miércoles, 29 de septiembre de 2021

La casa al final de Needless Street. Catriona Ward

 


     "Hoy es el aniversario de La Niña del Helado. Fue junto al lago, hace once años,. La niña estaba allí y de repente ya no estaba. Siempre es mal día cuando descubro que hay un asesino entre nosotros".

     Siempre me han gustado las novelas de terror. Eso hace que me acerque a ellas con regularidad y precisamente por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La casa al final de Needless Street.

     Conocemos a Ted Bannerman en el aniversario de la desaparición de la Chica Del Helado. Todo el mundo lo recuerda, si la prensa lo hace, lo hace todo el mundo, pero sobre todo Ted ya que fue interrogado en su día y señalado por los vecinos. Es difícil cuando te ves involucrado de esa manera que no te señalen y murmuren. Ahora Ted vive aislado en su casa. Una casa de ventanas tapiadas que comparte con su gata Olivia y en la que recibe las periódicas visitas de su hija Lauren, una niña temperamental cuyo carácter se vuelve cada vez más ingobernable. Pero así es su vida, tranquila y ordenada.

     Hablar de esta novela sin hacer el mayor spoiler de la historia es bastante complicado. Sobre todo para conseguir transmitir lo que uno se puede encontrar al leerla. Pero, ¿quién dijo miedo? (Ward, sí, ella lo dijo).

     Estamos ante una novela coral que más que terror aporta un suspense opresivo con un fuerte componente psicológico que se basa en el uso de narradores poco fiables dando su versión de lo que sucede. Y, esta es fácil, si la novela tiene pocos personajes, darles voz es la mejor forma de que el lector se involucre con ellos. Y... bueno, yo me quedo con el gato. Así veremos como una grabadora vieja será testigo de historias que pasan por recetas, visitas traumáticas de Lauren a su padre y la preocupación de éste por ella, y también la atronadora voz del gato guardián. Guardián porque su dueño le salvó de correr el mismo destino que sus hermanos, que todo hay que explicarlo de puntillas en esta historia. Nos adentramos así en la historia descubriendo con calma qué sucede tras las ventanas tapiadas y jugando a hacernos los sorprendidos cuando tras un rento arranque y un pequeño rodaje, se nos van desvelando las sorpresas.

     La novela tiene a su favor lo original de la narración y una soberbia ambientación psicológica en la que consigue, al no describir a los personajes hasta bien avanzada la historia, que el lector gire su percepción varias veces convirtiéndose en cómplice. Esta base es importante ya que, una vez finalizada, pensar en todas las pistas que vimos sin mirar se convierte en lo mejor de la historia.

     La casa al final de Needless Street es una novela de terror psicológico que reúne muchos rasgos habituales del género pero que se antoja lenta en sus comienzos y correcta en su finalización. Leeré más de la autora.

     Y vosotros, ¿sois lectores de terror?

     Gracias.

lunes, 27 de septiembre de 2021

La historia de Shuggie Bain. Douglas Stuart

 


     Hay épocas que me atraen poderosamente y una es en la que se ambienta esta novela. Hoy traigo a mi estantería virtual, La historia de Shuggie Bain.

     Cuando conocemos a Shuggie vive en una habitación, es adolescente y sabemos que lo ha pasado mal. Esta es la historia de cómo llegó a una habitación en la que evita oir a otros inquilinos y lucha por seguir adelante.

     Shuggie es hijo de una familia pobre. El padre es un mujeriego, su madre una alcohólica que quiere dar una imagen distinta a la real y su familia es pobre y vive en una zona miserable en la que los abusos son una constante. Estamos en Glasgow y el cierre de las minas sume en la miseria a muchas familias, tantas, que parece algo normal en ese mundo que es su universo. Se trasladan entonces a una aldea aún más miserable y no ayuda que Shuggie sea distinto a los demás, gay, y con una dicción y unos gustos que no lo ayudan a integrarse. Ahora vive pensando en si su día será bueno o malo en función de las latas de cerveza que se encuentre al llegar a casa ya que su padre se ha ido con otra mujer y su madre ha caído nuevamente en la bebida. Si es que alguna vez salió.

     Dicho así podría parecer la terrible historia de un niño que se alza y se convierte en un héroe pero estamos en realidad ante la historia de amor de un hijo hacia su madre, a la que cuida con total abnegación y eso hace que compartamos con él el sufrimiento de verla caer cada vez en un estado deplorable que condiciona su vida. Shuggie es fuerte, lo vemos en cada gesto de amor que realiza cada día y el lector siente una corriente de empatía que sabe no está llamada a ser recompensada con un final feliz y edulcorado como suelen hacerse en estas novelas. Aquí la mugre de las calles y la lluvia del ambiente empapa corazones y se traslada al lector en el tacto de las páginas. Además Stuart contribuye a ello con pasajes de especial lirismo en el que las minas quedan por fuera en montañas negras que toman el paisaje y en miradas que, como la del niño de la cubierta, miran a un futuro cercano más que a una utopía de fin de trayecto.

     Anggie es el personaje a destacar. Estamos acostumbrados a los Shuggies de las novelas pero no tanto a las madres que caen una y otra vez sin esperanza de levantarse y alzar el vuelo. Lo trágico está en este personaje que forma el carácter y condiciona la vida de su hijo, el que se queda, otro se va. Y el lector se pregunta una y otra vez cómo es posible un corazón como el de su hijo pequeño y cómo puede sobrevivir en un mundo lleno de espinas. La novela es el resultado de un realismo lírico en el que ambas parts se equilibran para dar lugar a una novela sobresaliente, de esas que uno encuentra por casualidad y gracia al buen hacer de quienes las descubren y que, una vez leídas, recomienda por activa y pasiva como si de un tesoro secreto se tratara. Pero no es un tesoro, ojo, es una novela premiada. Una primera novela para ser exactos, lo que equivale a la promesa de estar ante un nombre a recordar.

     La historia de Shuggie Bain es una novela magnífica de la que se disfruta a pequeños sorbos y cuyos personajes se convierten en compañeros inolvidables. Pero es, sobre todo, el reflejo de un colectivo que ha existido y que aún se recupera mientras que una gran parte de la sociedad ni siquiera miraba hacia otro lado, simplemente los ignoraba. Leed su historia, hablemos de Anggie. Hablemos de Shuggie.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

lunes, 20 de septiembre de 2021

La cita. Katharina Volckmer

 


    "Sé que puede que este no sea el mejor momento para sacar el tema, doctor Seligman, pero me acabo de acordar de que una vez soñé que era Hitler. Aún hoy me avergüenza hablar de ello, pero era de verdad él, con una fanática masa de incondicionales a mis pies, y daba un discurso desde un balcón. Llevaba el uniforme ese de las perneras raras, abombadas, me notaba el bigotito en el labio superior, y mi mano derecha volaba por los aires mientras yo hipnotizaba a todos y todas con mi voz. No recuerdo exactamente de qué hablaba –creo que tenía algo que ver con Mussolini y algún sueño absurdo de expansión–, pero da igual. ¿Qué es el fascismo, además, sino una ideología por la ideología?"

     Va la cosa de cubiertas llamativas, y reconozco que Anagrama últimamente se está luciendo. A mi, que soy una superficial, me llaman la atención todas aquellas cubiertas que se salgan de lo habitual. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La cita.

     Y así conocemos a la protagonista, una alemana que acude a la consulta del Dr. Seligman destinatario del monólogo confesional que vamos a ir leyendo y que es, a la postre, judío.
   
     Si la cubierta de este libro es irreverente el discurso de la protagonista también lo es. Ya empieza diciendo que ha soñado con Hitler en un libro cuyo discurso viene a decirnos que los alemanes no hablan de la IIGM (y algo de eso tiene que haber cuando la autora es alemana y no ha encontrado una editorial para este título en su propio país). Con un sentido del humor hiriente que a ratos parece entremezclarse con la mala leche de quien está enfadado, la autora no deja títere con cabeza a la hora de criticar un mundo al que se ha llegado a fuerza de resolver conflictos incluso con la propia identidad sexual. Sabremos poco a poco datos de la narradora, como que no es su primera terapia, que tiene un ex llamado K y algo sobre una herencia familiar. Sin embargo la novela no va a tratar de nada de eso, para la autora lo importante parece ser la propia identidad, ya sea la propia o la de su país. Y para ello, Volckmer busca provocar sin fin incluso con las palabras elegidas más allá del mensaje de su obra, y eso acaba pasando factura con un poso de superficialidad (si es que es posible expresarlo así) que no se despega del lector ni siquiera con la revelación final. Peo más allá de eso es una novela corta interesante que la autora estructura como una suerte de juego de secretos a media voz que son revelados poco a poco. Vaya por delante, por eso de echar una mano, que Seligman no es psicoanalista. Supongo que a estas alturas muchos de vosotros ya habías dado por hecho que lo era, pero no es así y si lo digo claramente es porque no tardamos demasiado en descubrir que estamos ante un ginecólogo en una suerte de retorcido uso de aquella frase que decía "me ve hasta el alma". Y es que la autora no nos permite dar demasiadas cosas por sentado. Exactamente igual que advierte que no podemos pensar que porque el tiempo ha transcurrido las heridas de la IIGM están cicatrizadas y se habla de ello con normalidad, tampoco podemos dar por segura la identidad sexual de la protagonista. A fin de cuentas, eso es algo que ella puede "elegir". 

     Hay una palabra en alemán, Vergangenheitsbewältigung. Los alemanes son los reyes de las palabras, tienen una para cada cosa, para ubicar y cubicar cada significado. En este caso viene a significar algo así como aceptar el pasado y se suele usar aplicado a la IIGM y sin embargo la autora defiende que realmente no son capaces de hablar del tema con soltura, que sigue siendo un tabú social en muchos momentos hablar de ello en voz alta, entrar en detalles. Habla de esvásticas y también de sexo, cómo no iba a hablar de sexo una novela con un consolador en la cubierta, estaréis pensando, cómo no va a relacionar en la misma frase a Hitler con la masturbación por ejemplo, o no va a tener fantasías asociadas a la imagen (también hay una relación con un hombre casado, un problema laboral y una herencia, en un monólogo da tiempo a muchas cosas). Bien, pero quizás, y pese al desparpajo y las metáforas que se enroscan unas en otras cuando no se solapan o encadenan, el problema que puede tener esta novela es la gran tentación que sufre el lector de quedarse en la superficie. Es fácil recoger el discurso, el monólogo, los saltos en temas que parecen desestructurados pero que recuerdan al mismo tiempo al propio pensamiento cuando nos dejamos llevar, a las preguntas del Dr que jamás leemos pero cuyas respuestas están allí... y perdernos el mensaje subyacente, la crítica social y la personal, a los roles, a la incapacidad para ser sinceros salvo en circunstancias muy particulares, a su país, algo de algún modo extensible a Europa. Y la novela incluye todo esto en menos de doscientas páginas dando voz a una mujer que quiere despojarse de sus mentiras. Y esa, aunque no lo sabéis, es una frase crucial para hablar de esta novela.

     La cita es una novela confesional que se viste de provocación e irreverencia para dejar un interesante experimento con un mensaje no apto para todos los lectores. Supongo que es de esos libros que los entendidos llamarán artefacto literario y que los lectores miraremos pensando: un libro es un libro. A mi me ha gustado, me ha demostrado una vez más que no está todo escrito.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Una semana en la nieve. Emmanuel Carrère

 


     "Más tarde, durante mucho tiempo, Nicolás intentó recordar las últimas palabras que le había dirigido su padre. Se había despedido de él en la puerta del albergue, repitiéndole una y otra vez consejos de prudencia, pero Nicolás se sentía tan molesto por su presencia, tenía tantas ganas de verlo marcharse que no le había escuchado. Le echaba en cara que estuviera allí, que atrajera sobre ellos miradas que adivinaba burlonas, y se había zafado, agachando la cabeza, del beso de despedida." 

      Carrere es uno de esos nombres recurrentes en mis estantes. De hecho llevo un par de semanas buscando un par de viejo títulos suyos y eso me recordó precisamente este. Hoy traigo a mi estantería virtual, Una semana en la nieve.
   
      Conocemos a Nicolás, un niño de diez años introvertido y con problemas para relacionarse, cuando su padre lo lleva a un albergue a que pase unos días con sus compañeros de clase esquiando. El detalle es importante puesto que su padre es el único que llega al lugar, el resto de la clase, ha ido en autobús. Y no sólo eso, sino que además se marcha sin dejarle la maleta con las cosas necesarias para pasar esos días. De este modo tan desastroso comienza la experiencia de Nicolás, una experiencia que no será capaz de olvidar nunca. 

     Carrère es un narrador más que solvente. Sus libros proporcionan al lector una experiencia compleja partiendo de una forma de narrar sencilla, lo cual ha de ser mucho más difícil de lo que parece. De hecho, creo que no hay nada más complicado que conseguir lo que se llama un libro fácil de leer. En este caso, parte de lo que bien podría ser una novela Bildungsroman (de esas de crecimiento que cuentan una historia en la que se parte en la infancia y percibimos como el personaje madura en su camino hacia la edad adulta), para desviarse en las primeras páginas hacia una historia que consigue un clima de desasosiego y una empatía directa hacia el protagonista. 
     Nicolás pronto se nos presenta como un niño tímido y apocado, desfavorecido en la vida y propenso a ser el objetivo fácil de las burlas. Y también con mucha necesidad de atención, a costa de lo que sea. Con este protagonista, el autor juega a dejarnos entrar en su mente siendo adultos, sin dirigirlo lo suficiente como para que no juzguemos sus actos, haciendo que el lector pase del desconcierto a la lástima por el chiquillo. Su pequeño protagonista parece tentar el límite de lo real como método para dejarse conocer por un lector que no puede evitar revolverse incómodo en la silla ante un clima que se va tensando. 
     Y es en ese momento en el que mejor percibimos al Carrère afilado, el que parece contar las palabras y acortar capítulos en un libro ya de por sí corto. Sufrimos esa carencia de palabras tan significativa como esos silencios que se producen a mitad de una conversación importante. Nos deja solos, elucubrando, pensando y haciendo cábalas sobre lo que realmente sucede, se acumulan los por qué... y leemos con avidez un libro corto que dura apenas un suspiro hasta llegar a una resolución abrupta. Un cierre hermético o tal vez una puerta abierta para que sigamos más allá de la historia. Se pueden conseguir ambas cosas. Carrère lo hace. No pone todas las palabras, pero sabemos qué sucede realmente; nos ha sabido dirigir para que rellenemos los huecos y lo hacemos de forma diligente, automática, mientras tenemos la sensación de que nos han bajado la persiana antes de tiempo. Leí una vez al autor decir que le cuesta acabar los libros, tal vez sea por eso que lo termina como una bofetada. Hemos leído, nos hemos creído su historia... y ya no hay más. 

      Una semana en la nieve es una novela corta, muy corta, que se lee en un suspiro y por la que es fácil dejarse conducir para disfrutar de una experiencia casi claustrofóbica entre sus letras. No os doy más datos, sólo quedaros con los adjetivos que he utilizado para describir esa excursión... 

      Y vosotros, ¿os acercáis a ese tipo de novelas que llaman de crecimiento llenas de conflictos?

    Gracias 

      PD. Por cierto que hay una adaptación cinematográfica del año 1998 titulada La clase de nieve y dirigida por Claude Miller.

lunes, 13 de septiembre de 2021

La dependienta. Sayaka Murata

 


     Leí esta novela hace ya un tiempo, pero se me había olvidado colocarla en mi estantería virtual. Hoy traigo, tras haberlo releído, La dependienta.

     Conocemos a Furukura Keiko, una chica tímida un tanto peculiar que trabaja en una tienda de esas que están siempre abiertas. Superados los treinta, tiene toda la pinta de quedarse soltera por mucho que quienes la quieren esperan que eso no sea así. Pero es que Keiko tampoco es que se relacione con demasiada gente. Ella es, definitivamente, distinta. Y también lo es su nuevo compañero, Shiraba.

     Con este libro he tenido sentimientos encontrados. Por un lado me parecía interesante la premisa de lo que se espera de una persona en la sociedad. No es novedoso, Jane Austen ya hablaba sobre eso y hacía hincapié en las mujeres y el peso que ejercía sobre ellas cumplir con lo esperado, pero me suele atraer este tipo de novelas que demuestra, que, a fin de cuentas, tampoco han cambiado tanto las cosas. Solo la forma en que se llevan a cabo. Sin embargo me tropecé con la segunda parte y es que el propio autor parece caer en esa misma trampa social cuando, donde yo esperaba una heroína clásica que decidiera que le importaba poco lo que se espera de ella y se queda con un trabajo que le de para vivir y hacer de su vida lo que le venga en gana, me han dibujado a una protagonista que tiene algún tipo de tara que no le permite relacionarse de forma adecuada, empatizar socialmente con la gente o, incluso, improvisar. Me gusta, eso sí, la forma en que está escrito, los microuniversos, las percepciones... lo esperado a fin de cuentas en un libro de autoría oriental, pero no he podido evitar la sensación de que la autora es partícipe de su propia crítica al colocarnos una protagonista marcada por su carácter (que estoy segura se le podría poner un nombre, aunque yo lo desconozca). Supongo, o quiero suponer al menos, que las presiones en el mundo occidental para seguir una línea de vida personal, no pasan de las preguntas dichas "sin maldad" sobre si ya tienes novix o te vas a casar/tener hijos... y que en otras sociedades estas presiones son mucho más acusadas y se ponen de manifiesto sin necesidad de envolverlas en papel de regalo, y es ese el motivo por el que se me ha quedado corto un librito que, por lo demás, resulta fácil y rápido de leer.

      Me ha gustado el refugio en el que convierte el konbini en el que trabaja, un lugar que comencé percibiendo como imposible (me costaba entender que fuera el lugar en el que la protagonista se siente feliz y realizada) y que acabé reconociendo en cambio como el espacio seguro en el que absolutamente todo podía estar bajo su control. Y aunque sí, es allí donde conoce a su compañero, la resolución que da la autora a este punto me resulta más que satisfactoria. Como digo, la única pega que le veo es esa suerte de tendencia a marcar la conducta de la protagonista como algo más patológico que referido a su fortaleza de carácter.

     La dependienta me ha gustado sin estridencias. De hecho me gustó más cuando lo leí que pasado el tiempo y para realizar esta reseña me he vuelto a asomar a sus páginas porque, al sentarme delante del ordenador, me di cuenta de que me "molestaban" algunos puntos al ser razonados en los que en su momento no caí. A segunda lectura lo tengo claro, estamos ante un libro cortito que se lee prácticamente de una sentada pero al que se podría haber sacado, indudablemente, mucho más partido.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

lunes, 6 de septiembre de 2021

En las ruinas del futuro. Don DeLillo

 


     "Todo eso cambió el 11 de septiembre. Hoy el relato del mundo lo vuelven a escribir los terroristas".

     Me gusta un escritor, me compro sus libros. No hay más. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, En las ruinas del futuro.

     Alla por el año 2001, un 21 de diciembre (esperábais supongo un 11 de septiembre), DeLillo escribió un artículo para The Guardian en el que hablaba de los atentados, las torres, el ambiente en una de esas calles recorridas por un tráfico incesante de coches y personas... hablaba de lo mismo que todo el mundo; el terrible atentado a las Torres Gemelas. Un año más tarde se publicaba la traducción en nuestro país y ahora, hace apenas unos días, se ha reeditado.

     DeLillo nos deja un librito en el que reflexiona sobre el atentado, el terrorismo radical en el que las personas son instrumentos de sus creencias y en la forma en que eso las distancia del resto de la humanidad a la que no son capaces de otorgarle rasgos. Supongo que un poco como eso que dicen de si le pones un nombre a un pollito, jamás te lo llegarás a comer. Habla también de la memoria y de las historias y de cómo serán contadas esas historias en el futuro, de las personas y el estupor, las calles polvorientas y las cintas policiales que se mantuvieron durante mucho tiempo. Habla de la prensa que retransmitía en directo lo sucedido sin caer en lo cinematográfico y nos deja además una suerte de testimonio cercano pero no desde dentro de las torres, lo hace justo desde al lado. Me preguntaba al leer esa parte si realmente estaba dando testimonios o era una suerte de metáfora, de aviso a navegantes sobre lo que deberían de empezar a temer si estaban viendo lo que sucedía en su país. Posiblemente. O quizás no y sea una interpretación mía influida por los veinte años casi que han transcurrido desde ese momento y por todo lo sucedido desde entonces. Y como broche, el americanismo multicultural, multirracial, el seguir adelante porque es lo que importa. Muy colocado todo. Entonces.

     He colocado como frase una que a mi me llamó particularmente la atención al comenzar la lectura. Una que pensé que sería la marca del texto y sobre la que oscilaría DeLillo. Pues bien, me equivoqué. Esperaba algo más incisivo, más profundo, supongo que algo más contemporáneo a este año que vivimos y que estuviera escrito por lo tanto desde el análisis que otorga la distancia y no desde el simple "un texto más" en el que realmente no se aporta nada en particular salvo un par de pensamientos a vuelapluma y un broche final efectista que en este momento carece realmente del sentido que tuvo al escribirse. Será culpa mía ya que esperaba un análisis. O del mundo por habernos dejado un comienzo del S XXI tan lleno de sobresaltos que podrían llenar una biblioteca entera con palabras sobre cada uno de ellos. Pero me ha parecido que se queda muy corto. Me ha sonado a uno de esos ejercicios en los que uno intenta dejar de lado el sentimentalismo y hacer algo digno cuando aún no está preparado para ello y que refleja nada más que un punto dentro de un eje cronológico macabro que ha continuado sucediéndose de tal modo que, esa primera frase con la que comenzaba esta reseña, puede ser la que mantenga el rigor con más dignidad de todo este título. Al menos hasta que llegó la pandemia. O qué se yo, supongo que escribir textos sobre temas actuales es muy complicado. Y conseguir que mantengan el mismo sentido que tuvieron al publicarse debe de serlo aún más.

     En las ruinas del futuro es un libro para quienes, como yo, alimentan su lado coleccionista y quieren tener todo lo escrito por su autor.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.


viernes, 3 de septiembre de 2021

El gato que venía del cielo. Takashi Hiraide

 


     Cada vez hay más libros sobre gatos, o eso o yo me fijo más. Pero cuando pienso que es cosa mía recuerdo a un librero que conozco y que afirma que si en un libro sale un gato, vende más. Hoy traigo a mi estantería virtual, El gato que venía del cielo.

     Tenemos un matrimonio japonés, sin hijos, y que trabajan en la edición y corrección de textos. Y que además, no tienen hijos. Tenemos un vecindario desde el que nos relatan la historia y a Chibi, un gato que decide empezar a visitar a este matrimonio y que poco a poco, pese a su carácter austero, se va haciendo un hueco en su hogar minuciosamente detallado por la mujer.

     Bien, hay que decir que no es exactamente un libro sobre un gato. Cierto es que Chibi entra en la vida de los protagonistas y les da alegrías (y un mordisco) y se convierte en una parte importante de este matrimonio que poco a poco lo considera como suyo. Además Chibi es un gato independiente que se pasea por donde le place y visita incluso al narrador fomentando relaciones. Chibi, en definitiva, cambia vidas. Y por eso el libro trata de la soledad, del individualismo aislante que cada vez es más común, y de la rivalidad por la atención. Porque Chibi no es un gato vagabundo. Tiene como dueños a unos vecinos de nuestra pareja y hay un momento en el que parece todo una competencia para saber a quién quieres más, si a papá, o a mamá. También es una manera de conocerse y de expresar sentimientos que, hasta la llegada del gato, ni siquiera sabían que existían. Y es que Chibi es muchas otras cosas además de un gato.

     Sucede en la novela que un anciano muere y su esposa decide vender los terrenos que ha heredado de su marido. Y estos son donde viven nuestros vecinos. Esta es la excusa para ampliar la crítica de lo personal a lo social cuando el autor explica que el precio del suelo en Japón no es apto para personas normales. Hecho que coincide con la marcha del gato. Y hasta aquí os cuento porque son poco más de cien páginas y he desgranado, a mi parecer, demasiado del argumento.

     El gato que venía del cielo es un libro de detalles en el que cada brizna del jardín, cada árbol, cada insecto, tienen su espacio. Es un ejercicio de prosa de lento recorrido al que el lector ha de enfrentarse sin prisa, como a un paseo relajante. Porque más allá de la forma en que está narrado, realmente no sucede demasiado, lo que lo convierte en un libro para amantes del paladeo más que para lectores voraces. Con todo, lo he disfrutado.

     Y vosotros, ¿sois lectores gatunos?

     Gracias.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Un adulterio. Edoardo Albinati

 


     "La pureza del cielo sobre la barca era desconsoladora. Solo en septiembre alcanza una intensidad tan rotunda y melancólica."

     Tras La escuela católica tenía curiosidad por seguir leyendo a Albinati y ver que este título apenas superaba las cien páginas me animó a no esperar más. Hoy traigo a mi estantería virtual, Un adulterio.

    Clementina y Erri se van a pasar el fin de semana a una isla italiana. Ambos están casados, ambos han mentido y ambos van a pasar el fin de semana juntos en un lugar que parece un paraíso, una ficción idílica. Y el domingo, regresan.

     Albinati dicen que explora el deseo en este libro y yo no lo creo. Un adulterio no trata de deseo, ni siquiera hay un sexo notable o es notable el sexo que tienen los amantes protagonistas. Y tampoco se molestan en fingir que lo sea. Lo que hace Albinati es relatar una escapada del mundo llevada a cabo por dos personas que huyen de sus vidas y sus rutinas. Y quizás un poco por eso, por escapar ella del hijo y él de la familia y un trabajo poco emocionante, se permiten ser felices. Si la felicidad es apenas un instante antes de que seamos conscientes de nuestras preocupaciones, un fin de semana de arena, sol, barco y alguien desconocido que nos gusta pero no nos va a pedir nada ni contar penas, que no nos va a hablar del colegio o la reparación del coche, es casi una utopía. Y de esa utopía es de lo que trata la novela Un adulterio. Y si el hotel es malo o la pizzería, casi mejor. Porque eso nos recordará a tiempos en los que ser despreocupado era lo normal y que no sabíamos luego íbamos a recordar con nostalgia por no haber sabido aprovecharlo. Construye un espejismo de cielos azules y aguas cristalinas en la que los personajes nadan hasta no ver el barco del que se tiran (desde aquí envío un saludo a Michael Phelps que sé que no me lee) creando una ensoñación romántica en la que está permitido soñar en voz alta y creer, por unos instantes, cualquier cosa que se supone hay que decir en estos casos. El adulterio no se idealiza en sí porque incluso ella es más feliz nadando sola y, cuando el sol no la deslumbra (y lo mismo le pasa a él) es consciente de los fallos de la persona que la acompaña. Y quizás por eso apenas los describe, no son importantes el uno para el otro, no importan. El adulterio que comenten no es tanto hacia sus parejas como hacia la vida ordenada que llevan y ambos saben que es lo que realmente les importa de ese momento. Por eso y no por otros motivos, lo mejor es el final.

     La novela tiene una falta de musicalidad y una premura en el final que deslucen un conjunto agradable para una lectura rápida que no deja mayor huella que las ganas de volver a estar de vacaciones. Un adulterio no destaca más allá de la escapada idealizada, del huir tres días, del paréntesis que tantas veces nos han ofrecido los anuncios televisivos incluso en forma de chocolatina. Es una novela efímera hasta en la memoria del lector.

     Y vosotros, ¿qué libro tenéis entre manos?

     Gracias.