sábado, 22 de diciembre de 2018
Las listas, las tontas y otras cosas de fin de año
En este mundo en que vivimos, basta con poner "lista de..." y google te quiere. Añade un número facilón, pongamos el 10, y google te adora y te posiciona porque la gente parece sentir la necesidad de buscar qué es lo mejor del año que finaliza, para ir poniendo cruces en lo hecho y asumir que lo que no hizo son las tareas pendientes para el año entrante. De hecho no hay más que ver los comentarios habituales diciendo, "me faltan 3...4..." como si fueran tareas pendientes. Sinceramente, a mi eso, no me va. Me niego a sentarme delante de los estantes que guardan los libros que he leído el aún presente año y preguntarme qué hice con mi tiempo si le faltan 2, 5 o 7 de esos fantásticos libros que Perenganito, desde Quintanilla de la Oreja, dice que son los mejores. O el ilustrísimo Sr D Criticón, lo mismo me da. De hecho, no me gustan las listas en general, y aún menos las que prometen colocarte los mejores libros de la semana, día, mes, año, década o lo que sea que se les ocurra. Y eso muchos de vosotros lo sabéis porque llevo tiempo desgranando libro a libro algunas listas de los sábados en twitter (en diciembre no lo hago porque con leer lo mejor del año una y mil veces ya tengo bastante). Desde aquí le mando saludos a mis queridos recomendadores, que este mes deben de estar sudando la gota gorda.
El caso es que tengo un problema, y es que parece ser que toda buena lista debe de ir con una medida de ingredientes que uno no se puede saltar.
A saber: ha de tener la mitad más uno de autores patrios, la mitad más uno de mujeres y la mitad más uno de editoriales pequeñas pero de nombre, de las cuales la mitad menos uno serán desconocidas. Incluirá por supuesto ese libro tan sonado que de repente parece adorar todo el mundo y que no es un novelón facilón, aunque suceda, como en el caso del año pasado, que el libro se haya publicado en el año anterior. Total, ¿quién se va a fijar en algo así? Se trata de que al menos en un libro, todo el mundo se sienta identificado con la elección y que de ese modo se mire al resto con buenos ojos justo antes de las compras Navideñas. A fin de cuentas y como explicaba, esto es una receta medida, y en las recetas uno no puede dejar nada al azar, que si empezamos con pellicos y pizcas la cosa termina por oler a quemado. Así que empecemos por el superconocido, y luego ya vamos colocando, los ensayos sobre todo que vayan repartiditos, que la cosa no está como para ponerlos del tirón. Pongamos, sin ir más lejos, uno en segundo lugar que se aproxime a alguno de los temas de moda, pero sin ser política directamente. Y a partir de ahí, si uno se fija, descubre que van saliendo algunos de los títulos que durante el año ya nos dijeron en sus promociones y fajas que serían los libros del año. De hecho, si comparamos listas, seguro que con no más de cinco, los tendríamos todos de una forma dispersa, como los adornos que se le ponen por encima a un postre intentando que no quede recargado. Llegados a este punto uno se siente en la necesidad de adorar a quienes dijeron de antemano qué libro sería el del año, como si en una bola de cristal se lo mostraran. Con todo ello, y para que la receta funcione, necesitamos un buen relleno. Y el relleno, en las listas, son los clásicos. ¿Quién no reedita un clásico hoy en día? Y qué bien quedan y lo socorridos que son. Combinan con todo y, en la mayor parte de los casos, los conocemos tanto que somos capaces de hablar de ellos sin haberlos leído.
Nos queda tener en cuenta que la gente recuerda mejor lo publicado en la última parte del año, que lo de los meses del comienzo, así que hay que alternar frío calor, y evitar aquellos que se sacaron para los meses de verano. Esos ya fueron consumidos, y aquí no se trata de piscinear. De las editoriales grandes, no olvidar meter uno de cada, o al menos en los grandes grupos, tener el criterio de elegir aquellas que son más mimadas por ellos y, si uno es un cocinero atrevido, corone su lista con un libro de correspondencia literaria y tal vez otro de poesía. Nada de youtubers o tuiteros o similar, por supuesto. Ni bestsellers, terror, ciencia ficción, distopías y cualquier cosa que suene similar. Estos ingredientes podrían estropear la receta perfecta que conforme a todo el mundo.
Y es que a mi todo esto, al final me acaba recordando al anuncio de este año de Nespresso en el que al pobre George Clooney se le cae una gota de café al suelo, y le riñen todos los intermediarios que han permitido que le llegue el café.
Otra cosa curiosa que tienen estas listas de fin de año, es que caducan, como el roscón de reyes o las torrijas. Y, aunque no te agraden demasiado, al año siguiente casi ni lo recuerdas y vuelves a ello, pero en cuanto lo tienes delante y ves las frutas escarchadas ya arrugas la nariz. Y es que hay nombres que se repiten una y otra vez en ellas, como si se tratase de alguna superstición antes de las campanadas; como eso de poner oro en una copa o llevar ropa interior de tal o cual color. ¡O comer las uvas!... sin atragantarse, claro. Y yo los leo y me pregunto si más que ponerlos en las listas de tareas para el año que viene, no deberían de airearse un poco. O tal vez sea que son como trufas, que para encontrarlas... en fin, que es complicado y no apto para todos. Eso será, sí.
Total, que me interesan poco los mejores libros y mucho los que más han gustado a otros lectores (o los que menos, la curiosidad es lo que tiene, que no siempre se mueve por los cauces más tranquilos), y esos si que me gusta leerlos y comentarlos y descubrir, o no, una lectura diferente a la que yo hice. Pero... ¿los mejores?, ¿comparado con qué? ¿de entre cuántos leídos para poder hacer esa selección? Porque lo mejor de un montón no ha de ser necesariamente bueno, todo depende del montón del que se saque.
Y vosotros, ¿cuál ha sido vuestra mejor lectura este año (sea su año de publicación el que sea)?
Gracias.
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miércoles, 19 de diciembre de 2018
Morir en el intento. Lee Child
"Nathan Rubin murió porque adoptó una actitud desafiante. Pero no como cuando haces algo en una guerra que te vale una medalla, sino por la típica explosión de rabia que hace que te maten en mitad de la calle".
Hace unos días leía que Tom Cruise ya no volverá a interpretar en el cine el papel de Jack Reacher porque buscarán alguien que se asemeje más al protagonista y recordé que yo sí podía continuar leyendo sus historias. Hoy traigo a mi estantería virtual, Morir en el intento.
En esta ocasión nos encontramos con Jack Reacher en una calle cualquiera de Chicago. Allí, haciendo casi gala de su apellido, ayuda a una mujer que va con muletas cogiéndole las perchas a la salida de una tintorería. En ese momento la mujer, y él por estar allí, es secuestrada. Ambos son retenidos y trasladados por la fuerza a una lejana ubicación y durante ese trayecto Jack descubrirá que la mujer no es solo agente del FBI, sino hija de un personaje muy importante de Estados Unidos. Ambos tendrán que confiar el uno en el otro durante su cautiverio para poder sobrevivir e intentar escapar con vida.
Conocimos a Reacher en la primera entrega de la saga, titulada con el nombre de su protagonista y lo recuperamos en esta segunda. Es cierto que no hace falta haber leído el anterior, ya que el autor se cuida mucho en ese sentido, pero, como siempre digo, tengo mis manías y a mi me gusta ir en orden. Reacher es un exmilitar que perteneció a la Policía Militar, "los que nadie quiere", y que recibió en su día varias medallas como la Estrella de Plata. Afirma no conocer apenas su propio país y en cambio conocer de sobra el extranjero así que aprovecha el tiempo que lleva fuera del ejército para ejercer de turista en u tierra. Es un hombre grande, rudo, con unos principios firmemente arraigados y una preparación precisa que no duda en ayudar a quien lo necesita. Es, en definitiva, un personaje carismático heredero de James Bond pero con un estilo que lo diferencia del archiconocido espía ya que frente al caballero impecable y normalmente impoluto, Reacher es un hombre rudo al que no le importa demasiado mancharse la ropa... o las manos.
Lee Child sabe lo que hace con esta novela: un libro que enganche al lector para que se le pasen sin pensar demasiado unas cuantas horas. Y para ello nos deja una novela plagada de acción en la que cualquier cosa que parezca simple se terminará complicando. Por supuesto que Reacher no busca ser creíble, tampoco Bond o Bourne lo hacen, a fin de cuentas, son una suerte de héroes modernos que no necesitan disfraz, pero cuyas habilidades suelen rozar con el término superpoder. En esta ocasión, y con chica más que atractiva incluida, entramos de lleno en una trama en la que los grupos separatistas que buscan la independencia harán el papel de malos para irse poco a poco centrando en el malo principal, la némesis de Reacher. Y el lector durante este proceso, se sienta y disfruta. Es más, ni siquiera se le pasa por la cabeza la posibilidad de que Reacher no lo consiga, y tampoco importa demasiado conocer ese detalle tan importante en otras tramas. Aquí de lo que se trata es de sentarse y disfrutar de un poco de acción, cosa que Child se encarga de hacer a manos llenas. Y nosotros solo tenemos que disfrutar.
Morir en el intento es una lectura entretenida con la que pasar unas cuantas tardes. Uno de esos libros que parecen fáciles pero que, sin duda, no lo son. A fin de cuentas nos sobran entretenimientos como para elegir leer.
Y vosotros, ¿os gustan este tipo de libros o los dejáis para el cine?
Gracias.
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lunes, 17 de diciembre de 2018
La invasión de las bolas peludas.Luke Rinehart
"Me llamo Billy Morton. Cuando conocía a Louie era patrón de una pequeña embarcación pesquera con base en Greenport, en el North Fork de Long Island".
A finales de año suelo recoger cada libro no leído y ponerme con él antes de comenzar el siguiente. Por supuesto eso no quiere decir necesariamente que me ponga a cero, pero lo intento. El libro que hoy traigo ha sido uno de los rescatados, por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La invasión de las bolas peludas.
Conocemos a Billy, un pescador gruñón y ya de cierta edad, cuando sale a pescar en su viejo barco con su compañía habitual. Pero ese día, un ser extraño bota por la nave. En un principio dicen que es un pez globo, pero esa forma e vida peluda y esférica sigue a Billy a casa demostrando que es mucho más que un simple pez. De hecho, se trata de una forma de vida alienígena. Y no es el único en nuestro planeta.
Con este argumento y un arranque francamente divertido, Rinehart nos obsequia con una sátira divertida en la que, como ya hicieran otros novelistas, utiliza a los extraterrestres para poner de manifiesto los problemas de la sociedad actual. En este caso, y a través de múltiples puntos de vista que irán desde el protagonista Billy, pasando por PEs, agentes e incluso prensa, hace una crítica dura y frontal al capitalismo imperante en nuestra sociedad y cómo la ha deformado hasta convertir a los ciudadanos en presos de este modo de vida. Los PEs pasan por ser unos seres inteligentes que vienen a este planeta a divertirse liberando al ser humano de la opresión de una vida competitiva en la que solo importa lo que se logra. Lo que pasa es que para liberarnos, estos inteligentísimos seres, hackean las redes, las cuentas de bancos y también, como lo, las organizaciones gubernamentales, convirtiéndose de este modo, en objetivos de las fuerzas de seguridad. La confrontación esta servida, y el autor no duda en dar momentos divertidos que buscan la sonrisa del lector. De hecho, en más de un momento llegué a dudar sobre si eran realmente tan inteligentes estos alienigenas que se comportaban como niños con exceso de azúcar en la sangre, dando botes y provocando con aparente ( o no) inocencia.
La novela es divertida. No solo por las bolas eludas que resultan tener caracteres dispares y poco razonables en general, sino también en las situaciones provocadas por los humanos. Es más, Billy me ha parecido una creación socarrona que supera con creces cualquiera de las ocurrencias que se le atribuyen a los PEs, las cuales acaban sonando como gracietas forzadas en busca del gag perfecto que haga reír al lector. La historia avanza sin demasiada premura convirtiéndose al final en un hilo predecible para quienes hemos leído historias similares, pero que se deja leer con relativa soltura. Sin embargo, y bajo mi modesta opinión de lectora, se alarga demasiado. A este tipo de tonos que oscilan entre la sátira y lo cómico, se les pide agilidad y, si bien es cierto que nunca dejan de suceder cosas, el encadenamiento forzado termina resultando excesivo y la novela finaliza justo en el momento en el que la historia vuelve a ponerse interesante. Todo ello me hace pensar que el autor ha construido un gag gigante en el que, con la excusa de divertir, da un tirón de orejas a la sociedad.
La invasión de las bolas peludas es una novela divertida que, si bien se ve lastrada por un exceso de páginas, permite al lector disfrutar de una novela diferente a las que vemos en las mesas de novedades y proporciona más de una sonrisa. El único riesgo es terminarla queriendo ser un PE.
"Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, quién diablos creó a los PEs?
Humano anónimo.
"Los seres humanos son el procedimiento empleado por el planeta para suicidarse".
PE anónimo.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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jueves, 13 de diciembre de 2018
La jaula de cristal. Hilary Mantel
"- ¿Le apetece una copa de champán?
Ahí empezó todo, más o menos una hora después de salir de Heathrow".
Hace pocos años descubrí a Mantel, y no he dejado de leer su obra desde entonces. Hoy traigo a mi estantería virtual, La jaula de cristal.
Conocemos a Frances, cartógrafa, en el momento en que viaja a Yeda, Arabia Saudí, para estar junto a su marido Andrew. Él ha conseguido un trabajo allí y piensan que el dinero que gane será suficiente como para establecerse de forma fija en un lugar tras 5 años de matrimonio y viajes. Sin embargo, a su llegada a Yeda Frances verá que la vida no es fácil en un país lleno de tradiciones, miedos y zonas oscuras. Y menos aún para una mujer.
En esta novela narrada a dos voces Mantel busca hacer un retrato de lo que muchas mujeres se pueden encontrar en determinado tipo de países y/o culturas. Frances a través de su diario usa su propia voz para transmitir sus pensamientos más íntimos, esos de los que no hace partícipe a su marido, y también de sus silencios al callar cosas que el narrador nos ha relatado. Y es que cada detalle es importante en este libro que una empieza con temor a que vaya a quedarse en la superficie de los tópicos y termina con temor por las personas que se ven viviendo allí tal vez atrapadas por sus propias circunstancias, por la vida o ¡qué se yo!
Frances es una mujer incómoda en un mundo de hombres. Una sociedad basada en "proteger la dignidad de la mujer" manteniéndola apartada, oculta, desinformada. Además, la autora tiene el acierto de presentarnos la microsociedad formada por los vecinos de Frances eligiendo con cuidado personalidades e incluso orígenes dispares que proporcionan al lector una información más extensa en cuanto a la vida allí. De hecho la propia Frances ataca a la vez que defiende esta sociedad a la que llega, ya de como ella misma dice, aborda cada tema por separado. De este modo podemos conocer, no solo los juicios por adulterio, la existencia de controles, desapariciones y muertes misteriosas en el país, sino también los ecos que pueden llegar a este país sobre las leyes y las costumbres en el mundo occidental, alguna de las cuales me dejaron tan boquiabierta como a la protagonista.
Thriller, dice la publicidad del libro. Bien, el misterio radica en el piso superior, del que entra y sale gente, en el que se oyen ruidos, pero que en teoría permanece vacío y del que nadie puede hablar. Quizás yo no hablaría de un thriller ya que si antes decía que el edificio es una microsociedad que representa una parte para que veamos el conjunto, era de esperar que también estuviera estamentado. Y el edificio son las zonas oscuras, los secretos a voces de los que nadie habla y ante cuya puerta se baja con la cabeza baja. Así también el casero maquilla, coloca, ordena... y no deja nada al azar en esta novela.
Mantel nos deja así un libro basado sobre todo en las descripciones de costumbres y en la sensación de opresión de la familia protagonista. Es curioso como llega un momento en el que Frances vive agobiada y la autora llega a transmitirnos incluso más dudas de las que representa la protagonista. En mi caso, por ejemplo, llegué a tener dudas sobre si el marido conseguiría adaptarse demasiado y yo misma me pregunté si no serían imaginaciones mías.Cuando un libro consigue traspasar así las páginas, consiguiendo que veas fantasmas donde ni siquiera los expresan, es porque el trabajo narrativo es excepcional.
La jaula de cristal es un buen libro, una novela que no debemos olvidar no reza como ensayo pero que puede ser ilustrativa en más de un sentido para el lector. Y una buena forma de acercarse a las letras de Mantel.
Y vosotros, ¿utilizáis la literatura para acercaros a otras culturas?
Gracias.
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martes, 11 de diciembre de 2018
Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos. Ben Marcus (Con unos pinitos de pedantería. Rubén Martín Giráldez)
"Le estamos dando el siguiente mensaje al lector de a pie: La literatura es tremendamente difícil de leer. Y al aspirante a escritor: El respeto se gana mediante la dificultad extrema. Esto es un despropósito. Es un despropósito sobre todo cuando la palabtra impresa lucha por la supervivencia frente a otros medios".
Va a ser difícil explicar por qué me pareció divertido este título interminable que parecía proponerme un divertido juego. Digamos simplemente que se me metió en la cabeza cuando ni siquiera era capaz de recordarlo completo y que ese fue el motivo por el que corrí a la librería apenas salió a la venta. Hoy traigo a mi estantería virtual, Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos.
Para explicar este libro basta decir que está compuesto por tres partes. La primera es un artículo de Ben Marcus que da título al volumen y que escribió como respuesta a un artículo en el que Franzen tildaba a Gaddis de difícil. El segundo, escrito por Martín Giráldez que además traduce al primero, es un minitratado de literatura difícil en el que mastica el término pedante y la tercera parte es una palinodia no exenta de tonillo que publicara Ben Marcus el mismo día en que salió a la venta su novela Notable American Women.
Pocas veces he expuesto de forma tan clara el contenido de un libro y menos veces aún he tenido la certeza de que nadie se había enterado demasiado de lo que acababa de explicar (y dudo si incluir el término palinodia entre los puntos desconocidos por casi cualquiera). Con un título alarmista parte con un interesante primer artículo en el que Ben Marcus responde a Franzen. Franzen, que abanderó durante un tiempo su amistad con un escritor experimental y que él mismo se señalaba como el creador de la gran novela americana (muchas veces por su extensión, estoy segura), escribe hablando de Gaddis una crítica abierta contra esos llamados escritores experimentales que buscan ir más allá del concepto de novela como correlación de hechos que cuentan una historia. No deja de ser paradógico que haya sido precisamente Franzen quien lo haga y es justa la respuesta recibida de puño y letra de Ben Marcus que advierte ya en sus primeras páginas: "En el mundo literario, insinuar siguiera que el cerebro está implicado en la lectura o que nuestras facultades lectoras puedan ser efectivamente mejoradas es una falta de tacto". Pero no se entienda entonces que este artículo es una ofensa contra la literatura de entretenimiento, más bien es un contrapunto en el que defiende la necesaria existencia de una literatura que aporte algo más. Frente a lo que uno pudiera pensar, plantea el autor, la literatura se ha ido deformando hasta no salirse de los márgenes de un producto fácil de consumo dejando de lado al lector interesado en buscar algo más en las historias. A fin de cuentas, afirma Marcus "llamar experimental a un escritor equivale hoy en día a decir que su obra no es relevante, no es legible y que es agresivamente masturbatoria". No falta, como se puede ver, socarronería en el artículo, ya que el propio Marcus se mete en el saco de este tipo de escritores. Como él dice: "la lengua literaria es compleja porque intenta conseguir algo extraordinariamente difícil: fijar los aspectos elusivos de la maraña vital, representar la intensidad de la consciencia".
Al final uno sale de este artículo con a sensación de menosprecio hacia el lector por parte del mundo literario al que no se le da muchas veces la opción de elegir ya que los premios y la crítica tienden a encumbrar aquellos libros fáciles que son susceptibles de convertirse en un boom. ¿Qué pasa entonces con ese lector que aspira algo más? ¿Espera entonces encontrarse por casualidad con el escritor que se siente casi despreciado? Y eso es porque estamos ante un libro a debatir, un libro de preguntas más que de respuestas que obliga al lector a posicionarse, y que lo hará dejándose muchas veces llevar por la trampa de quien dirige el debate que es, a fin de cuentas, quien manda.
La segunda parte comienza como una suerte de broma o juego de estilo que Martín giráldez cuaja de citas, como buen pedante, pero que creo que termina por perder un ritmo necesario a la hora de seguir una broma. Es cierto que las discusiones que plantea son tan antiguas como la propia literatura, pero también lo es que fatiga al lector al plantearle dudas y soluciones ya escritas una y otra vez.
La tercera os la dejo, no quiero descubrir lo que es una palinodia.
Por qué la literatura.... es un libro divertido que hace que pensemos en lo que leemos, en por qué lo leemos y lo que nos aporta. Nos deja llegar a conclusiones propias sobre el tipo de lector que somos y que también nos hará un poquito más críticos cuando veamos las mesas de novedades en las librerías o las listas de libros recomendados. Por supuesto que la literatura experimental no va a terminar con la edición, pero eso ya lo sabíamos cuando comenzábamos a leer el libro y, ahora que lo hemos terminado estamos deseando encontrar a otra persona que lo haya leído para preguntarle, ¿y tú de qué lado estás? En mi caso, y mal que me pese porque mira que me gusta como escribe, he sido infiel a Jonathan Franzen. Peero os aseguro que es la primera vez que me pasa.
Y vosotros, ¿se os meten títulos en la cabeza sin motivo aparente?
Gracias.
"Los verdaderos elitistas del mundo literario son aquellos a quienes irrita la ambición literaria de cualquier tipo". Menos la suya propia, añadiría yo.
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lunes, 10 de diciembre de 2018
La historia del señor Sommer. Patrick Süskind
"En la época en que aún me subía a los árboles -hace mucho, mucho tiempo, muchos años y décadas-: yo medía entonces poco más de un metro, calzaba zapatos del veintiocho y era tan ligero que podía volar -no, no es mentira, yo entonces podía volar- o, por lo menos, casi, mejor dicho: hubiera podido volar, de haberlo deseado de verdad e intentado hacerlo como es debido, porque... porque me acuerdo bien, una vez por un velo no levanté el vuelo, y fue precisamente en otoño, en mi primer año de colegio, un día en que, al volver a casa, soplaba un viento tan fuerte que, sin abrir los brazos, podía inclinar el cuerpo hacia delante como un saltador de esquí y todavía más, sin caerme..."
Parece que os estoy viendo asentir mientras decís... "ah... el de El perfume", y es que hay escritores que son literalmente engullidos por una de sus obras y difícilmente se les conoce algún título más. Yo hace tiempo que me rebelo contra eso y rebusco, y es por eso que hoy traigo a mi estantería virtual, La historia del señor Sommer.
Un adulto rememora su infancia en su pueblo natal, Obernsee, dejándose llevar por los sentimientos nostálgicos y pivotando sus recuerdos en tres encuentros con un tal señor Sommer, del que nadie sabía nada. Salvo que caminaba.
Dicen que esta es una novela infantil, pero en mi relectura ya adulta tengo que decir que me ha parecido mucho más profunda de lo que recordaba. El señor Sommer, cuyo nombre no al azar significa verano, representa en el libro aquellos veranos que recordamos con una sonrisa. Cuando éramos niños, cuando éramos invencibles o, como nuestro protagonista recuerda al comienzo de su narración, cuando podíamos volar. Y es que aquellos recuerdos de la infancia inocente en la que éramos capaces de todo, afloran en el lector a la vez que en el narrador y tal vez nosotros no nos hayamos caído de un árbol pero yo recordaba perfectamente el día en que solté mis manos de las cadenas de un columpio pensando que era una gran idea hacer un aterrizaje de héroe, y... bueno, al igual que el protagonista, aprendí lo que era la Ley de la gravedad. Esa es la magia de esta novelita, el efecto contagio que uno tiene al seguir los pasos de este narrador que se entretiene en naderías y que se fija en el señor Sommer ahora a tiempo pasado para contarnos su historia. Y su historia no es otra que la del propio narrador que cuenta como el camino de este vecino es imparable, avanzando sin descanso al igual que lo hace el reloj de nuestras vidas. Y mientras Sommer camina, sin que le veamos, nos reímos con una profesora de piano, llega o no la televisión, aparece el primer amor, montamos en bicicleta y quitamos miedos. Porque nos vamos haciendo mayores. Y un día, sin darnos cuenta, la niñez ha desaparecido y tal vez de esa niñez solo nos queden un puñado de imágenes y un montón de recuerdos fugaces de buenos y malos momentos que nos marcaron en nuestro crecimiento. Y, por supuesto, el señor Sommer, aunque nadie supiera nada de él.
La historia del señor Sommer es una novela nostálgica y entrañable cuya lectura recomiendo sin dudarlo. Viene además acompañada de las ilustraciones originales en el momento de su publicación, allá por 1991, otorgando al conjunto una sensación de estar ante un cuento que se abre a nosotros provocando un torrente de recuerdos.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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miércoles, 28 de noviembre de 2018
La casa de los nombres. Colm Tóibín
"Me he familiarizado con el olor de la muerte. El olor nauseabundo y dulzón que se coló con el viento en las estancias de este palacio. Ahora me resulta fácil sentirme serena y contenta. Paso la mañana contemplando el cielo y la luz cambiante. El trino de los pájaros se eleva a medida que el mundo se llena de sus propios placeres, y más tarde, al declinar el día, el sonido declina con él y se apaga. Observo cómo se alargan las sombras. Es mucho lo que se ha esfumado, pero el olor de la muerte permanece. Tal vez haya entrado en mi cuerpo y este lo haya acogido como a un viejo amigo de visita. El olor del miedo y del pánico. El olor está aquí igual que el mismísimo aire; retorna igual que retorna la luz de la mañana. Es mi compañero constante; ha dado vida a mis ojos: ojos que se empañaron con la espera y que ya no están empañados, ojos que ahora refulgen de vida".
Tras leer el magnífico The Master, tuve claro que quería conocer más de Tóibín. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La casa de los nombres.
La Orestiada es una trilogía de obras de teatro de la Grecia clásica que cuenta la historia de Agamenón, su regreso de Troya y lo que sucedió con su familia formada por su mujer, Clitemnestra y sus hijos, Ifigenia, Electra y Orestes.
Bien, ahora que ya se habrá asustado mucha gente diré que esta novela es una contemporaneización de la Orestiada en la que Tóibín ha decidido prescindir de los dioses y mostrarnos la verdadera tragedia de la historia.
De este modo conocemos a Clitemnestra, que recibe noticias de su esposo quien le pide que vaya a verlo con su hija mayor y el benjamín de la casa. Ella va presurosa preparándose para la boda que le anuncia de su hija con un valiente guerrero y poder ver además a su marido como el héroe glorioso que supone en la batalla y, sin embargo, al llegar se encuentra con la terrible realidad: su marido planea sacrificar a su hija a los dioses para que estos les sean propicios en la batalla. Esto que dicho así suena muy.... "clásico", Tóibín lo cuenta con naturalidad, eliminando las visiones y el temor a los dioses y nos muestra a Agamenón como un hombre mermado que necesita verse reforzado de alguna manera ante los hombres a los que dirige, y poco parece importar si el modo de conseguirlo es sacrificar a su primogénita. El sacrificio que parece comenzar con una joven vestida con una rica túnica, se vuelve algo sórdido y terrible, ya que no deja de ser una ejecución pública de una niña que está comenzando a ser mujer y se sabe asesinada por su padre ante una multitud. Poco queda de aquellas escenas casi divinas, aquí el cuchillo atraviesa la piel, la sangre hiede, las bestias rugen y, por supuesto, los seres humanos gritan: ya sea por el dolor en sus propias carnes o por el infringido a su alma al arrebatarle a una hija. Y Tóibín sigue humanizando porque, ¿qué mujer seguiría amando a un marido que la engaña y sacrifica a su hija? ¿No comprendemos entonces que piense en vengarse y asesinarlo en lugar de esperar a que decida cometer otra atrocidad en el seno familiar? Clitemnestra humana regresa y seguimos su evolución junto a Electra, menos dramática y más adolescente y tras eso cambiamos para conocer la historia del niño Orestes, que es separado de su familia y tiene que buscar la forma de sobrevivir. Orestes, el gran desconocido en la obra clásica, pretende llevarse en esta novela su parte de protagonismo y por eso el autor decide relatarnos la historia de su secuestro y fuga, sus silencios y aventuras camino de un posible regreso al castillo en el que vivió y que ahora es refugio de conspiraciones por los corredores, y sin embargo, comparado con la primera parte, sentimos que le falta un soplo de vida, que no llega a la misma altura. Pero se le perdona por la fuerza narrativa del conjunto, la sensación de estar ante un cuento sigue siendo fuerte, pero Tóibín hace que sea un placer ir conociendo esta gran historia clásica.
No siempre me gusta que las obras clásicas se reescriban, me cuestan las adaptaciones que parecen querer decirnos que no llegamos al original, y sin embargo me intrigan las versiones en cualquiera de sus formas. En este caso, ha sido un placer disfrutar de La casa de los nombres. Tóibín es un gran escritor, de eso no me cabe duda. Y tampoco dudo que voy a seguir buscando sus letras en las librerías.
Y a vosotros, ¿os gustan las versiones o readaptaciones?
Gracias.
PD. Vacaciones. Nos vemos tras el puente. Lean mucho.
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lunes, 26 de noviembre de 2018
Los tiempos del odio. Rosa Montero
"—Sin amor no merece la pena vivir.
Ángela había pronunciado las palabras en voz alta, como el juez que dicta la sentencia definitiva sobre su propio destino.
Y a continuación se entregó al dolor de manera voluptuosa, casi suicida".
Me gustó Bruna Husky desde la primera entrega, así que estaba claro que no tardaría en leer la última. Hoy traigo a mi estantería virtual, Los tiempos del odio.
Volvemos con la detective replicante Bruna Husky, una replicante de combate cuya memoria cargada le hace más consciente de lo que debería de sus sentimientos. Entre ellos están su amor por el detective Lizard y el sentimiento de un final inminente ya que conoce perfectamente el día en que será desactivada. Por si eso fuera poco, en un mundo en el que los atentados parecen haberse vuelto más virulentos, Lizard desaparece.
Rosa Montero nos ha entregado en esta novela a una Bruna Husky más vulnerable que nunca. Siempre nos la mostró como una androide consciente de su existencia y del fin de la misma, pero ahora, con el amor en su vida, hay una lucha interior más humana que artificial que consigue acercarla aún más al lector. Uno durante la lectura no tiene más remedio que preguntarse si no está ante un personaje más humano de lo que cree exactamente igual que se pregunta si no son estos libros de aparente ciencia ficción lo que mejor reflejan la sociedad actual en la que estamos viviendo. Y es que Rosa ha decidido aprovechar la libertad de crear un mundo futuro para darnos buena cuenta de la realidad en la que vivimos. Rosa nos muestra que vivimos en un mundo de excesos en el que la muerte y el poder parecen ser más poderosos que nunca, el propio temor ante esa cuenta atrás para su propio final muestra a una Husky que se rebela furiosa buscando tal vez un sentido que haga que todo merezca la pena y, al mismo tiempo, teme la vulnerabilidad que supone reconocerse enamorada de otra persona. Quizás por eso el gran acierto de esta novela haya sido convertir a Lizard en una parte importante de la trama casi más que con su desaparición con su ausencia, que se convierte en una ventana hacia la mente de la replicante. Husky brilla de este modo más que nunca en esa última entrega de la saga, todo lo que había sido frío ahora se vuelve un torbellino de rebelión contra su propia existencia, una necesidad casi vital de aferrarse a la vida a través de sensaciones que le impidan pensar en su propio final. Y dentro del exceso, del poder y la corrupción se alza el amor como esperanza, tal vez como simple necesidad de sentir para sentirse vivo. Y Montero ya lo afirma en la primera frase, "Sin amor no merece la pena vivir".
En esta novela, no solo presenta un futuro posible, sino que podemos buscar paralelismos con situaciones reales, convirtiéndose así en una carta al lector en la que parece querer decirle lo que no va bien en el mundo y lo que debería de ser realmente importante. A fin de cuentas, no es Bruna Husky la única que teme a su propio final, a poco que uno se ponga a pensar en lo que sería una vida con una cuenta atrás ya marcada, podemos comprender perfectamente cada uno de sus movimientos. Con todos estos ingredientes y una trama sólida uno podría preguntarse si está ante la última entrega de la saga, y Montero parece jugar con ello en un final que seguramente generará opiniones encontradas al respecto. Si a mi me preguntan, tengo bastante claro que quiero una entrega más que satisfaga mi curiosidad en un par de puntos importantes. Pero para ello tendremos que esperar al criterio (o inspiración) de la propia autora.
Los tiempos del odio es una novela realista disfrazada de ciencia ficción futurista que ha resultado no solo entretenida, sino también interesante por los puntos en los que obliga al lector a detenerse y reflexionar. Lo tengo bastante claro, la mejor Montero reside en Bruna Husky.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias..
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lunes, 19 de noviembre de 2018
La caja de botones de Gwendy. Stephen King y Richard Chizmar
"Existen tres vías para llegar a Castle View desde la pequeña ciudad de Castle Rock: por la carretera 117, por Pleasant Road y por las Escaleras de los Suicidios. Cada día de este verano —sí, incluso los domingos—, Gwendy Peterson, de doce años de edad, ha tomado el camino de las escaleras, que ascienden en zigzag la ladera rocosa, a la que están sujetas por fuertes (si bien oxidados por el tiempo) pernos de hierro. La niña sube andando los cien primeros escalones, al trote los cien siguientes y corriendo los últimos ciento cinco, empecinada y a tumba abierta —como diría su padre—. En lo alto se dobla por la cintura, resoplando como un viejo caballo de tiro, con la cara roja, las manos apoyadas en las rodillas y mechones de pelo sudorosos cayéndole sobre las mejillas (da igual lo mucho que se apriete la coleta, siempre se le suelta durante ese último esprint). Sin embargo, se aprecia cierta mejoría. Cuando se endereza y mira hacia abajo a lo largo de su cuerpo, alcanza a verse las puntas de las playeras, algo impensable en junio, el último día de colegio, que también coincidió con su último día en la Escuela Primaria de Castle Rock".
Ya hemos hablado de King en este blog. Muchas veces. Así que no es de extrañar que hoy traiga a mi estantería virtual, La caja de botones de Gwendy.
Conocemos a Wendy cuando está a punto de cambiar de cambiar al instituto de secundaria de Castle Rock. Es un cambio importante y una de las cosas que Gwendy quiere dejar atrás es su sobrepeso junto a ese estúpido mote que le puso un niño. Por eso cada día sube las escaleras de Castle Rock. Pero un día se encuentra a un hombre que parece saber mucho sobre ella. Y no solo eso, además dice que tiene algo que le pertenece: una caja. Una caja que puede cambiar la vida de Gwendy con sus palanquitas y botones, pero que también supone una responsabilidad. Y la preocupación constante por si alguien la encuentra.
Esta vez King escribe a cuatro manos con el escritor y guinista Richard Chizmar. Juntos desarrollan esta historia corta en la que reconocemos perfectamente al maestro en la idea pero quizás no tanto en el desarrollo. Lejos de esos personajes de mediana edad que se ven sobrepasados por las circunstancias, en esta ocasión la protagonista es una niña en pleno paso a la adolescencia y la acompañamos durante unos cuantos años. Con un regusto a La tienda volvemos a Castle Rock, ese lugar conocido por todos los admiradores de King, al que por un lado iríamos encantados y por otro no no acercaríamos ni estando ebrios. La novelita juega con las inseguridades de una joven para proponerle colmar su mayor deseo mientras le deja la advertencia de la responsabilidad que eso puede su poner. Es decir, conocida la avaricia del ser humano, si le propone perder peso sin esfuerzo, ¿le tentará apretar uno de los botones de la caja para ve qué deseo le satisface o qué provoca? Porque, tal y como le dice el hombre a esta joven: ella es la custodia y también "tu ya sabes lo que pasará si pulsas uno de esos botones". Y ya tenemos el juego mental en marcha. Cualquier cosa en la vida de la joven, vaya bien o mal, será culpa de la caja. Y es que la mente humana es capaz de convencerse de casi cualquier cosa y Gwendy será testigo y víctima de ello. Seremos pues partícipes de su angustia y también de sus avances en la custodia de tan extraordinario artefacto que llegará a ser el centro de su vida y con el que mantendrá una lucha constante para evitar vivir bajo la obsesión de perderlo.
King y Chizmar escriben por tanto una historia con un cierto regusto a aquellas que escribiera el maestro del terror hace años, pero lo hacen de una forma totalmente light, como si, de repente, el terror fuera algo de adultos y ahora estuviéramos ante una versión tolerada para todos los públicos. Es por eso que el lector no puede evitar tener la sensación de estar ante una oportunidad desaprovechada para volver a la senda de hace años que King parece haber abandonado definitivamente.
La caja de botones de Gwendy es una novelita entretenida. Sin nada más que añadir al respecto.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
PD. Motivos técnicos me obligan a no sacar reseña hasta el lunes, no quiero pillarme los dedos con los plazos que me han dado (en teoría, mañana).
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viernes, 16 de noviembre de 2018
Permafrost. Eva Baltasar
"Se está bien aquí- Por fin. Las alturas tienen eso: cien metros de vidrio vertical. El aire es aire en un estado superior de pureza, y por eso, además, parece más duro, por momentos casi compacto. Se cierne cierto olor a ferretería. La capa de ruido pesa como hollín y se mantiene latente, allí abajo, como un ojo de petróleo finísimo, crujiente, una suerte de regalo negro y brillante".
Hay libros que llaman la atención desde el primer momento y uno sabe que no tardará en leerlo. Eso me sucedió con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Permafrost.
Conocemos a una mujer sin nombre que nos relata su vida en primera persona. No nos contará los hechos que han ido sucediéndose en su vida, pero si su evolución personal, sus dudas, pulsiones y descubrimientos en un monólogo con saltos temporales que permitirá al lector conocerla.
Permafrost, publicado bajo el título Permagel en catalán, con el que obtuvo el Premi Llibreter 2018, hace referencia en ambos idiomas a la capa de tierra que, sin necesitar estar cubierta de hielo, permanece congelada. Algo así supongo es la intención de la protagonista, quien opta por protegerse del mundo a la vez que lo explora.
Narrado en primera persona, no necesita la autora ni quiere tampoco poner un nombre a su protagonista para conseguir de este modo que cualquier lector encuentre un resquicio propio entre sus pliegues. Y así es como descubrimos a la protagonista, una mujer asfixiada por el mundo, con miedo a defraudar a su madre, esa eterna mujer que todo "lo sabía" una vez sucedido, todo lo controla mientras está sucediendo y "todo lo sufrió" en el pasado. Y es que nuestra protagonista quería estudiar arte, algo que le supuso casi tanto placer como cargo de conciencia asumido por las reacciones familiares. A fin de cuentas, su familia es tan diferente a ella que no sabemos si la rechaza o simplemente se aleja en un intento de no quitarse esa coraza que le vamos viendo relumbrar página tras página. Ella, que no encaja con su hermana, su opuesta, recuerda cuando un día quiso tener otro hermano, tal vez para no sentirse tan sola. Ella que no permite que nadie se le acerque, que piensa en la muerte como fin último de la vida, como halcón que acecha o tal vez como puerta de salida cuando las cosas se pongan peligrosas para alguien que parece empeñado en no sentir. Así es ella. Y la vemos descubrir el sexo, su homosexualidad que no pasa en este caso por ninguno de los traumas que vienen siendo comunes en la literatura, si que se convierte en una búsqueda constante del sentimiento de estar vida, y también en una huida cuando la otra parte se acerca demasiado a ella, quizás por temor a que esa coraza suya llamada permafrost se ablande. Ya en la primera parte del libro Eva Baltasar desnuda a su protagonista cuando se compara con un hermoso pez que decora las mesas de un restaurante en una pequeña pecera decorativa que a veces acaba siendo utilizada a modo de cenicero. Pocas veces he visto una imagen tan certera y un desnudo tan integral de todo aquello que se va a desarrollar en las páginas siguientes. Y también, por qué no decirlo, de los miedos comunes, acercarse a la posibilidad de que alguien nos dañe de verdad. Quizás por eso la protagonista parece no temer a la muerte, incluso la busca en una suerte de tendencias suicidas que a mi no me ha quedado claro si no son en realidad un mantra que le otorga la falsa seguridad de una salida rápida fácil si las cosas se ponen "peligrosas".
Permafrost es una de esas historias de vida que crecen y se interpretan a gusto del lector, que se sentirá más o menos unido a la protagonista en función de las partes compartidas. Escrita de una forma sencilla pero extremadamente cuidada, es fácil caer en la tentación de comprender a su protagonista y defenderla, una mujer que es más dura de lo que puede parecer, pero no por tratar de blindarse al mundo, sino por mostrar en estas páginas sus miedos y debilidades.
Una primera novela muy prometedora que obliga a tomar buena nota del nombre de su autora.
Leía esta semana sobre la diferencia para el lector entre libros escritos en primera o tercera persona. Decidme, ¿qué preferís vosotros?
Gracias.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
Katerina. Aharon Appelfeld
"Me llamo Katerina y dentro de poco voy a cumplir ochenta años. pasada la pascua, regresé a la aldea donde nací y a la granja de mis padres, pequeña y ruinosa, donde no quedaba ningún edificio en pie salvo esta casucha en la que estoy vi-viendo. Tiene una única ventana, bien abierta, que me permite recibir el hálito del mundo. Mis ojos, en verdad, se han debilitado, pero el deseo de ver sigue palpitando en ellos. Al mediodía, cuando la luz es más fuerte, se extiende ante mí un campo abierto que llega hasta orillas del prut, cuyas aguas son azules en esta temporada vibrante de esplendor".
Que tu librero te pregunte con cara de asombro cómo es que no conoces a Katerina, es motivo más que suficiente para llevártela a casa. Hoy traigo a mi estantería virtual, Katerina.
Conocemos a Katerina cuando, a sus ochenta años, decide regresar a su maltratada aldea natal. Será este el momento elegido para mirar atrás y contarnos su vida.
Katerina nace en un pueblo llamado Rus, es una campesina rutena que crece en un ambiente de antisemitismo y con unos padres bebedores. Sabe que ella va a ser bebedora también con la misma certeza con la que nosotros sabemos que su vida no será fácil, Adolescente fugada, pasa los días d estación en estación cuando no es de bar en bar. finalmente, Katerina, cristiana, entra a trabajar de criada en una casa de judíos. Ella parece la otra cara de la moneda en una sociedad en la que el racismo y los prejuicios imperan contra el pueblo judío. Katerina se justifica diciendo que han sido buenos con ella, pero no parece vivir en una sociedad dispuesta a aceptar algo así. Y continuamos a su lado en esta solitaria vida hasta que conoce a un hombre con el que tiene un hijo. A partir de este momento la novela, que era de ritmo pausado y desbordaba sensaciones, coge ritmo. No tardamos en seguir el periplo de Katrina hasta la cárcel lugar en el que sucede el temible Holocausto que el autor nos muestra bajo la mirada de esta mujer. No necesita nombrar la guerra para que nos situemos y nos horroricemos ante algunas de las reacciones en prisión a lo que está sucediendo. Katrina sale de la cárcel, continúa su vida con nosotros como compañía hasta que llegamos a ese momento en el que comenzaba su historia, aunque para ese momento Katrina ya no está sola porque nos ha ganado como fieles compañeros. Y es que la soledad sigue siendo algo constante en ese mundo suyo en el que los buenos parecen condenados.
Appelfeld conocía las aldeas como las de Katerina y también el sufrimiento del pueblo judío. Sin embargo opta por contarlo con una ligera distancia sin hacer una pornografía del dolor habitual en este tipo de libros. Su prosa sencilla, la mirada limpia de una protagonista convencida por sus propias vivencias y la sensación de calma que emana incluso cuando nos cuesta seguir el ritmo casi vertiginoso que impone a la novela, hacen que nos horroricemos no por lo escrito sino al pausar la lectura y pensar en lo leído. Es un reflejo brutal envuelto en terciopelo de una sociedad machista y llena de prejuicios que existía no hace tantos años y el autor ha decidido relatarlo con una perspectiva diferente, tremenda, magnífica.
Me ha gustado Katerina, me ha encantado. Es la historia terrible pero necesaria de una mujer fuerte en un entorno hostil con una vida que también parece haberse declarado hostil con ella. Leedlo. Merece la pena.
A veces uno termina un libro y su protagonista permanece durante días al lado y tenemos la sensación de pasar por un pequeño duelo ante la despedida de la última página. Decidme, ¿recordáis algún personaje con el que os haya sucedido esto?
Gracias.
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lunes, 12 de noviembre de 2018
La ira. Zygmunt Mitoszewski
"Imaginaos a un niño que tuviera que esconderse de aquellos a quienes ama. Hace lo mismo que otros niños. Construye torres con piezas, entrechoca sus cochecitos, finge conversaciones entre los peluches y dibuja casas con soles sonrientes sobre ellas. Un niño es un niño. Pero el miedo hace que todo parezca diferente. Las torres nunca se derrumban. Los siniestros de tráfico son incidentes más que accidentes. Los peluches susurran entre sí. Y el agua del recipiente de las pinturas rápidamente se transforma en un barro color gris sucio. El niño tiene miedo de ir a cambiar el agua y al final todas las pinturas están manchadas de barro. Todas las nuevas casas, los soles sonrientes y los árboles tienen ese mismo color, un desagradable negro azulado.
Aquella tarde, el paisaje de Warmia era de ese color".
Ya he comentado que últimamente una de las colecciones de novela negra y policíaca que más me gustan es la que está desarrollando Alfaguara. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La ira.
Recuperamos al fiscal Szacki en Warnia, una ciudad que no le gusta, fría y gris en la que vive con su nueva novia y su hija. Su vida cotidiana es un intento de capear la permanente amenaza de tormenta entre ambas y en lo profesional poco o nada ha cambiado, ni en su aspecto rígido, ni en sus convicciones personales. Szacki echa de menos un poco de acción y el destino no tarda en ponerle delante un montón de huesos: lo que debería de ser algo rutinario se convierte en una interesante investigación buscando datos sobre los huesos y también sobre quién los puso en el lugar que se hallaron. Y su trabajo no acaba ahí, una mujer acude a su despacho para acusar al marido de intimidarla, aunque sin usar violencia de ningún tipo. Algo pasa en Warnia y Szacki será el encargado de descubrirlo.
La ira es la tercera y, hasta donde se puede saber, última entrega protagonizada por Szacki, un personaje irascible, casi huraño y un tanto estirado al que el lector termina comprendiendo, casi solidarizándose con él. Sin embargo, hay que decir que no es imprescindible haber leído las anteriores entregas para disfrutar de esta, ya que solo nos perderíamos una mínima parte de su vida personal.
Mitosewski nos plantea dos casos interesantes con elementos que descolocan al lector, intrigándole para seguir leyendo. En primer lugar los huesos encontrados con pinta de ser antiguos resultan ser mucho más recientes de lo esperado y no solo eso, sino que cuando comienzan a identificar a la víctima se topan con reacciones curiosas en su entorno más cercano. El segundo caso, al que se refiere como el de la calle Równa, es mucho más actual ya que nos habla de matrimonios y violencia de género en la forma que sea, de hecho, en esta novela se hace mucho hincapié en este tipo de violencia dentro del entorno familiar, ya sea física, psicológica o simple miedo y en cómo afectan este tipo de relaciones a los hijos de las parejas. Incluso si ellos parecen quedar al margen nunca lo están y Mitoszewski realiza una denuncia y radiografía muy acertada de esta terrible realidad aprovechando su novela.
La investigación se va encauzando poco a poco y en ella descubrimos a algún viejo conocido que se mezcla con entradas de lo más ocurrentes, como el señor Frankenstein, con quien he de reconocer que me he reído un rato. Y es que esta es una de las características de la pluma del autor: el sentido del humor. Su protagonista no es políticamente correcto, ni siquiera amable, y parece dotado para decir lo que no debe con un carácter borde y seco que llega a resultar cómico para el lector. De este modo, lejos de caer antipático uno termina adoptándolo casi como a un vecino gruñón. Y eso que, en esta novela, el autor ha decidido no ponérselo fácil, como descubrimos en el avance que nos da el primer capítulo.
Los personajes quedan perfectamente perfilados. Me ha gustado especialmente la hija, Helas, y la particular relación que mantiene con su padre y con el mundo, muy propia de la adolescencia, así como las magníficas descripciones de Warnia que van más allá de lo físico a lo cotidiano, que es la forma en que realmente se dimensionan las ciudades para que salten del papel.
Parece un libro redondo, pero no lo es porque la trama cojea. Ya he comentado algunas veces que hay escritores que buscan enrevesarse tanto que acaban perdiendo al lector y también se pierden ellos mismos dejando cabos sueltos que afean la novela. Bien, eso es lo que ha pasado en esta historia, lo que empezaba bien parecía ir perdiendo su cauce para terminar en un final que ha conseguido que la palabra decepcionante flote en el ambiente. Una lástima, le tenía muchas esperanzas.
Con todo La ira es una novela entretenida, y eso ya es mucho teniendo en cuenta mis últimas lecturas. ¿Lo mejor? el uso del género para realizar una denuncia social tanto de la violencia en el entorno familiar, como en las reacciones por parte de las administraciones públicas y también en el entorno co un pequeño tirón de orejas hacia aquellos que intuyen pero no hacen nada.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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miércoles, 7 de noviembre de 2018
Milkman. Anna Burns
"The day Somebody McSomebody put a gun to my breast and called me a cat and threatened to shoot me was the same day the milkman died. He had been shot by one of the state hit squads and I did not care about the shooting of this man. Others did care though, and some were those who, in the parlance, ‘knew me to see but not to speak to’ and I was being talked about because there was a rumour started by them, or more likely by first brother-in-law, that I had been having an affair with this milkman and that I was eighteen and he was forty-one".
Leo premios. Y no me importa admitirlo, de hecho, hay algunos premios que desde su concesión me rondan la cabeza hasta que al fin logro comprarlos. Este es el caso del Man Booker Prize y hoy traigo a mi estantería virtual la novela que lo ha ganado este año. Se trata de Milkman.
Una joven que conocemos como narradora echa la vista atrás y relata su experiencia en su vecindario, un lugar cerrado y cercado por las ideas de los propios vecinos, cuando un hombre casado y paramilitar que se hacía llamar Milkman posó sus ojos en ella.
Lo primero que atrae de Milkman es la voz de su narradora, honesta y potente. Ya en ese primer fragmento con el que se abre la novela vemos perfectamente definido el estilo de toda la narración. Una narración en la que la autora decide prescindir de los nombres porque realmente son necesarios. Nadie nos dice que estamos viviendo Belfast en los setenta, pero podríamos discutirle eso a cualquiera que afirmase que se ambienta en otra ciudad. Incluso sin haber vivido allí, a poco que uno haya leído, es fácil identificar el contexto de esta historia. Y allí conocemos a la narradora, a Milkman que realmente no es lechero sino un hombre controlador de mucha más edad que ella, casado y extremadamente controlador. Poco importa que en realidad no le haya puesto un dedo encima porque estamos en una sociedad cerrada de esas en las que lo único vale es el "conmigo o contra mi". Allí no hay medias tintas, los estratos quedan definidos y ella, al igual que el lector, intimidada por este siniestro personaje. La política y la violencia están en las calles, pero también el férreo control de la vecindad, esas sociedades que deciden quién es el chico adecuado, que le obligan a tener un "casi novio" y que ahora señalarán a esta chica como estropeada para conseguir al chico adecuado con quien casarse. Un ejemplo de ello es la madre de la niña, para quien la rumorología es más importante que la palabra de la joven. No no dirá tampoco su nombre, y es que para Burns no parecen ser tan importantes como los roles definidos que desempeñan: conoceremos entonces al casi novio, al verdadero lechero, las hermanas, a McSomeboy (otro pretendiente) y así una lista de personas que conforman con sus palabras, miradas y creencias esta magnífica historia.
Confieso que cuando compré el libro fue sin saber casi nada sobre su argumento y también que temí lo que iba a encontrarme al leer las palabras "chica joven, relación, hombre mayor casado". Y sin embargo apenas habían pasado una docena de páginas cuando ya era consciente de lo que tenía entre manos. Una novela densa, sí, con párrafos largos, a ratos casi interminables, pero cuya lectura es mucho más enriquecedora que lo que uno pudiera esperar con las sinopsis que nos presentan. Un momento social complicado en el que, como dice la protagonista, es mejor pasar desapercibido aunque luego ella resulte llamativa con su individualismo y su manía de caminar leyendo. De hecho, si no hubiera sido por ello, Milkman no la hubiera mirado. Y un momento en el que esa mirada, esas apariciones demostrando conocimientos sobre cada uno de sus pasos y esa mirada social que les señala la marca a ella por encima de lo que él haga o haya podido hacer. Porque si algo sabe transmitirnos Burns es esa opresión de una sociedad cerrada, el pesimismo, la diferencia a la hora de valorar a los hombres y las mujeres y también a la hora de juzgarlos, la violencia, las sospechas: el dedo acusador. Y es justo en este ambiente en el que la narradora destaca ya que empieza a cuestionarse esa jaula; puede que sea un producto más de su entorno, pero tal vez sea para ese entorno un producto defectuoso. Quizás las cosas, como en una escena magnífica en la que unos alumnos repiten que el cielo es azul para acabar mirando por la ventana y descubrir los distintos colores que lo forman, no sean tan rígidas como parecen obligados a vivirlas. Sin embargo no siempre es fácil el camino a seguir para poder mirar ese cielo.
“I didn’t know whose milkman he was. He wasn’t our milkman. I don’t think he was anybody’s”.
Milkman me ha parecido una gran novela con la que he disfrutado y que me ha obligado a pararme a pensar tanto en la sociedad que refleja, como en tantas otras que son espejos de ella. Y también me ha convencido para buscar otros títulos de Anna Burns. Sobran los motivos para recomendar este libro.
Y vosotros, ¿sois lectores de premios?
Gracias.
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lunes, 5 de noviembre de 2018
La madre. Fiona Barton
"El ordenador parpadea cuando me siento frente a la pantalla, es como si notara mi presencia. Un toque en el teclado y aparece una fotografía de Paul, la que le tomé durante la noche de bodas en Roma. Me mira, embelesado, desde el otro lado de la mesa que compartimos en Campo de’ Fiori. Al verla, intento corresponder a su sonrisa, pero cuando me inclino hacia delante vislumbro mi propio reflejo en la pantalla y me detengo. Odio verme de improviso. A veces ni siquiera me reconozco. Crees saber qué aspecto tienes y de repente te encuentras a esa desconocida mirándote fijamente. A veces incluso me asusto".
Siempre me han interesado los fenómenos literarios, y los acabo leyendo con más o menos éxito, pero me gusta opinar desde la lectura. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La madre.
Recuperamos a la periodista Kate Waters mientras lucha en su redacción por conservar el trabajo de periodista frente al implacable empuje de las nuevas tecnologías. Allí se fija en una noticia que habla del hallazgo del cadáver de un recién nacido en el patio de una casa, un cuerpo que parece tener muchos años y un misterio por desentrañar. No será la única persona que se vea afectada por la noticia, una mujer llamada Ángela verá en ella la posibilidad de saber que sucedió con su hija desaparecida hace cuarenta años, y otra llamada Emma se sentirá culpable de una forma casi irracional.
Conocimos a Fiona Barton con su novela La viuda, un éxito tan aplaudido como vapuleado en el que nos presentó, además, a Kate Waters. En La madre, al igual que en su novela anterior, hay un niño, varios puntos de vista y mujeres como protagonistas principales de la acción. No es la única autora que repite formulismo y de hecho es algo habitual en el género.
En este caso, de las tres mujeres que forman el eje principal, Waters es la que más interés despierta en el lector, quizás por ser la menos repetitiva en sus acciones y pensamientos, y serán los ratos en los que la acompañemos junto a su becario, aquellos en los que la novela avance con más o menos éxito por la trama. Emma que se tortura de forma incesante sin llegar a desvelar el motivo durante la mayor parte de su aparición, se repite una y otra vez y no siempre quedan justificadas sus reacciones ni tampoco la relación con su madre Jude, a quien introducirá en la historia para presentarnos a una mujer vanidosa y egocéntrica. Por último Ángela, representa a la perfección el papel de mujer que sufre una gran pérdida y no logra recuperarse convirtiendo su vida en un islote en medio del mundo y de su propia familia. Con todas ellas, más allá de la trama, Barton parece querer dar pie a una pregunta, ¿qué es la maternidad?, porque también Waters tiene un hijo cuya relación entrevemos, así como la que tiene con su becario, el jovencísimo hijo de una mujer poderosa. Y a fin de cuentas, hay muchos tipos de maternidad, que se pueden ver reflejados en cada decisión tomada empezando por la de tener o no un hijo. Sin embargo, esa pregunta se oculta tras la trama llegando tan solo a insinuarse entre silencios y alguna contradicción, opacando de este modo lo que considero podría haber sido lo más relevante de la novela.
La trama es relativamente sencilla y, pese a que Barton busca generar dudas y añade un par de elementos más que puedan resultar atractivos para el lector o terribles, incluso dramáticos, la resolución final difícilmente cogerá de sorpresa a quien haya puesto un mínimo de atención a la historia. He encontrado además, huecos e inexactitudes, incluso alguna repetición que reconozco me ha llegado a resultar hasta divertida (a fin de cuentas el sentido del humor de cada uno es algo muy personal).
La madre es un libro que llega con la intención de mantener al lector entretenido; sin embargo, la necesidad que parece tener la autora de repetir una y otra vez los hechos, consiguen que una trama que hubiera podido ser un buen rompecabezas llegue a tornarse en algo aburrido por momentos, perdiendo esa agilidad tan necesaria en este tipo de novelas que tan mal soportan el desgaste. Sinceramente, no creo que repita con la autora.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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martes, 30 de octubre de 2018
Sabotaje. Arturo Pérez-Reverte
"Bajo la pérgola de la terraza se veían cinco manchas blancas y un punto rojo. Las manchas correspondían a la pechera y el cuello de una camisa, dos puños almidonados y un pañuelo que asomaba en el bolsillo superior de una chaqueta de smoking. El punto rojo era la brasa de un cigarrillo en los labios del hombre que permanecía inmóvil en la oscuridad".
Con la cadencia adecuada nos llegaba después del verano la tercera entrega de las aventuras de Falcó. Hoy traigo a mi estantería virtual, Sabotaje.
Volvemos con Lorenzo Falcó, estamos en 1937, y su jefe le encarga sabotear el cuadro Guernica de Picasso, para que no llegue a la Expo Universal, amén de neutralizar a un comunista francés.
Decía Reverte que tenía ganas de escribir una novela de espías y así nació Lorenzo Falcó y la trilogía que ahora muchos piden siga sumando entregas. Y nació Falcó, mercenario sin escrúpulos, castigador de las mujeres y un reto para que cualquier lector hable de él sin utilizar el término "hijo de puta" (de verdad, parece casi obligado cuando uno habla de este personaje utilizar ese insulto tan malsonante). En esta ocasión y tras haber pasado por Tánger, estamos en París, el París de los años 30, tan tratado en la literatura, atractivo intelecutalmente y lleno de nombres hoy de sobra conocidos y que el autor introduce en la novela más o menos disfrazados para que cualquier lector avispado sea capaz de identificarlos. Ver a Hemingway en Gatewood, a Peggy Guggenheim en Nelly Mildenheim o a André Malraux en Leo Boyard son algunos de los ejemplos del trabajo de inserción realizado por Pérez-Reverte para esta entrega. Y por supuesto, Picasso, al que presenta desprovisto del aura habitual, convirtiéndose en una presencia que me ha resultado casi divertida en la novela. Por lo demás la trama es rápida y Reverte mantiene un buen pulso narrativo para que el lector se sienta tentado a no abandonar la lectura en ningún momento, fin último de esta trilogía en la que ha desplegado todas sus armas para entretenernos.
Me ha parecido excesiva la necesidad que parece tener Reverte de contarnos una y otra vez la buena planta del protagonista, casi tanto como alguna de sus poses repetitivas y un tanto casposas que no van a poder ser siempre justificadas con aquello de "eran otros tiempos". En cuanto al sexo, tema que en la entrega anterior se le fue de las manos, ha optado por ser un poco más comedido, como si el interés de su protagonista por el género femenino en general se hubiera visto afectado por su percepción de Eva. En todo caso, se lo agradezco y me quedo con las ganas de preguntarle si el beso de Dietrich fue un capricho personal más que una exigencia de la trama.
Sabotaje es, en definitiva, una novela de intrigas, barbaries, traiciones, muerte, asesinos y sombras que te hace pasar un rato entretenido y cuyo final queda efectivamente más cerrado que las anteriores entregas. En mi opinión, una entrega mucho mejor que la anterior.
Reverte es uno de esas personas que han llegado a convertirse en personajes por su carácter y sus interacciones incluso en las redes sociales. Eso ha provocado que se mezcle en muchas ocasiones la percepción del autor a la hora de valorar su obra, Así que decidme, ¿influye lo que pensáis del autor a la hora de decidir leer o no un libro suyo?
Gracias.
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lunes, 29 de octubre de 2018
El heredero. Jo Nesbo
"Rover miró fijamente el blanco suelo de hormigón de aquella celda rectangular de once metros cuadrados. Mordió con fuerza presionando sobre el diente de oro que sobresalía ligeramente en la mandíbula inferior. Había llegado a la parte difícil de la confesión".
Nesbo suelta a su archiconocido Harry para dar a sus lectores un volumen independiente. Se agradece. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, El heredero.
Sonny Lofthus era feliz hasta que su padre, un admirado policía, se suicida dejando una nota en la que reconoce ser quien pasaba información al principal líder del crimen en Oslo. Para cuando nosotros conocemos a Sonny, han pasado doce años y está en prisión, allí vive con una adicción alimentada por el capellán y una fama sanadora entre sus compañeros. Sin embargo, toda su vida cambia de nuevo cuando un compañero de prisión relata su historia y descubre que quizás la muerte del padre de Sonny no fuera más que una puesta en escena para ocultar algo más.
Así descubrimos a Sonny, en el momento en el que decide que quiere saber qué sucedió realmente con su padre, y este es el punto en el que Nesbo dispara su novela. Sonny luchará por su memoria buscando demostrar que no solo su padre no era el topo, sino que éste sigue en las calles de Oslo y quizás sea uno de los compañeros inseparables de él. Como siempre, Nesbo busca acción, por lo que el capellán aparece muerto, se involucra la policía y nos presenta así a Kefas y también a los malos malísimos de la novela. Y orquesta una novela que tiene todos los ingredientes básicos, desde el policía dicto de incuestionables habilidades, hasta el superior patán, pasando por el gran cerebro criminal. No hay un cliché que se le escape y tampoco un capítulo que no destile violencia. Y no lo oculta, es su sello. Ya lo presenta en la terrible escena protagonizada por una joven y un perro que relata uno de los presos en las primeras páginas. Estás leyendo a Nesbo y tal vez tu estómago no esté preparado, parece decir. Así que los fans de la pluma del autor deberían de estar satisfechos. Sin embargo y esta vez me he tropezado con un problema y es que, como comentaba antes, no le falta ni uno solo de los ingredientes típicos o tópicos del género, del funcionario malo al prisionero lector, Nesbo ha conseguido que quepan en las aproximadamente 520 páginas de esta novela y eso, unido a los giros, acaba afectando a la credibilidad de la historia. Una historia concebida como un uro entretenimiento y cuyos derechos ya han sido adquiridos para ser llevada a la gran pantalla. Bien, si digo la verdad, no me sorprende, promete mucha acción y no dejar un respiro al espectador, sin embargo el lector acaba con la sensación de exceso de interés en ser eso que ahora llaman trepidante y hubiera agradecido un pequeño recorte en la extensión de la novela. Quizás por eso he sido más escueta de lo habitual, pero era eso o enredarme a contar cada detalle, así que lo prefiero resumir en que no hay un inmundicia de los bajos fondos que no aparezca, ni una opción que no se baraje en este mundo marcado por la maldad. Y frente a ellos, el heredero.
El heredero es una novela entretenida concebida para leer sin pensar y tampoco hacerse demasiadas preguntas.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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lunes, 22 de octubre de 2018
Hope. Wendy Davies
"Aprender a olvidar es una de las primeras lecciones que debes aprender cuando el tiempo pasa y tú no. Acabas por darte cuenta de que los recuerdos son cicatrices del alma y que no existen tiritas ni medicinas para corazones llenos de melancolía. El único tratamiento es el olvido.
Y eso es extraño, sobre todo cuando los demás te olvidan pero tú eres incapaz de olvidarlos a ellos".
A veces es algo tan simple como la estética lo que nos conduce a un libro y no miramos autor ni sinopsis. No es frecuente pero pasa. A veces. Hoy traigo a mi estantería virtual, Hope.
Conocemos a Hope, una niña que por una tragedia ha perdido la capacidad de escuchar las palabras. No es sorda, solo que no escucha las palabras. En ese punto tan limitado, con una familia marcada por dicha tragedia, Hope se topa con el Serendipity y su regente, a quien puede milagrosamente oír. Y allí con nuestro narrador, una marioneta de la que ya no querrá separarse. Junto a ellos veremos como Hope crece y vive.
Wendy Davies es un seudónimo tras el que se esconden dos blogueras cuya pasión por las letras les llevó a escribir. Lo cierto es que fue toda una sorpresa descubrirlo, y lo descubrí tras la lectura al ver que hablaban de "las autoras". Y es que, en estos mundos literarios, los seudónimos son cada vez más frecuentes.
Como cuento en cambio es bonito, con moraleja, ternura, su parte trágica y también su crecimiento y consuelo. Básicamente con todos los ingredientes que debe de tener un cuento, incluida una protagonista entrañable y un Pepito Grillo narrador con un punto de sabiduría. Y ese es el modo en el que hay que leerlo, ya que es el único en el que puede sobrevivir.
Hope es un cuento para adultos que, aunque en mi caso no ha llegado a emocionarme, entiendo que ha sido mi problema, ya que no es un tipo de libros al que me suela acercar. No sería demasiado justa si me quedara en lo sensiblero, de hecho casi envidio a todos aquellos que se han emocionado durante su lectura. si buscáis la magia, es vuestro libro.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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viernes, 19 de octubre de 2018
Jules. Henri-Pierre Roché
"En aquel momento la deseé. Estaba contento de pasar mi mano entre sus cabellos, de hacerme cosquillas en los labios con sus pestañas, de tocar la trémula punta de sus senos. Pero cuando la ceñí con mis brazos, cuando, con fuerza, la estreché y me di cuenta de que no se derretía, cuando tuve la sensación, ya me entiendes, de que era sólida, entonces proferí un espantoso grito y huí hacia el jardín..."
Conocí, al igual que muchos, al autor de este libro gracias al cine y al gran Truffaut con una película titulada Jules y Jim. Precisamente por eso, este título se me antojó imprescindible. Hoy traigo a mi estantería virtual, Jules.
Jules es una colección de seis relatos que toma el nombre del primero, aludiendo además a la famosa película. En ellos seis personajes masculinos desvelarán parte de su alma, siempre torturada o excéntrica y, de algún modo relacionada con el arte en casi todos los casos.
Henri-Pierre es un ejemplo más de esos autores tardíos que publican su primera novela a una edad más que avanzada. En este caso, si no me confundo, setenta y cuatro años tenía el autor.Relacionado con las artes, con el mundo intelectual, con Stein, fue coleccionista, amante, pintor, periodista y viajero, dejando en su obra pinceladas de cada una de sus facetas. Siempre más artístico que cronista, no llegó a conocer el éxito en vida ya que este no comenzó hasta que Truffaut se fijara en su obra.
Hablar de un libro de relatos siempre parece más árido ya que uno tiende a desmenuzar la obra relato a relato dejando al lector con poco que descubrir salvo el motivo de haber elegido esos títulos para formar el volumen global. Sin embargo yo prefiero centrarme en lo segundo y no ponerme a explicar cada caso en una lenta enumeración. Roché, a lo largo de sus relatos, nos da seis testimonios masculinos de hombres excéntricos que coleccionan amantes escuchan tras las paredes o se atormentan por lo real del mundo que habitan. Hay finales trágicos y otros que esconden su tragedia en la continuidad de la vida, uno incluso lo hace en un hatillo y se parapeta tras una sonrisa. Hay un tal señor Arisse que llega a dejar perplejo al lector, y un relato que parece apresurarse en las letras más que en el contenido que finaliza en un puro torbellino. Y todo eso lo contienen menos de cien páginas. Pero, sobre todo, lo que uno encuentra en la obra de Roché, es un cierto lirismo que se hace patente en cada historia, en unas de una forma exuberante arrolladora en cada frase, como es el caso de Jules, y en otras es algo sutil, como un telón de fondo en el último relato que os habla de un pastor. Sin embargo, el conjunto da muestra de una sensibilidad que contrasta con la plenitud de cada relato, con una cierta falta de mesura y una tendencia a extremar los sentimientos y las pasiones que provocan en el lector la convicción de haberse enfrentado a una historia completa en cada ocasión, la sensación de conocer a cada uno de los protagonistas, o de los amigos del protagonista que nos narra el cuento. Todas estas sensaciones aparecen porque estamos ante un volumen compacto en el que ninguno de los relatos destaca por ser mucho mejor o peor, donde el favorito del lector no se aleja demasiado de aquél que le ha podido gustar menos. Y eso es lo realmente complicado en los libros de cuentos: conseguir una sensación homogénea en el resultado, acertar en el criterio a la hora de sumar títulos individuales. En mi caso, y sin lugar a dudas, mis favoritos serán Jules y El señor Arisse y quizás el que menos me haya gustado sea el titulado Los papeles de un loco. Pero si me preguntan dentro de unos días, ese criterio podría cambiar levemente debido a la homogeneidad antes mencionada.
Jules es un libro para leer despacio, para disfrutar de cada uno de los cuentos y sus protagonistas, que deja al lector con las ganas de sumergirse en la obra de Roché. Una buena manera de tomar contacto con él y también de mantenerlo en el caso de ser un nombre que ya os resulte familiar. Me ha gustado, me gustan los relatos.
Y a vosotros, ¿os gustan los libros de relatos?
Gracias.
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miércoles, 17 de octubre de 2018
Kentukis. Samanta Schweblin
"Lo primero que hicieron fue mostrar las tetas. Se sentaron las tres en el borde de la cama, frente a la cámara, se sacaron las remeras y, una a una, fueron quitándose los corpiños. Robin casi no tenía qué mostrar, pero lo hizo igual, más atenta a las miradas de Katia y de Amy que al propio juego. Si querés sobrevivir en South Bend, le habían dicho ellas una vez, mejor hacerse amiga de las fuertes".
Me gustó Samantha Schweblin en Distancia de rescate. Seguí su trayectoria: relatos novelas cortas, cortísimas, y me interesó esta desde el primer momento. Hoy traigo a mi estantería virtual, Kentukis.
Conocemos un invento tecnológico llamado Kentuki, una suerte de robot que recuerda bastante a los Furby solo que un poco más evolucionados. Lo justo para que sea una persona desconocida quien lo maneje, te siga y reclame tu atención mediante grititos y movimientos. Una posibilidad infinita para no estar solo, y también para que alguien a quien no conoces, se le de la posibilidad de ver toda tu intimidad.
Vivimos en la era tecnológica, la de la sobreexposición en las redes. Un momento en el que ir de vacaciones sin subir una foto o aparecer en un restaurante de moda sin enseñar el plato, parece causar la mitad de satisfacción. Una sociedad que cuenta likes, seguidores y comentarios, en la que se mira qué tipo de foto tiene más reacciones, se comenta a un famoso porque quizás te responda y mucha gente parece estar parada buscando esa frase ingeniosa que convierta su tuit en algo viral. Y esta es la misma sociedad de la soledad. Un mundo en el que es difícil mirar a los ojos ya que estos están fijos en una pantalla, se sustituyen los cafés por conversaciones de whatsapp y la gente parece apreciar más a los amigos virtuales desde el silencio de su casa que a los reales que en un momento dado pueden dar un abrazo.
Schweblin nos lleva a esa sociedad, la nuestra, y escribe una novela en la que las personas pueden ser o poseer un kentuki. Un kentuki es un robot incapaz de hablar que meterás en tu casa y te seguirá por todas partes logrando unas interacciones regladas... a no ser que te las saltes. Una única conexión por robot y si se apaga es para siempre. Así que, ¿ser o poseer un kentuki? Esa es la gran pregunta y la única división que establece la autora del libro entre los personajes que aparecen en su novela. Personas diferenes que deciden comprar el juguete de moda: unas exponen su vida con más o menos reglas, abren su casa y su intimidad a un desconocido que toma la forma de un inofensivo animal (siempre es más fácil si el objeto tiene pinta de inofensivo), y otros que optan por el voyeurismo, mirar a través de los ojos del muñeco siguiendo a sus "amos", entrando en una suerte de sumisión elegida que se mezcla con el placer de ir descubriendo los secretos de una persona real. Y a su alrededor los secundarios, esos que confían o desconfían de este nuevo invento, los que piden trato digno, los que advierten del peligro o alaban la posibilidad de ofrecer compañía.
Entonces, ¿qué tiene de inquietante la nueva novela de Schweblin? Lo mismo que las anteriores, la exposición de los miedos, el alma humana que confía o desconfía, los vínculos que se llegan a establecer y, sobre todo, la desesperación que parece anidar en todos ellos y que tal vez lo haga también en el lector que se irá reconociendo poco a poco en alguno de los compradores o usuarios del libro. Samanta pretende aportar con cada caso, no solo las distintas evoluciones de los vínculos creados, sino también los miedos o esperanzas que puede tener cualquier persona. Es difícil no verse ahí. Recuerdo haber leído una parte pensando en Black Mirror y en cómo no somos conscientes de lo mucho que hemos cambiado socialmente con todas estas tecnologías que se van instalando en nuestra cotidianeidad. Y Schweblin da una buena muestra de ello en esta novela.
Kentukis me ha gustado. Uno de sus grandes aciertos es no centrarse en una única historia, quizás porque la autora se suele mover en el relato pese a que Distancia de rescate, su título más conocido, sea una novela. Pero el caso es que, si uno sacrifica la profundidad que supone tener una única historia, lo que se consigue es una visión global mucho más completa. Y eso provoca temor, los espejos sociales siempre lo hacen, sobre todo porque tienden a mostrar la realidad. Y la pregunta sigue en el aire, ¿ser o poseer un kentuki?
No os he preguntado con qué libro estáis esta semana, ¿me lo decís?
Gracias.
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lunes, 15 de octubre de 2018
La muerte del comendador. Haruki Murakami
"Hoy, al despertarme de una breve siesta, el hombre sin rostro estaba frente a mi. Se había sentado en una silla delante del sofá donde yo dormía y me miraba fijamente con sus ojos imaginarios en un rostro inexistente".
La publicación de una nueva novela de Haruki Murakami siempre causa cierto revuelo. Es cierto que en España, entre la demora de sus primeras obras y las reediciones ilustradas, no somos tan conscientes de la espera entre título y título, pero, aún así, muchos son los que corren a las librerías. Hoy traigo a mi estantería virtual su último título, se trata de La muerte del comendador.
Conocemos a un narrador sin nombre con talento para ser artista y de profesión retratista que, a sus treinta y tantos años, lleva una vida anodina. En el momento en que le conocemos su mujer le deja, y decide comenzar un viaje a ninguna parte en coche, utilizando este camino para reflexionar. Sin embargo, la espalda y el cerebro hacen que su viaje termine y nuestro protagonista se encuentra de pronto viendo en una vieja cabaña que pertenece al padre, artista también, demenciado de un amigo. En esa casa remota se encontrará con un vecino muy peculiar llamado Menshiki, un cuadro titulado "Killing Commendadore", la historia de una niña y un mundo al que llega tras una suerte de campana.
Dicen que La muerte del comendador es un homenaje personal del autor a El gran Gatsby, libro que entusiasma a Murakami. No lo pongo en duda, de hecho, me encontré reconociendo el homenaje en la escena en que conocemos al vecino, descubrimos que es millonario y excéntrico (aunque este no de fiestas, en realidad prefiere desaparecer de la parte pública) y también asistí a como ese reconocimiento se escurría de entre mis dedos a medida que la irrealidad irrumpía en la novela de Murakami, casi tomándola durante la segunta mitad del libro.
Murakami es un autor capaz de planchar camisas durante páginas y páginas y también capaz de crear mundos irreales a partir de una simple marca en la piel, casi como Alicia a través del espejo. Bien, pues en este libro mezcla ambas cosas, de tal modo que comenzamos en la realidad y conocemos al protagonista, que es abandonado por una mujer a la que eligió mas por recordarle a su hermana que por amor, viaja, da clases de arte y se acuesta con un par de mujeres en relaciones nada entusiastas, conoce vecinos, pinta, mira o no mira senos... y mientras todo eso sucede somos consciente de que algo acecha en esa cabaña, y es la irrealidad, que parece esperar al protagonista para engullirle y junto a él también al lector.
El lector de Murakami encontrará sus habituales: desde el hombre casado, hastiado cansado al que tampoco parece importarle su propio hastío con tal de no moverse, hasta los deseos, la sexualidad y sexualización, el arte y en esta novela la música, ya que el cuadro que marcará su vida representa una escena de Don Giovanni y una melodía será la que le conduzca al templete. En la cabaña hay además una colección musical. y es que, poco a poco vamos reconociendo sus temas fetiche de aparición asegurada, y también esa tendencia suya a dejarse llevar de repente sin previo aviso por lo irreal.
En este caso, al ser un primer libro, el autor se queda un tanto confuso, esperando que las respuestas lleguen el próximo año en una segunda parte, y eso que confieso me gustan más los libros de Murakami que dejan un pequeño espacio abierto que aquellos que parecen ser cosidos en su final sin fisura alguna proporcionándome más datos de los que me hubiera gustado.
La muerte del comendador es, en definitiva, un libro que encantará a los habituales de este escritor eternamente nombrado en las quinielas del nobel y que este año decidió retirar su nombre de la lista del "Nobel alternativo", pero que no recomendaría a los no iniciados. No se trata en este caso de si estamos ante un libro entretenido o no, con Murakami, la mayoría de las veces, de lo que hablamos es de la dureza para el lector del ejercicio de comprensión lectora que supone su obra.
Y vosotros, ¿pertenecéis a la legión de seguidores de la obra de Murakami?
Gracias.
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