sigue humanizando porque, ¿qué mujer seguiría amando a un marido que la engaña y sacrifica a su hija? ¿No comprendemos entonces que piense en vengarse y asesinarlo en lugar de esperar a que decida cometer otra atrocidad en el seno familiar? Clitemnestra humana regresa y seguimos su evolución junto a Electra, menos dramática y más adolescente y tras eso cambiamos para conocer la historia del niño Orestes, que es separado de su familia y tiene que buscar la forma de sobrevivir. Orestes, el gran desconocido en la obra clásica, pretende llevarse en esta novela su parte de protagonismo y por eso el autor decide relatarnos la historia de su secuestro y fuga, sus silencios y aventuras camino de un posible regreso al castillo en el que vivió y que ahora es refugio de conspiraciones por los corredores, y sin embargo, comparado con la primera parte, sentimos que le falta un soplo de vida, que no llega a la misma altura. Pero se le perdona por la fuerza narrativa del conjunto, la sensación de estar ante un cuento sigue siendo fuerte, pero Tóibín hace que sea un placer ir conociendo esta gran historia clásica.

     No siempre me gusta que las obras clásicas se reescriban, me cuestan las adaptaciones que parecen querer decirnos que no llegamos al original, y sin embargo me intrigan las versiones en cualquiera de sus formas. En este caso, ha sido un placer disfrutar de La casa de los nombres. Tóibín es un gran escritor, de eso no me cabe duda. Y tampoco dudo que voy a seguir buscando sus letras en las librerías.

     Y a vosotros, ¿os gustan las versiones o readaptaciones?

     Gracias.

PD. Vacaciones. Nos vemos tras el puente. Lean mucho.


lunes, 26 de noviembre de 2018

Los tiempos del odio. Rosa Montero


     "—Sin amor no merece la pena vivir. 
     Ángela había pronunciado las palabras en voz alta, como el juez que dicta la sentencia definitiva sobre su propio destino. 
     Y a continuación se entregó al dolor de manera voluptuosa, casi suicida".

     Me gustó Bruna Husky desde la primera entrega, así que estaba claro que no tardaría en leer la última. Hoy traigo a mi estantería virtual, Los tiempos del odio.

     Volvemos con la detective replicante Bruna Husky, una replicante de combate cuya memoria cargada le hace más consciente de lo que debería de sus sentimientos. Entre ellos están su amor por el detective Lizard y el sentimiento de un final inminente ya que conoce perfectamente el día en que será desactivada. Por si eso fuera poco, en un mundo en el que los atentados parecen haberse vuelto más virulentos, Lizard desaparece.

     Rosa Montero nos ha entregado en esta novela a una Bruna Husky más vulnerable que nunca. Siempre nos la mostró como una androide consciente de su existencia y del fin de la misma, pero ahora, con el amor en su vida, hay una lucha interior más humana que artificial que consigue acercarla aún más al lector. Uno durante la lectura no tiene más remedio que preguntarse si no está ante un personaje más humano de lo que cree exactamente igual que se pregunta si no son estos libros de aparente ciencia ficción lo que mejor reflejan la sociedad actual en la que estamos viviendo. Y es que Rosa ha decidido aprovechar la libertad de crear un mundo futuro para darnos buena cuenta de la realidad en la que vivimos. Rosa nos muestra que vivimos en un mundo de excesos en el que la muerte y el poder parecen ser más poderosos que nunca, el propio temor ante esa cuenta atrás para su propio final muestra a una Husky que se rebela furiosa buscando tal vez un sentido que haga que todo merezca la pena y, al mismo tiempo, teme la vulnerabilidad que supone reconocerse enamorada de otra persona. Quizás por eso el gran acierto de esta novela haya sido convertir a Lizard en una parte importante de la trama casi más que con su desaparición con su ausencia, que se convierte en una ventana hacia la mente de la replicante. Husky brilla de este modo más que nunca en esa última entrega de la saga, todo lo que había sido frío ahora se vuelve un torbellino de rebelión contra su propia existencia, una necesidad casi vital de aferrarse a la vida a través de sensaciones que le impidan pensar en su propio final. Y dentro del exceso, del poder y la corrupción se alza el amor como esperanza, tal vez como simple necesidad de sentir para sentirse vivo. Y Montero ya lo afirma en la primera frase, "Sin amor no merece la pena vivir". 
 
      En esta novela, no solo presenta un futuro posible, sino que podemos buscar paralelismos con situaciones reales, convirtiéndose así en una carta al lector en la que parece querer decirle lo que no va bien en el mundo y lo que debería de ser realmente importante. A fin de cuentas, no es Bruna Husky la única que teme a su propio final, a poco que uno se ponga a pensar en lo que sería una vida con una cuenta atrás ya marcada, podemos comprender perfectamente cada uno de sus movimientos. Con todos estos ingredientes y una trama sólida uno podría preguntarse si está ante la última entrega de la saga, y Montero parece jugar con ello en un final que seguramente generará opiniones encontradas al respecto. Si a mi me preguntan, tengo bastante claro que quiero una entrega más que satisfaga mi curiosidad en un par de puntos importantes. Pero para ello tendremos que esperar al criterio (o inspiración) de la propia autora.

     Los tiempos del odio es una novela realista disfrazada de ciencia ficción futurista que ha resultado no solo entretenida, sino también interesante por los puntos en los que obliga al lector a detenerse y reflexionar. Lo tengo bastante claro, la mejor Montero reside en Bruna Husky.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias..

lunes, 19 de noviembre de 2018

La caja de botones de Gwendy. Stephen King y Richard Chizmar


     "Existen tres vías para llegar a Castle View desde la pequeña ciudad de Castle Rock: por la carretera 117, por Pleasant Road y por las Escaleras de los Suicidios. Cada día de este verano —sí, incluso los domingos—, Gwendy Peterson, de doce años de edad, ha tomado el camino de las escaleras, que ascienden en zigzag la ladera rocosa, a la que están sujetas por fuertes (si bien oxidados por el tiempo) pernos de hierro. La niña sube andando los cien primeros escalones, al trote los cien siguientes y corriendo los últimos ciento cinco, empecinada y a tumba abierta —como diría su padre—. En lo alto se dobla por la cintura, resoplando como un viejo caballo de tiro, con la cara roja, las manos apoyadas en las rodillas y mechones de pelo sudorosos cayéndole sobre las mejillas (da igual lo mucho que se apriete la coleta, siempre se le suelta durante ese último esprint). Sin embargo, se aprecia cierta mejoría. Cuando se endereza y mira hacia abajo a lo largo de su cuerpo, alcanza a verse las puntas de las playeras, algo impensable en junio, el último día de colegio, que también coincidió con su último día en la Escuela Primaria de Castle Rock".

     Ya hemos hablado de King en este blog. Muchas veces. Así que no es de extrañar que hoy traiga a mi estantería virtual, La caja de botones de Gwendy.

     Conocemos a Wendy cuando está a punto de cambiar de cambiar al instituto de secundaria de Castle Rock. Es un cambio importante y una de las cosas que Gwendy quiere dejar atrás es su sobrepeso junto a ese estúpido mote que le puso un niño. Por eso cada día sube las escaleras de Castle Rock. Pero un día se encuentra a un hombre que parece saber mucho sobre ella. Y no solo eso, además dice que tiene algo que le pertenece: una caja. Una caja que puede cambiar la vida de Gwendy con sus palanquitas y botones, pero que también supone una responsabilidad. Y la preocupación constante por si alguien la encuentra.

     Esta vez King escribe a cuatro manos con el escritor y guinista Richard Chizmar. Juntos desarrollan esta historia corta en la que reconocemos perfectamente al maestro en la idea pero quizás no tanto en el desarrollo. Lejos de esos personajes de mediana edad que se ven sobrepasados por las circunstancias, en esta ocasión la protagonista es una niña en pleno paso a la adolescencia y la acompañamos durante unos cuantos años. Con un regusto a La tienda volvemos a Castle Rock, ese lugar conocido por todos los admiradores de King, al que por un lado iríamos encantados y por otro no no acercaríamos ni estando ebrios. La novelita juega con las inseguridades de una joven para proponerle colmar su mayor deseo mientras le deja la advertencia de la responsabilidad que eso puede su poner. Es decir, conocida la avaricia del ser humano, si le propone perder peso sin esfuerzo, ¿le tentará apretar uno de los botones de la caja para ve qué deseo le satisface o qué provoca? Porque, tal y como le dice el hombre a esta joven: ella es la custodia y también "tu ya sabes lo que pasará si pulsas uno de esos botones". Y ya tenemos el juego mental en marcha. Cualquier cosa en la vida de la joven, vaya bien o mal, será culpa de la caja. Y es que la mente humana es capaz de convencerse de casi cualquier cosa y Gwendy será testigo y víctima de ello. Seremos pues partícipes de su angustia y también de sus avances en la custodia de tan extraordinario artefacto que llegará a ser el centro de su vida y con el que mantendrá una lucha constante para evitar vivir bajo la obsesión de perderlo.

     King y Chizmar escriben por tanto una historia con un cierto regusto a aquellas que escribiera el maestro del terror hace años, pero lo hacen de una forma totalmente light, como si, de repente, el terror fuera algo de adultos y ahora estuviéramos ante una versión tolerada para todos los públicos. Es por eso que el lector no puede evitar tener la sensación de estar ante una oportunidad desaprovechada para volver a la senda de hace años que King parece haber abandonado definitivamente.

     La caja de botones de Gwendy es una novelita entretenida. Sin nada más que añadir al respecto.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

     PD. Motivos técnicos me obligan a no sacar reseña hasta el lunes, no quiero pillarme los dedos con los plazos que me han dado (en teoría, mañana).

viernes, 16 de noviembre de 2018

Permafrost. Eva Baltasar


     "Se está bien aquí- Por fin. Las alturas tienen eso: cien metros de vidrio vertical. El aire es aire en un estado superior de pureza, y por eso, además, parece más duro, por momentos casi compacto. Se cierne cierto olor a ferretería. La capa de ruido pesa como hollín y se mantiene latente, allí abajo, como un ojo de petróleo finísimo, crujiente, una suerte de regalo negro y brillante".

     Hay libros que llaman la atención desde el primer momento y uno sabe que no tardará en leerlo. Eso me sucedió con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Permafrost.

     Conocemos a una mujer sin nombre que nos relata su vida en primera persona. No nos contará los hechos que han ido sucediéndose en su vida, pero si su evolución personal, sus dudas, pulsiones y descubrimientos en un monólogo con saltos temporales que permitirá al lector conocerla.

     Permafrost, publicado bajo el título Permagel en catalán, con el que obtuvo el Premi Llibreter 2018, hace referencia en ambos idiomas a la capa de tierra que, sin necesitar estar cubierta de hielo, permanece congelada. Algo así supongo es la intención de la protagonista, quien opta por protegerse del mundo a la vez que lo explora.

     Narrado en primera persona, no necesita la autora ni quiere tampoco poner un nombre a su protagonista para conseguir de este modo que cualquier lector encuentre un resquicio propio entre sus pliegues. Y así es como descubrimos a la protagonista, una mujer asfixiada por el mundo, con miedo a defraudar a su madre, esa eterna mujer que todo "lo sabía" una vez sucedido, todo lo controla mientras está sucediendo y "todo lo sufrió" en el pasado. Y es que nuestra protagonista quería estudiar arte, algo que le supuso casi tanto placer como cargo de conciencia asumido por las reacciones familiares. A fin de cuentas, su familia es tan diferente a ella que no sabemos si la rechaza o simplemente se aleja en un intento de no quitarse esa coraza que le vamos viendo relumbrar página tras página. Ella, que no encaja con su hermana, su opuesta, recuerda cuando un día quiso tener otro hermano, tal vez para no sentirse tan sola. Ella que no permite que nadie se le acerque, que piensa en la muerte como fin último de la vida, como halcón que acecha o tal vez como puerta de salida cuando las cosas se pongan peligrosas para alguien que parece empeñado en no sentir. Así es ella. Y la vemos descubrir el sexo, su homosexualidad que no pasa en este caso por ninguno de los traumas que vienen siendo comunes en la literatura, si que se convierte en una búsqueda constante del sentimiento de estar vida, y también en una huida cuando la otra parte se acerca demasiado a ella, quizás por temor a que esa coraza suya llamada permafrost se ablande. Ya en la primera parte del libro Eva Baltasar desnuda a su protagonista cuando se compara con un hermoso pez que decora las mesas de un restaurante en una pequeña pecera decorativa que a veces acaba siendo utilizada a modo de cenicero. Pocas veces he visto una imagen tan certera y un desnudo tan integral de todo aquello que se va a desarrollar en las páginas siguientes. Y también, por qué no decirlo, de los miedos comunes, acercarse a la posibilidad de que alguien nos dañe de verdad. Quizás por eso la protagonista parece no temer a la muerte, incluso la busca en una suerte de tendencias suicidas que a mi no me ha quedado claro si no son en realidad un mantra que le otorga la falsa seguridad de una salida rápida  fácil si las cosas se ponen "peligrosas".

     Permafrost es una de esas historias de vida que crecen y se interpretan a gusto del lector, que se sentirá más o menos unido a la protagonista en función de las partes compartidas. Escrita de una forma sencilla pero extremadamente cuidada, es fácil caer en la tentación de comprender a su protagonista y defenderla, una mujer que es más dura de lo que puede parecer, pero no por tratar de blindarse al mundo, sino por mostrar en estas páginas sus miedos y debilidades.
Una primera novela muy prometedora que obliga a tomar buena nota del nombre de su autora.

     Leía esta semana sobre la diferencia para el lector entre libros escritos en primera o tercera persona. Decidme, ¿qué preferís vosotros?

     Gracias.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Katerina. Aharon Appelfeld


     "Me llamo Katerina y dentro de poco voy a cumplir ochenta años. pasada la pascua, regresé a la aldea donde nací y a la granja de mis padres, pequeña y ruinosa, donde no quedaba ningún edificio en pie salvo esta casucha en la que estoy vi-viendo. Tiene una única ventana, bien abierta, que me permite recibir el hálito del mundo. Mis ojos, en verdad, se han debilitado, pero el deseo de ver sigue palpitando en ellos. Al mediodía, cuando la luz es más fuerte, se extiende ante mí un campo abierto que llega hasta orillas del prut, cuyas aguas son azules en esta temporada vibrante de esplendor".

     Que tu librero te pregunte con cara de asombro cómo es que no conoces a Katerina, es motivo más que suficiente para llevártela a casa. Hoy traigo a mi estantería virtual, Katerina.

     Conocemos a Katerina cuando, a sus ochenta años, decide regresar a su maltratada aldea natal. Será este el momento elegido para mirar atrás y contarnos su vida.

     Katerina nace en un pueblo llamado Rus, es una campesina rutena que crece en un ambiente de antisemitismo y con unos padres bebedores. Sabe que ella va a ser bebedora también con la misma certeza con la que nosotros sabemos que su vida no será fácil, Adolescente fugada, pasa los días d estación en estación cuando no es de bar en bar. finalmente, Katerina, cristiana, entra a trabajar de criada en una casa de judíos. Ella parece la otra cara de la moneda en una sociedad en la que el racismo y los prejuicios imperan contra el pueblo judío. Katerina se justifica diciendo que han sido buenos con ella, pero no parece vivir en una sociedad dispuesta a aceptar algo así. Y continuamos a su lado en esta solitaria vida hasta que conoce a un hombre con el que tiene un hijo. A partir de este momento la novela, que era de ritmo pausado y desbordaba sensaciones, coge ritmo. No tardamos en seguir el periplo de Katrina hasta la cárcel lugar en el que sucede el temible Holocausto que el autor nos muestra bajo la mirada de esta mujer. No necesita nombrar la guerra para que nos situemos y nos horroricemos ante algunas de las reacciones en prisión a lo que está sucediendo. Katrina sale de la cárcel, continúa su vida con nosotros como compañía hasta que llegamos a ese momento en el que comenzaba su historia, aunque para ese momento Katrina ya no está sola porque nos ha ganado como fieles compañeros. Y es que la soledad sigue siendo algo constante en ese mundo suyo en el que los buenos parecen condenados.

     Appelfeld conocía las aldeas como las de Katerina y también el sufrimiento del pueblo judío. Sin embargo opta por contarlo con una ligera distancia sin hacer una pornografía del dolor habitual en este tipo de libros. Su prosa sencilla, la mirada limpia de una protagonista convencida por sus propias vivencias y la sensación de calma que emana incluso cuando nos cuesta seguir el ritmo casi vertiginoso que impone a la novela, hacen que nos horroricemos no por lo escrito sino al pausar la lectura y pensar en lo leído. Es un reflejo brutal envuelto en terciopelo de una sociedad machista y llena de prejuicios que existía no hace tantos años y el autor ha decidido relatarlo con una perspectiva diferente, tremenda, magnífica.

     Me ha gustado Katerina, me ha encantado. Es la historia terrible pero necesaria de una mujer fuerte en un entorno hostil con una vida que también parece haberse declarado hostil con ella. Leedlo. Merece la pena.

     A veces uno termina un libro y su protagonista permanece durante días al lado y tenemos la sensación de pasar por un pequeño duelo ante la despedida de la última página. Decidme, ¿recordáis algún personaje con el que os haya sucedido esto?

     Gracias.

lunes, 12 de noviembre de 2018

La ira. Zygmunt Mitoszewski


     "Imaginaos a un niño que tuviera que esconderse de aquellos a quienes ama. Hace lo mismo que otros niños. Construye torres con piezas, entrechoca sus cochecitos, finge conversaciones entre los peluches y dibuja casas con soles sonrientes sobre ellas. Un niño es un niño. Pero el miedo hace que todo parezca diferente. Las torres nunca se derrumban. Los siniestros de tráfico son incidentes más que accidentes. Los peluches susurran entre sí. Y el agua del recipiente de las pinturas rápidamente se transforma en un barro color gris sucio. El niño tiene miedo de ir a cambiar el agua y al final todas las pinturas están manchadas de barro. Todas las nuevas casas, los soles sonrientes y los árboles tienen ese mismo color, un desagradable negro azulado. 
     Aquella tarde, el paisaje de Warmia era de ese color".

     Ya he comentado que últimamente una de las colecciones de novela negra y policíaca que más me gustan es la que está desarrollando Alfaguara. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La ira.

     Recuperamos al fiscal Szacki en Warnia, una ciudad que no le gusta, fría y gris en la que vive con su nueva novia y su hija. Su vida cotidiana es un intento de capear la permanente amenaza de tormenta entre ambas y en lo profesional poco o nada ha cambiado, ni en su aspecto rígido, ni en sus convicciones personales. Szacki echa de menos un poco de acción y el destino no tarda en ponerle delante un montón de huesos: lo que debería de ser algo rutinario se convierte en una interesante investigación buscando datos sobre los huesos y también sobre quién los puso en el lugar que se hallaron. Y su trabajo no acaba ahí, una mujer acude a su despacho para acusar al marido de intimidarla, aunque sin usar violencia de ningún tipo. Algo pasa en Warnia y Szacki será el encargado de descubrirlo.

     La ira es la tercera y, hasta donde se puede saber, última entrega protagonizada por Szacki, un personaje irascible, casi huraño y un tanto estirado al que el lector termina comprendiendo, casi solidarizándose con él. Sin embargo, hay que decir que no es imprescindible haber leído las anteriores entregas para disfrutar de esta, ya que solo nos perderíamos una mínima parte de su vida personal.

     Mitosewski nos plantea dos casos interesantes con elementos que descolocan al lector, intrigándole para seguir leyendo. En primer lugar los huesos encontrados con pinta de ser antiguos resultan ser mucho más recientes de lo esperado y no solo eso, sino que cuando comienzan a identificar a la víctima se topan con reacciones curiosas en su entorno más cercano. El segundo caso, al que se refiere como el de la calle Równa, es mucho más actual ya que nos habla de matrimonios y violencia de género en la forma que sea, de hecho, en esta novela se hace mucho hincapié en este tipo de violencia dentro del entorno familiar, ya sea física, psicológica o simple miedo y en cómo afectan este tipo de relaciones a los hijos de las parejas. Incluso si ellos parecen quedar al margen nunca lo están y Mitoszewski realiza una denuncia y radiografía muy acertada de esta terrible realidad aprovechando su novela.
     La investigación se va encauzando poco a poco y en ella descubrimos a algún viejo conocido que se mezcla con entradas de lo más ocurrentes, como el señor Frankenstein, con quien he de reconocer que me he reído un rato. Y es que esta es una de las características de la pluma del autor: el sentido del humor. Su protagonista no es políticamente correcto, ni siquiera amable, y parece dotado para decir lo que no debe con un carácter borde y seco que llega a resultar cómico para el lector. De este modo, lejos de caer antipático uno termina adoptándolo casi como a un vecino gruñón. Y eso que, en esta novela, el autor ha decidido no ponérselo fácil, como descubrimos en el avance que nos da el primer capítulo.
     Los personajes quedan perfectamente perfilados. Me ha gustado especialmente la hija, Helas, y la particular relación que mantiene con su padre y con el mundo, muy propia de la adolescencia, así como las magníficas descripciones de Warnia que van más allá de lo físico a lo cotidiano, que es la forma en que realmente se dimensionan las ciudades para que salten del papel.

     Parece un libro redondo, pero no lo es porque la trama cojea. Ya he comentado algunas veces que hay escritores que buscan enrevesarse tanto que acaban perdiendo al lector y también se pierden ellos mismos dejando cabos sueltos que afean la novela. Bien, eso es lo que ha pasado en esta historia, lo que empezaba bien parecía ir perdiendo su cauce para terminar en un final que ha conseguido que la palabra decepcionante flote en el ambiente. Una lástima, le tenía muchas esperanzas.

     Con todo La ira es una novela entretenida, y eso ya es mucho teniendo en cuenta mis últimas lecturas. ¿Lo mejor? el uso del género para realizar una denuncia social tanto de la violencia en el entorno familiar, como en las reacciones por parte de las administraciones públicas y también en el entorno co un pequeño tirón de orejas hacia aquellos que intuyen pero no hacen nada.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Milkman. Anna Burns


     "The day Somebody McSomebody put a gun to my breast and called me a cat and threatened to shoot me was the same day the milkman died. He had been shot by one of the state hit squads and I did not care about the shooting of this man. Others did care though, and some were those who, in the parlance, ‘knew me to see but not to speak to’ and I was being talked about because there was a rumour started by them, or more likely by first brother-in-law, that I had been having an affair with this milkman and that I was eighteen and he was forty-one". 

     Leo premios. Y no me importa admitirlo, de hecho, hay algunos premios que desde su concesión me rondan la cabeza hasta que al fin logro comprarlos. Este es el caso del Man Booker Prize y hoy traigo a mi estantería virtual la novela que lo ha ganado este año. Se trata de Milkman.

     Una joven que conocemos como narradora echa la vista atrás y relata su experiencia  en su vecindario, un lugar cerrado y cercado por las ideas de los propios vecinos, cuando un hombre casado y paramilitar que se hacía llamar Milkman posó sus ojos en ella.

     Lo primero que atrae de Milkman es la voz de su narradora, honesta y potente. Ya en ese primer fragmento con el que se abre la novela vemos perfectamente definido el estilo de toda la narración. Una narración en la que la autora decide prescindir de los nombres porque realmente son necesarios. Nadie nos dice que estamos viviendo Belfast en los setenta, pero podríamos discutirle eso a cualquiera que afirmase que se ambienta en otra ciudad. Incluso sin haber vivido allí, a poco que uno haya leído, es fácil identificar el contexto de esta historia. Y allí conocemos a la narradora, a Milkman que realmente no es lechero sino un hombre controlador de mucha más edad que ella, casado y extremadamente controlador. Poco importa que en realidad no le haya puesto un dedo encima porque estamos en una sociedad cerrada de esas en las que lo único vale es el "conmigo o contra mi". Allí no hay medias tintas, los estratos quedan definidos y ella, al igual que el lector, intimidada por este siniestro personaje. La política y la violencia están en las calles, pero también el férreo control de la vecindad, esas sociedades que deciden quién es el chico adecuado, que le obligan a tener un "casi novio" y que ahora señalarán a esta chica como estropeada para conseguir al chico adecuado con quien casarse. Un ejemplo de ello es la madre de la niña, para quien la rumorología es más importante que la palabra de la joven. No no dirá tampoco su nombre, y es que para Burns no parecen ser tan importantes como los roles definidos que desempeñan: conoceremos entonces al casi novio, al verdadero lechero, las hermanas, a McSomeboy (otro pretendiente) y así una lista de personas que conforman con sus palabras, miradas y creencias esta magnífica historia.

     Confieso que cuando compré el libro fue sin saber casi nada sobre su argumento y también que temí lo que iba a encontrarme al leer las palabras "chica joven, relación, hombre mayor casado". Y sin embargo apenas habían pasado una docena de páginas cuando ya era consciente de lo que tenía entre manos. Una novela densa, sí, con párrafos largos, a ratos casi interminables, pero cuya lectura es mucho más enriquecedora que lo que uno pudiera esperar con las sinopsis que nos presentan. Un momento social complicado en el que, como dice la protagonista, es mejor pasar desapercibido aunque luego ella resulte llamativa con su individualismo y su manía de caminar leyendo. De hecho, si no hubiera sido por ello, Milkman no la hubiera mirado. Y un momento en el que esa mirada, esas apariciones demostrando conocimientos sobre cada uno de sus pasos y esa mirada social que les señala la marca a ella por encima de lo que él haga o haya podido hacer. Porque si algo sabe transmitirnos Burns es esa opresión de una sociedad cerrada, el pesimismo, la diferencia a la hora de valorar a los hombres y las mujeres y también a la hora de juzgarlos, la violencia, las sospechas: el dedo acusador. Y es justo en este ambiente en el que la narradora destaca ya que empieza a cuestionarse esa jaula; puede que sea un producto más de su entorno, pero tal vez sea para ese entorno un producto defectuoso. Quizás las cosas, como en una escena magnífica en la que unos alumnos repiten que el cielo es azul para acabar mirando por la ventana y descubrir los distintos colores que lo forman, no sean tan rígidas como parecen obligados a vivirlas. Sin embargo no siempre es fácil el camino a seguir para poder mirar ese cielo.

     “I didn’t know whose milkman he was. He wasn’t our milkman. I don’t think he was anybody’s”.

     Milkman me ha parecido una gran novela con la que he disfrutado y que me ha obligado a pararme a pensar tanto en la sociedad que refleja, como en tantas otras que son espejos de ella. Y también me ha convencido para buscar otros títulos de Anna Burns. Sobran los motivos para recomendar este libro.

     Y vosotros, ¿sois lectores de premios?

     Gracias.

lunes, 5 de noviembre de 2018

La madre. Fiona Barton


     "El ordenador parpadea cuando me siento frente a la pantalla, es como si notara mi presencia. Un toque en el teclado y aparece una fotografía de Paul, la que le tomé durante la noche de bodas en Roma. Me mira, embelesado, desde el otro lado de la mesa que compartimos en Campo de’ Fiori. Al verla, intento corresponder a su sonrisa, pero cuando me inclino hacia delante vislumbro mi propio reflejo en la pantalla y me detengo. Odio verme de improviso. A veces ni siquiera me reconozco. Crees saber qué aspecto tienes y de repente te encuentras a esa desconocida mirándote fijamente. A veces incluso me asusto".

     Siempre me han interesado los fenómenos literarios, y los acabo leyendo con más o menos éxito, pero me gusta opinar desde la lectura. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La madre.

     Recuperamos a la periodista Kate Waters mientras lucha en su redacción por conservar el trabajo de periodista frente al implacable empuje de las nuevas tecnologías. Allí se fija en una noticia que habla del hallazgo del cadáver de un recién nacido en el patio de una casa, un cuerpo que parece tener muchos años y un misterio por desentrañar. No será la única persona que se vea afectada por la noticia, una mujer llamada Ángela verá en ella la posibilidad de saber que sucedió con su hija desaparecida hace cuarenta años, y otra llamada Emma se sentirá culpable de una forma casi irracional.

     Conocimos a Fiona Barton con su novela La viuda, un éxito tan aplaudido como vapuleado en el que nos presentó, además, a Kate Waters. En La madre, al igual que en su novela anterior, hay un niño, varios puntos de vista y mujeres como protagonistas principales de la acción. No es la única autora que repite formulismo y de hecho es algo habitual en el género.
En este caso, de las tres mujeres que forman el eje principal, Waters es la que más interés despierta en el lector, quizás por ser la menos repetitiva en sus acciones y pensamientos, y serán los ratos en los que la acompañemos junto a su becario, aquellos en los que la novela avance con más o menos éxito por la trama. Emma  que se tortura de forma incesante sin llegar a desvelar el motivo durante la mayor parte de su aparición, se repite una y otra vez y no siempre quedan justificadas sus reacciones ni tampoco la relación con su madre Jude, a quien introducirá en la historia para presentarnos a una mujer vanidosa y egocéntrica. Por último Ángela, representa a la perfección el papel de mujer que sufre una gran pérdida y no logra recuperarse convirtiendo su vida en un islote en medio del mundo y de su propia familia. Con todas ellas, más allá de la trama, Barton parece querer dar pie a una pregunta, ¿qué es la maternidad?, porque también Waters tiene un hijo cuya relación entrevemos, así como la que tiene con su becario, el jovencísimo hijo de una mujer poderosa. Y a fin de cuentas, hay muchos tipos de maternidad, que se pueden ver reflejados en cada decisión tomada empezando por la de tener o no un hijo. Sin embargo, esa pregunta se oculta tras la trama llegando tan solo a insinuarse entre silencios y alguna contradicción, opacando de este modo lo que considero podría haber sido lo más relevante de la novela.

     La trama es relativamente sencilla y, pese a que Barton busca generar dudas y añade un par de elementos más que puedan resultar atractivos para el lector o terribles, incluso dramáticos, la resolución final difícilmente cogerá de sorpresa a quien haya puesto un mínimo de atención a la historia. He encontrado además, huecos e inexactitudes, incluso alguna repetición que reconozco me ha llegado a resultar hasta divertida (a fin de cuentas el sentido del humor de cada uno es algo muy personal).

     La madre es un libro que llega con la intención de mantener al lector entretenido; sin embargo, la necesidad que parece tener la autora de repetir una y otra vez los hechos, consiguen que una trama que hubiera podido ser un buen rompecabezas llegue a tornarse en algo aburrido por momentos, perdiendo esa agilidad tan necesaria en este tipo de novelas que tan mal soportan el desgaste. Sinceramente, no creo que repita con la autora.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.