miércoles, 20 de octubre de 2021

Los ingratos. Pedro Simón

 


     "Nos rezaban que cuatro esquinitas tenía mi cama y que cuatro angelitos nos la guardaban, pero mi cama por lo menos tenía cinco. Y uno de ellos era una señora de campo que pinchaba cuando te daba un beso".

     Hay libros que son un éxito inmediato, que se leen con miedo a no formar parte del grupo de lectores que lo recomiendan de forma entusiasta prácticamente desde el mismo día que vio la luz. Hay libros como el que hoy traigo a mi estantería virtual, se trata de Los ingratos.

     Conocemos a David, el hijo menor de una maestra trasladada a una zona rural del interior. Estamos en 1975 en una zona que ya se va despoblando y David se encuentra en plena etapa de jugar y descubrir sin saber que la llegada a su vida de Emérita va a marcar una impronta en su alma. Tanto como él en la de ella.

     Los ingratos es contada por un David ya adulto que echa la vista atrás para relatarnos aquellos tiempos y que se complementa con la voz de Emérita mediante documentos. Habla de una época de transición marcada solamente por eso en la que, muchas veces, el mayor éxito de una persona anónima consiste en poder mudarse a la capital con un trabajo esperando. Habla también de relaciones sencillas y entornos pequeños, de relaciones fáciles o al menos sinceras y de personas de carne y hueso. Y nos relata este entorno desde la nostalgia por una infancia que ya se ha dejado atrás y que posiblemente convierta a quien recuerda en alguien benévolo con sus propias vivencias en una época en la que, cada día, se aprendía algo nuevo. Y lo hace con un cierto poso deudor pero sin tirarnos de la oreja, nos habla de lo que fue y de lo que vivieron muchas personas, como diría nuestra abuela "para que tú estés ahora mismo ahí". Y habla de la relación de David con "Eme", esa mujer que llegó sin un hijo y que vio en el niño que la enseña a leer a otro. Todo eso y alguna cosa más es esta novela.

     Y ahora viene mi parte, la que me cuesta porque no encajo con la visión general de esta novela: el tono. Hay un tipo de novelas que conecta con el público, un "niño con pijama de rayas", un "cuéntame" que vendría al pelo en este caso (al menos según la primera temporada que es la única que me lancé a ver con bastante retraso), en el que niños inocentes toman la voz entre vivencias sencillas y aparente pulcritud y mirada limpia para lanzarnos pequeñas consignas sobre ver el mundo con sus ojos, los felices que son con los pequeños detalles y teñir, en definitiva, con más o menos moralina, narraciones que en el caso de haber optado por una voz adulta hubieran podido ser grandes dramones. No dudo del trabajo de este tipo de tonos ingenuos que ocultan grandes esfuerzos por alcanzar la verosimilitud (en este caso lo consigue sobradamente) en su relato, pero es que a mi los niños nunca me han gustado. Y se ve que tampoco me hacen demasiada ilusión como narradores, me cuesta horrores empatizar con ellos y tiendo a protestar. Y de ahí viene mi desconexión con una novela que ha sido concebida para que el lector se deje arrastrar por esas vivencias inocentes, esa nostalgia, y se pregunte en definitiva si realmente es un ingrato o no cuando echa la vida atrás a ese mundo más sencillo y busca en sus recuerdos pequeñas partes coincidentes, restos comunes, que le permitan disfrutar aún más si cabe de las letras que tiene entre manos. Así que me quedo con la sensación de haber leído medio libro aunque el mío contuviera todas las páginas ya que me veo ajena a las emociones que son la principal baza de este tipo de novelas. Y, si tengo que quedarme con un niño en un pueblo sin nombre, me quedo con el Mochuelo, Daniel, en ese pueblo que ahora muchos identifican con Molledo, ya me entendéis.

     Los ingratos es una novela perfecta para aquellos que tienen el alma sensible y se dejan arrastrar por sensaciones ajenas, por quienes disfrutan de voces inocentes, cogieron cariño al niño de cuéntame y no les importó que el niño nombrado del pijama estuviera relatando una historia del todo imposible. Un libro para ser disfrutado por quienes se dejan tocar por las voces más que por las palabras.

     Y vosotros, ¿os gustan los libros protagonizados por niños?

     Gracias.

lunes, 18 de octubre de 2021

Como una novela. Daniel Pennac

 


     "Digamos que existe lo que llamaré una ‘literatura industrial’ que se contenta con reproducir hasta la saciedad los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos a granel, comercia con buenos sentimientos y sensaciones fuertes, se lanza sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para parir una ficción de circunstancias, se entrega a ‘estudios de mercado’ para vender, según la ‘coyuntura’, tal o cual tipo de ‘producto’ que se supone excita a tal o cual categoría de lectores. 
     Sin lugar a dudas malas novelas. ¿Por qué? Porque no dependen de la creación sino de la reproducción de ‘formas’ preestablecidas, porque son una empresa de simplificación (es decir, de mentira), cuando la novela es arte de la verdad y (es decir, de complejidad), porque al apelar a nuestro automatismo adormecen nuestra curiosidad, y finalmente, y sobre todo, porque el autor no se encuentra en ellas, así como tampoco la realidad que pretende describirnos. En suma, una literatura del “prêt a disfrutar”, hecha en moldes y que querría meternos en un molde. No creamos que estas idioteces son un fenómeno reciente, vinculado a la industrialización del libro. En absoluto. La explotación de lo sensacional, de la obrita ingeniosa, del estremecimiento fácil en una frase sin autor no es cosa de ayer. Por citar únicamente dos ejemplos, tanto la novela de caballerías como, mucho tiempo después, el romanticismo se empantanaron ahí. Y como no hay mal que por bien no venga, la reacción a esta literatura desviada nos dio dos de las más hermosas novelas del mundo: “Don Quijote” y “Madame Bovary”. Así pues, hay ‘buenas’ y ‘malas’ novelas. Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas. "

     De todos los libros que se han escrito sobre libros, uno de los más famosos es este de Pennac. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Como una novela.

     Como una novela más que un ensayo es una petición. Pennac, maestro y padre, pide que a los niños se les enseñe el amor por los libros, por la literatura, que se elijan buenas historias y se libere al niño de los buenos libros elegidos bajo férreas directrices que no tienen en consideración a quién va dirigido salvo por lo que tenga que aprender. Que dejen que la literatura se estudie, pero que los libros se disfruten. Defiende al profesor que lee en voz alta en clase captando lectores para su novela, y muestra algo que me ha llamado la atención y es que es muchas veces más fácil para un jovencísimo lector, salirse de la literatura patria cuando se quiere disfrutar. Y digo que me ha sorprendido por no decir que me ha convencido. Habla Pennac, en una de sus partes más conocidas, de los derechos del lector: uno de ellos no leer. Y afirma sin despeinarse que está bien abandonar libros, ojearlos (u hojearlos) pasando páginas porque el lector no los disfruta y defiende a aquellos que leen en el baño (y no se refiere a esas damas de revista con bandeja y pétalos de flores que se llevan a la bañera un libro y una copa de vino: benditas equilibristas). 

     Y ahora, una vez contado lo que es este libro precioso escrito de forma sencilla y con ejemplos que destila amor por la literatura, vayamos hacia la pared, apuntemos con la cabeza y despertemos. Y volvamos a empezar...

     Como una novela es la utopía de un profesor que ama la literatura, un libro en el que deja volar su imaginación hacia un mundo en el que explica cómo deberían de ser las cosas, pero que sabe que nunca va a llegar. Tiene puntos que son sueños románticos de amores literarios y otros que directamente son pura fantasía, como eso de enseñar la literatura por la propia literatura. Nos habla de formas de elección de libros para la escuela que se acercan más a un debate entre antiguos alumnos que a listas estudiadas por distintos profesores y yo lo leo y pienso que sería bonito, pero que... ¡Ay! Mi pobre y romántico Pennac. No digo que esté mal, a todos nos gusta soñar y levantamos la vista y miramos ese avión que va a saber dónde pero que ahora que lo vemos va a Cancún y nos lleva dentro... pero luego volvemos a mirar al frente y supongo que Pennac lo hace y nos deja los derechos del lector que es, no vamos a engañarnos, la única parte realista.

     Como una novela es un libro bonito con el que es fácil empatizar ya que cuenta al lector, ese que disfruta leyendo habitualmente, lo que quiere oír en forma de argumentos inocentes y cargados de amor por la literatura. ¿Y qué pasa entonces con aquel que no es lector empedernido? Bien, pues a ese le dice que uno de sus derechos es el de no leer.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

miércoles, 13 de octubre de 2021

La llama inmortal de Stephen Crane. Paul Auster

 


     "Nacido el Día de los Difuntos y muerto cinco meses antes de su vigésimo noveno cumpleaños, Stephen Crane vivió cinco meses y cinco días en el siglo xx, deshecho por la tuberculosis antes de haber tenido ocasión de conducir un automóvil o contemplar un aeroplano, ver una película proyectada en pantalla grande o escuchar la radio, un personaje del mundo del caballo y la calesa que se perdió el futuro que aguardaba a sus pares, no solo la creación de aquellas máquinas e inventos milagrosos, sino los horrores de la época también, incluida la aniquilación de decenas de millones de vidas en las dos guerras mundiales. Fueron sus contemporáneos Henri Matisse (veintidós meses más que él), Vladímir Lenin (diecisiete meses mayor), Marcel Proust (cuatro meses más), y escritores norteamericanos tales como W. E. B. Du Bois, Theodore Dreiser, Willa Cather, Gertrude Stein, Sherwood Anderson y Robert Frost, todos los cuales vivieron hasta bien entrado el nuevo siglo. Pero la obra de Crane, que rehuyó las tradiciones de casi todo lo que se había producido antes de él, fue tan radical para su tiempo que ahora se le puede considerar como el primer modernista norteamericano, el principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través de la lente de la palabra escrita".

     Me encanta volver a los brazos de mis escritores favoritos. Por eso he querido volver del puente con Paul Auster. Hoy traigo a mi estantería virtual, La llama inmortal de Stephen Crane.

     Cuando uno hace una reseña de una biografía tiene que tener cuidado no dejarse caer en contar la vida y olvidarse de la forma en que se hace. Eso si el libro nos ha gustado, como es el caso. Y es que Auster escribe esta biografía desde la admiración y la técnica narrativa, generando un equilibrio en el que el lector se permite quedar deslumbrado por la figura del que nos dicen causó una pequeña revolución en el mundo literario de Estados Unidos pero que aquí, al otro lado del océano, muchos solo conocen por La roja insignia del valor. Nos cuenta Auster que Crane nació en Nueva Jersey y que murió de tuberculósis con 28 años dejando una lista bastante prolífica de producción literaria ya fuera novelas, poemas o cuentos. Auster es, por una de esas casualidades de la vida en las que yo no creo, del mismo vecindario que Crane y sin que eso le influya a la hora de admirar al objeto de su novela, desprende una contagiosa admiración hacia el autor en cada una de sus letras. Lo eleva incluso al olimpo de los escritores estudiados y admirados por los académicos y lamenta que el lector habitual, el paseante que entra en una librería, parezcan haberlo olvidado. Mezcla entonces sus propias opiniones, de las que no se desprende jamás, con títulos de obras del autor, parte de sus experiencias vitales y un retrato de la época y lugares que Crane frecuentaba y realiza un meticuloso trabajo que casi parece un estudio y que se arriesga a que resulte pesado para aquellos que no compartan su opinión sobre el protagonista de su último título. Y es que reconozco que me reí considerando a Auster un adelantado. Os explico: cuando aparece el título empiezo a ver en las redes preguntas sobre si estábamos ante una biografía, una novela y qué parte de ficción podríamos encontrar en ella. Bien, Auster se adelanta y cuaja su libro de datos o fuentes que ha consultado y estudiado para finalizar este proyecto tras tres años de trabajo, con lo cual parece que su intuición ya le avisaba de cuáles iban a ser las dudas de los lectores. Y cierto es que se agradece tener claras las cosas, pero también que no era necesario profundizar tantísimo en determinados momentos más accesorios que principales, solo que cuando uno tiene la pluma de Auster, poco acaba importando si es vital o no lo que relata de una forma tan estudiada.

     Si esto fuera una de esas publicaciones importantes, que ahora diría que Auster ha escrito la biografía definitiva. Pero somos simples lectores, de esos que tal vez hayamos olvidado a Crane o ni siquiera lo hemos leído, y eso significa que nuestra percepción solo puede venir de lo que Auster nos relata. Quizás por eso la parte anecdótica, los motivos o causas para llegar a un determinado argumento, sus compañeros o los ambientes que el autor frecuentaban se antojan en muchos momentos las mejores partes de la trama en una novela que hubiera funcionado mejor para el lector de calle con un pequeño recorte métrico.

     La llama inmortal de Stephen Crane es un libro magnífico para quienes ya partan siendo fans de uno u otro escritor, Auster o Crane. Para el resto es una biografía interesante que posiblemente les conduzca a más de un título y, de esto estoy segura, a ver una película.

     Y vosotros, ¿con qué libro habéis vuelto del puente?

     Gracias.

miércoles, 6 de octubre de 2021

El Nobel de Literatura

 


     Nos encantan los premios, no me digáis que no. Nos gusta verlos, saber quién se los lleva y, sobre todo criticar. Y mañana se entrega el premio de los premios, el Nobel de Literatura, que nos corre un poco de prisa para poder lanzarnos a especular sobre el Premio Planeta, la verdad. Y sí, no los estamos comparando y sabemos que no tienen nada que ver, pero, como ya he dicho, la cosa es que nos encantan los premios. 

     Hoy toca volver a demostrar que somos listísimos y, puesto que ya nos hemos dado cuenta de que no vamos a acertar con el hombre, empezar con conceptos más generales. Como El Nobel se da a personas que en su obra se destaque la representación de una cultura o denuncia social o.... pues diremos que se lo lleva un activista. Que luego no, pero oye, alguna actividad realizará, al menos escribir, que eso ya nos lo han asegurado y mira, algo acertamos. Salvo que se lo lleve un cantante, que por mucho que sus letras sean propias y la música es poesía y todo eso, no deja de ser un cantante... al que defenderemos porque nosotros dijimos que se lo iba a llevar un escritor (aunque quede un tanto cogido por los pelos). También podemos jugar a si se lo lleva un hombre o una mujer, ahí tenemos un 50%, a si va a ser de tal o cual raza, que tampoco solemos acertar, o a si es conocido o no (pero no muy alto no sea que cuando nos pongamos chulos diciendo que será un desconocido asiático se lo lleve Patrick Modiano). Lo único que parece claro es que se niegan a escuchar las voces de lectores que piden que se lo den a Murakami, al que posiblemente no se lo den hasta que desaparezca de las quinielas de apuestas durante dos o tres años.

     Este año dominan la lista de apuestas las mujeres, como viene siendo habitual en los últimos tiempos y tenemos a eternos candidatos, ya sea por calidad, mérito, amor o esperanza que se mezclan con superventas de mayor o menor reconocimiento literario. Así Ernaux se mezcla con King mientras que Javier Marías, un habitual patrio, saluda a su ya compañero habitual de apuestas Mircea Cartarescu. Vemos a Attwood,  Maryse Conde y Knausgaard junto a Ko Un y De Lillo y así hasta completar una pequeña lista cuya imagen está sacada de una de las más famosas casas de apuestas online cuya utilidad, más que predictiva, es la de sacar un buen puñado de nombres cuya lectura seguramente merezca la pena.

     Para ganar el Nobel hay que escribir, sí, pero también hay que estar bien relacionado para que la asociación adecuada te proponga y es que, como la propia academia dijo, ya saben que no premian al mejor escritor del mundo, pero al menos están seguros de premiar a un muy bueno.

     Si miro la lista mi apuesta ni siquiera sale, se ve que la predicción no es lo mío. Y vosotros, ¿ya tenéis vuestra apuesta?

     Gracias.

lunes, 4 de octubre de 2021

El hombre de la bata roja. Julian Barnes

     "En junio de 1885, tres franceses llegaron a Londres. Uno era un príncipe, otro era un conde y el tercero era un plebeyo de origen italiano. Posteriormente el conde declaró que el propósito del viaje era hacer adquisiciones intelectuales y decorativas".

     Que me gusta Julian Barnes no es un secreto y cuando Anagrama anunció este título con esta maravillosa cubierta, lo anoté. Hoy traigo a mi estantería virtual, El hombre de la bata roja.

     Conocemos a Jean Pozzi célebre ginecólogo francés y Don Juan de belleza reconocida cuando, en 1885, llega a Londres con dos compañeros de viaje a Londres con la intención de compara tela en Liberty y visitar la Grosvenor Gallery para ver a Edward Burne-Jones y acaban en el Reform Club junto a Henry James. Pozzi es un burgués al que su buena fortuna matrimonial le ha permitido ascender socialmente tanto como para codearse con un conde y un príncipe (sus compañeros de viaje) y añadir a su vida una esposa y una hija a la que adora y que el lector percibirá como una mujer celosa. siendo Pozzi el único hombre heterosexual de este trío destaca además por su pericia y éxito sexuales entre las damas. Recorreremos su vida y lo veremos arrogante y con un destino benévolo incluso en la parte física y es que la novela no solo retrata la Belle Epoque, aunque ciertamente es la parte más destacable, además avanza en el tiempo hasta llegar al último suspiro del doctor capaz de convertirse en un hombre apreciado por su círculo cuyo éxito, intuye el lector, va a ser eterno y no pasajero ya que en ningún momento tenemos la impresión de estar ante un libro moralista. Así que conocemos, como decía, a Jean Pozzi. Porque esta es su vida.

    Con un comienzo que a mi me suena a chiste y que identifico claramente con el tono de Barnes, siempre dejando un espacio para la duda entre la seriedad y la ironía, nos relata la llegada de tres estetas con una suerte de carta de recomendación para Henry James y la firme intención de comprar telas para cortinas. Basado en personajes reales, el libro deja clara la fascinación que produce Pozzi tanto como que, en este caso, esa admiración trasciende lo temporal y llega hasta nuestros días y el autor que relata su vida. Pozzi fue un cirujano válido incluso para sacar una bala en caso de duelo, y da un razonamiento bastante divertido sobre el costo del duelo frente al de la demanda, o casi cualquier cosa que a uno se le pueda ocurrir. Me resultó particularmente divertido encontrarme a este Doctor Amor presa en semilibertad de un matrimonio desdichado que se paseaba enamorando pacientes mientras advierte al lector de que un juicio a su protagonista basado en la sociedad actual bien podría dar al traste con la imagen que Pozzi proyectaba. En la novela Pozzi está acompañado por el Príncipe Edmond, que se especializa en bodas económicamente rentables con una doble vida debido a su verdadera orientación sexual y el tercero en discordia era el conde Robert de Montesquiou coleccionista de curiosidades y protagonista de su propio título Levels of Life.

     Barnes se documenta sobre un hombre cuyo descubrimiento le impactó y lo hace con pulso firme y datos veraces que nos regala en una novela francamente divertida llena de cotilleos, burlas, duelos y casi cualquier cosa que se le pueda ocurrir al lector que sea susceptible de sacarle una sonrisa mientras nos deja un magnífico retrato de la Belle Epoque plagado de nombres conocidos que finaliza con un broche tan verídico como irónico en una de esas vueltas que da la vida. 

      Pero lo mejor de la novela es que leer a Barnes implica... leer a Barnes. Sus comentarios mordaces, sus opiniones no siempre políticamente correctas y sus valores sobre algunos temas, quedan perfectamente indexados dando una opinión, por supuestísimo parcial, de casi cada uno de los actos que en este libro se enumeran. Y es precisamente esa voz, la que ya puse tono gracias a los encuentros y entrevistas, la que hace que regrese una y otra vez a Barnes. Porque sí, como él mismo dice, la realidad puede ser simple, inverosímil y moralista pero, precisamente por ese motivo, hay que saber relatarla. Y Julian Barnes lo hace como nadie.

     El hombre de la bata roja es una novela divertida que os recomiendo a todos tanto si es vuestra primera vez como si ya estáis familiarizados con la pluma de Barnes.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

     PD: El célebre pintor John Singer Sagent inmortalizó en "El doctor Pozzi en casa" a Samuel Jean Pozzi  y ese es el origen de la cubierta del libro. Os lo presento y ya me diréis si es asquerosamente guapo o acaso un Dios como dijeron algunas de sus amantes atribuídas