"Cuando todo ha pasado, continúa allí de pie, atrapada tras un muro de cristal, sacudida por un horror mudo, sísmico.
Conocemos a Josephine mientras recuerda lo sucedido en un zoo local un viernes. Allí estaban también sus amigas: una hija de divorciados, una hipocondríaca, una que practica karate, otra que va con camisa y la que no habla. Y también hay en el libro un atasco por culpa de plastilina. Y, por supuesto, el misterio. Me váis a permitir que no entre mucho más en detalle porque es un libro de doscientas páginas y si desvelo incluso alguno de los dos misterios... pues os podría fastidiar la lectura. Así que vamos con la novela.
Dicker ha escrito una novela para todas las edades porque oye, ya que enganchó a la lectura a un montón de adultos, pues por qué no va a poder hacerlo también con los más jóvenes. Así que nos deja este cuento con misterio, que si eres adulto no debes olvidar está pensado también para el público infantil o se te podría quedar realmente muy corto. Y es que tiene de recuerdo permanente sobre lo especial que es tal o cual personaje, el misterio simple y ese tono levemente condescendiente que nos encontramos en algunos libros con personajes jóvenes que, vistos desde el prisma de un adulto, se basan en el clásico cliché de los niños son más listos de lo que parecen y además no tienen filtro alguno para decir las cosas. Por supuesto, la narradora y el colegio especial son de importancia vital para la narración en sí. El caso es que el libro que comienza con un desastre va enlazando uno tras otro sin abandonar la costumbre de giros y sorpresas mientras yo iba pensando que lo que le iba fallando al libro es la originalidad. Y claro, me topé con la moralina en la que se reflexiona sobre el mundo digital y el real, las personas especiales y tantas otras cosas que parece tener que haber metido con calzador para que la novela encajase con la idea que tuvo de lo que iba a escribir. Porque esa es la sensación que no logré despegarme durante la lectura: la de estar ante un producto prefabricado. Es como si el autor hubiera creado las normas de lo que quería lograr y se hubiera dedicado después a ir rellenando espacios hasta meter todos los ingredientes para poder llegar al epílogo.
Es cierto que la novela es entretenida y que mantiene ese nosequé que engancha y que posee la pluma del autor, pero si vamos a ponernos serios, la época de pandillas como Los Cinco, ya pasó hace tiempo y ahora si se escriben se hace de una forma más cercana a la vida que llevan los niños hoy. En este caso tengo que decir que la novela tiene a su favor la novedad, la reinvención, que no haya un muerto y que el autor haya decidido salir, como ya hiciera en El tigre, de su zona de confort asegurado. La parte negativa es que, si bien admiro la seguridad en uno mismo, en este caso como en otras lecturas suyas (capitaneadas por una cuyo protagonista es El Escritor), uno tiene la sensación de estar recibiendo un mira que bien lo hago que trasciende al argumento de la propia novela.
La muy catastrófica visita al zoo es, efectivamente, una novela que puede leer un público muy amplio y que seguramente sea mejor aprovechada por los lectores más jóvenes. Y, si eres un adulto y vas a leerla, descubrirás que te gusta más desde la nostalgia que desde el momento lector.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
Pese a que tengo una relación desigual con esta mujer, no me resisto a sus títulos. Hoy traigo a mi estantería virtual, El tercer amor.
Conocemos a Riko, que es la narradora principal. Cuando la conocemos está enamorada de Naa-Chan. Aún está en la escuela y no es precisamente sociable, pero es el momento en el que conoce a Naa-Chan con quien la veremos casada. El problema es que Naa-Chan es terriblemente infiel y, por supuesto, Riko se entera de s sucesión de aventuras. No hablan del tema, pero se distancian convirtiéndose en una de esas parejas. Y entonces regresa a la vida de Riko el sr Takaoka. Y aquí viene el momento en el que lo que parecía una historia reflexiva de amor e infidelidad, cambia drásticamente.
A Takaoka lo habíamos conocido como conserje de la escuela de Riko, solo que allí parecía mucho mayor que ahora, cuando reaparece con Riko adulta. Y comienzan a hablar de magia, sueños y viajes en el tiempo que, por supuesto, Riko realiza y en los que la acompañamos. Y empiezan sus vidas en sueños en las que adoptará diferentes personalidades que sirven a la autora para confeccionar una historia en la que Takana viaja también bajo otro nombre y se enamora de Riko en esta realidad alternativa situada en el periodo Edo. O tal vez se enamoran en una vida pasada o en otra dimensión muy parecida, pero su historia recuerda bastante a una de las de Naa-Chan. Para la segunda remesa de viajes, la Riko presente tiene un bebé y la que viaja al pasado se casa de forma precoz. Y la novela se complica, porque una vez más vive una historia que le recuerda a Naa-Chan y una vez más viaja Takaoka allí y entonces parece que Riko es consciente de las tres vidas.
De algún modo Kawakami ha decidido mostrar la vida de una mujer o una pareja en tres momentos distintos. En ellas el lector ve el peso del amor, la infidelidad, los patrones que se repiten y las distintas formas de actuar de la esposa engañada. Momentos de reflexión en un hilo de vidas que se siente aleatorio y a la vez bien elegido pero que se desdibuja en una trama enmarañada que podía haber sido sensiblemente más sencilla. Donde otros novelistas eligen contar historias generacionales protagonizadas por mujeres, aquí se le dan a Riko tres vidas para aprenderse y también para quedarse con elementos de distintas épocas que quizás no debieron ser olvidados.
El tercer amor es una novela de construcción compleja que destaca por lo bonita que está escrita. Muchas gracias al traductor, Fernando Cordobés, por haber hecho tan buen trabajo.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
Este libro me llamó la atención desde el primer momento. Hoy traigo a mi estantería virtual, Biografía de X.
Conocemos a CM Lucca, viuda de X. Y X fue una artista conocida por sus relaciones y colaboraciones que murió en 1996 sin que nadie tuviera claro su nombre real tras habérselo cambiado a X pero, como suele suceder, alguien decide publicar lo que cree es su historia. CM Lucca se enfada tanto que decide investigar en el pasado de X y ser ella misma quien cuente su historia.
Hasta ahí todo correcto, solo que hay un detalle importante: nadie de los nombrados existió realmente. Todo aquí es ficción y la novela se desarrolla, como buena ucronía, en una línea del tiempo paralela de los Estados Unidos. Allí, en esta línea temporal, una mujer salió elegida presidenta en los 40, era socialista, y la historia desde ese momento cambia totalmente: el sur lleva una política totalmente opuesta al norte y el lector, gracias a la excusa de la biografía y a los datos y entrevistas recogidos, será el encargado de ir recogiendo esa historia. La novela, extraña a su manera, contextualiza cada paso de una forma tan extraordinaria que el lector tiene vista desenfocada; un poco como en esas fotografías que se hacen en modo retrato, pero justo al revés, es el fondo el que va tomando nitidez. Por si fuera poco, X es del sur, un lugar totalitario, y bajo su lupa la propia vida de X y su arte tienen un significado diferente. La ficción del libro avanza desde las primeras páginas para atrapar al lector y utiliza una técnica que rompe la narración para hacerla más real. La ambientación trasciende la palabra para ocupar el cómo se expresan y de ese modo convencernos de que estamos ante algún tipo de búsqueda anotada para dejar que aparezca sin que nos demos cuenta algún nombre que fue real junto a muchos otros que pudieron serlo. Y además parte de una premisa contraria a lo que hubiera podido ser verosímil: la viuda es quien busca la identidad de quien rompió con su pasado para destruirlo. Es ella quien quiere saber el nombre de su esposa y su historia real sabiendo que era lo que X evitaba a toda costa, pero la excusa de quitar la razón a terceros ha sido siempre válida para desautorizar al muerto y aquí es el verdadero motor de la novela.
A medida que la novela avanza, al contrario que sucede con títulos como Daisy Jones, tienes claro que no te interesa demasiado X. No cierras el libro pensando: ojalá hubiera existido y ver su obra y lo que hizo. Porque la autora te ha enredado en su ficción y lo verdaderamente fascinante es el viaje, el lugar, la historia dentro de la historia. Ya da igual si es un estudio, si es una biografía, metaliteratura o no. En realidad, y eres consciente, lo que has leído es algo inclasificable. Pero ahí estás, y ves los momentos en los que la novela se curva para darnos ese mundo en el que las mujeres importan y mucho, sabes que es algo habitual y que está colocado ahí porque es una tendencia. Pero ya es tarde, ya te han arrasado todos los nombres, lugares y costumbres. Y solo tienes clara una cosa: X no te cae bien. Al menos a mi.
Biografía de X es un libro extraño, incluso perturbador, cuya lectura se disfruta como una rareza: no por su belleza, por su originalidad.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
Me puede la curiosidad. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, Un animal salvaje.
Conocemos a Sophie, que vive con su familia en una casa apartada, de cristal para más datos. Su marido es un genio de las finanzas con un pasado turbio y un presente que se irá descubriendo con tantos secretos como el pasado. Por si eso fuera poco Sophie también parece tener algo que ocultar relacionado con un tatuaje de una pantera que lleva en una pierna y que ha llamado la atención de un hombre que se dedica a observarla desde la distancia. Un lugar tranquilo en el que nada es lo que parece y nadie es tan transparente como las paredes de esa extraña casa.
Dicker entró en el panorama literario de la mano de Harry Quebert, un éxito multinacional cuya receta ha sabido ir replicando en los distintos títulos firmados por el autor, salvo El Tigre que es el único que no he visto hasta en la sopa de todos los que ha publicado. Tengo que decir que, si bien su primera novela me resultó entretenida, a medida que he ido avanzando en sus títulos me he ido encontrando lugares demasiado comunes que han provocado que pierda interés y entusiasmo en sus letras (por no hablar de que el Escritor es uno de los personajes que más gordos me han caído en los últimos tiempos).
En esta ocasión el autor vuelve a orquestar un libro con alma de page turner que dicen ahora, un fast food literario pensado para ser leído y posiblemente olvidado en apenas unas semanas y que a mi me ha dejado una sensación agridulce puesto que la historia sigue demasiado abiertamente un patrón conocido para sus lectores. Comienza con personajes aparentemente anodinos y, una vez presentados empieza a jugar con los tiempos y ubicaciones para ir destapando distintos secretos normalmente orquestados en torno a no más de cuatro de ellos para que el lector, animado por la curiosidad, no se cuestione la probabilidad o credibilidad de lo que representa, dejándose llevar por el efecto lúdico de la literatura y disfrute del viaje sin preocuparse de si está en un tiovivo que no le lleva a ninguna parte. Hasta ahí no tengo mayor problema. Sin embargo mirado al detalle, ya lo de la casa de cristal me ha alejado de la novela. Supongo que he leído demasiadas casas en zonas rurales con paredes de cristal en las que vive gente que se sorprende de que alguien los observe y yo no puedo evitar pensar en peceras gigantes, lo siento. Los personajes son además demasiado plásticos y exagerados en sus papeles; desde la rica modosa con una parte salvaje hasta la mujer empeñada en alargar y mantener una relación que se pone en contacto con la esposa del amante puntual como si estuviéramos en una telenovela de los años noventa. Esta exageración de perfiles ha hecho que en algunos momentos me haya sentido como si leyera una novela en la que se paseaban los protagonistas de distintas series de televisión, más o menos policiacas, mezclándose con algunos telefilmes de esos en los que las mujeres toman café mirando al infinito. El evento central es un atraco alrededor del que se van moviendo las historias que el autor trata de atar y desatar para convencer al lector de seguir jugando, algo que logra con el éxito de quien sabe manejar los ritmos y la prosa para que apetezca ver qué va a suceder y es de agradecer que en esta ocasión la novela sea además visiblemente más corta.
Un animal salvaje me ha resultado una lectura superficial, con relaciones básicas en las que el autor no profundiza dando lugar a una lectura que no pasa de ser, a lo sumo, como sentarse a ver un telefilme. Porque esa ha sido justo mi sensación durante la lectura: una representación superficial. O quizás sea que ya no soy tan ingenua leyendo como para creerme todo.
Y vosotros, ¿sois lectores de Dicker?
Gracias.
"Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre mi primer marido, William.
William ha vivido últimamente experiencias muy tristes -como muchos de nosotros-, y me gustaría contarlas; es casi una obsesión. William tiene setenta y un años".
Strout es una de esas escritoras que descubrí no hace demasiado tiempo y cuyo tono y maneras cercanas me resultan agradables, empujándome a regresar a sus letras. Hoy traigo a mi estantería virtual, Ay, William.
La nueva novela de Strout trata, como no podía ser de otro modo, de la vida de Lucy Barton. Esa mujer a la que ya conocemos, cuyo entorno nos resulta más que familiar, y que se convirtió hace ya años en escritora pero sigue sintiéndose invisible y relatando su vida una y otra vez.
En esta ocasión Lucy siente la necesidad de hablar de su primer marido, William, que ha sido abandonado por su tercera esposa de una forma muy similar a como ella lo hizo en su día. La cosa es que William es abandonado a la vez casi que descubre que puede tener una hermanastra. Y le pide a Lucy que lo acompañe por un periplo rural que le sirve a la protagonista para recordar los orígenes de su primer marido tanto como los suyos propios. Nada nuevo en realidad. Esta novela, como las narradas por Lucy, tiene un estilo ingenuo en el que la autor aparece escribir una suerte de diario sin fecha de forma desordenada. Un poco como lo que pediría un psicólogo o lo que haría alguien con problemas de memoria. Su tono cercano pide que el lector se involucre, que preste a tención a los detalles de las pequeñas acotaciones en las que dice que no está preparada o que no quiere hablar de algo directamente. Porque es en esos detalles donde se esconde el verdadero núcleo de la novela, la relación entre dos adultos que no ha desaparecido pese a su matrimonio fracasado y la soledad que se va instalando en sus vidas cada vez más longevas. La autora desviste de adornos su prosa para dar una imagen más nítida de los personajes, dejando un claro retrato emocional de cada momento para que Lucy termine de configurarse como una persona insegura que duda de todo y que se ve sorprendida cuando recurren a ella para buscar una solución.
El resultado es un ambiente de intimidad entre Lucy y el lector, siendo este punto la parte más importante de la novela. El lector es invitado a pensar sobre Lucy que es una ingenua y a rellenar los huecos de la historia en los que la protagonista parece no darse cuenta de lo que sucede realmente. Invita a que reflexionemos sobre las relaciones, los distintos tipos de fracaso, lo que permanece y también sobre las clases sociales. Este último tema lo enfoca desde un punto de vista interesante, va de la condescendencia del pudiente al temor a no encajar o, simplemente, no saber cómo actuar del recién llegado. Y es que, finalmente, llegamos a la conclusión de que la novela trata de la necesidad de reafirmarse, de saberse bien y ocupar el lugar que uno quiere con una cierta dósis de seguridad. Porque, como explica el propio William, todo el mundo debe de tomar al menos una decisión en su vida. Aunque esa decisión sea dejarse llevar. Porque dejarse llevar también es una decisión.
Ay, William es una novela entretenida con un personaje entrañable que tiene un poco de aquella rose de Las chicas de oro por muy escritora célebre que nos diga que es.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
Cada vez hay más libros sobre gatos, o eso o yo me fijo más. Pero cuando pienso que es cosa mía recuerdo a un librero que conozco y que afirma que si en un libro sale un gato, vende más. Hoy traigo a mi estantería virtual, El gato que venía del cielo.
Tenemos un matrimonio japonés, sin hijos, y que trabajan en la edición y corrección de textos. Y que además, no tienen hijos. Tenemos un vecindario desde el que nos relatan la historia y a Chibi, un gato que decide empezar a visitar a este matrimonio y que poco a poco, pese a su carácter austero, se va haciendo un hueco en su hogar minuciosamente detallado por la mujer.
Bien, hay que decir que no es exactamente un libro sobre un gato. Cierto es que Chibi entra en la vida de los protagonistas y les da alegrías (y un mordisco) y se convierte en una parte importante de este matrimonio que poco a poco lo considera como suyo. Además Chibi es un gato independiente que se pasea por donde le place y visita incluso al narrador fomentando relaciones. Chibi, en definitiva, cambia vidas. Y por eso el libro trata de la soledad, del individualismo aislante que cada vez es más común, y de la rivalidad por la atención. Porque Chibi no es un gato vagabundo. Tiene como dueños a unos vecinos de nuestra pareja y hay un momento en el que parece todo una competencia para saber a quién quieres más, si a papá, o a mamá. También es una manera de conocerse y de expresar sentimientos que, hasta la llegada del gato, ni siquiera sabían que existían. Y es que Chibi es muchas otras cosas además de un gato.
Sucede en la novela que un anciano muere y su esposa decide vender los terrenos que ha heredado de su marido. Y estos son donde viven nuestros vecinos. Esta es la excusa para ampliar la crítica de lo personal a lo social cuando el autor explica que el precio del suelo en Japón no es apto para personas normales. Hecho que coincide con la marcha del gato. Y hasta aquí os cuento porque son poco más de cien páginas y he desgranado, a mi parecer, demasiado del argumento.
El gato que venía del cielo es un libro de detalles en el que cada brizna del jardín, cada árbol, cada insecto, tienen su espacio. Es un ejercicio de prosa de lento recorrido al que el lector ha de enfrentarse sin prisa, como a un paseo relajante. Porque más allá de la forma en que está narrado, realmente no sucede demasiado, lo que lo convierte en un libro para amantes del paladeo más que para lectores voraces. Con todo, lo he disfrutado.
Y vosotros, ¿sois lectores gatunos?
Gracias.
Hay libros que amas y libros que odias, y ante este blanco y negro solo queda un tercer tipo de libros, aquel que comienzas con un sentimiento para terminar en el opuesto; todos los puntos intermedios se olvidan o diluyen. Al final solo quedan los libros que uno ama. Y los que odia. Hoy traigo a mi estantería virtual, Liquidación.
Teresa Battaglia sigue trabajando como policía mientras lucha contra su terrible enfermedad intentando que nadie lo descubra. Ahora llega a su mesa el caso más extraño de su carrera: ha aparecido un cuadro pintado hace más de medio siglo con sangre y, junto a Marini, le va a tocar investigar qué se esconde tras el macabro hallazgo.
Si están de moda las novelas negras con protagonistas peculiares, Tuti se lleva la palma. Battaglia está luchando contra el alzheimer. Un punto que a mi me resulta excesivo y que relata quedándose en la parte más básica de la enfermedad que hace que haya postit y tarjetas para ayudarla y que, a priori, solo ella ve. Pero bueno, estamos ante una novela de ficción y si ella tiene este problema y su mano derecha Marini está traumatizado, yo avanzo. Solo lo comento porque la novela, para mi, peca de excesiva y quiero explicar los motivos. El caso es que aparece un cuadro cuyo autor está vivo pero no habla desde que apareciera en el bosque sujetando el lienzo y recurren a un descendiente para que les cuente la historia que ha pasado por varias generaciones sobre este hombre. Y la novela se desdobla entonces en dos hilos, porque uno es el presente en el que se investiga y otro es el pasado en el que nos van relatando, para ir con un ritmo variable hacia una conclusión que peca, para mi, de precipitada.
Tuti ya había dado muestras de cuidar su prosa y utilizar un vocabulario escogido y alguna figura literaria que diera buena cuenta de su calidad en su novela anterior pero en este caso peca de exceso. La novela utiliza un lenguaje demasiado florido en sus descripciones y es que no por colocar mucho adorno se ve la casa más bonita y eso es algo que ha perdido de vista la escritora al dejarse llevar en exceso por la necesidad de adornos, lirismos y demás familia. Más allá de eso la trama se le va un poco de las manos, algo que intuimos en las primeras páginas en las que sucede algún detalle inexplicable, no sabemos si paranormal o no, en una novela que en todo momento me ha mantenido con una ceja levantada entre sorprendida y a la espera de lograr engancharme a la historia.
La virgen negra es una novela curiosa que no me he creído en ningún momento y que está recibiendo un respaldo de la crítica que me hace pensar que quizás haya sido yo la que no haya estado a la altura. Así que, por favor, leed y comentadme. Si algo tienen de bueno las charlas entre lectores es que nos aportan nuevas visiones de nuestras lecturas una vez finalizadas.
Y vosotros, ¿sois de comentar vuestras lecturas?
Gracias.
"No se ve bien. La habitación es oscura, el plano fijo está pobremente iluminado y las hermanas Müller se mueven a base de espasmos para intentar liberarse de las cuerdas".
Esta vez me he acercado al libro por su cubierta. Incluso confieso haber tardado en ubicar de qué me sonaba el nombre del autor. Hoy traigo a mi estantería virtual, Pleamar.
Pleamar es el nombre de un canal de Youtube con millones de visionados. Las protagonistas son las hermanas Müller y sus seguidores esperan pacientemente la llegada de los jueves para ver el nuevo video. El último video muestra a las gemelas secuestradas y augura un mal final. Cuando una de las hermanas aparece muerta la policía se hace cargo del caso en una carrera contrarreloj para evitar la muerte de la hermana menor. El inspector Darío Mur y la subinspectora Nieves González serán los encargados de investigar el caso mientras que Nieves lidia con las consecuencias de enemistarse con los compañeros de su propia profesión.
En Pleamar el autor entra, más bien se asoma pero poquito, en el mundo de los influencer para enfrentarlos con un policía que no comprende estos medios y una ayudante que está más o menos al día. La novela en sí es entretenida y con un ritmo ágil que lleva al lector hacia un final que no por poco original deja de ser correcto y es que, aunque el autor busca tramas secundarias con las que enredar parcialmente al lector, no oculta las pistas que nos permiten sentirnos más listos que los policías sin resultar explícitamente obvio. Y sin embargo me ha costado sentirme cómoda con la novela. Principalmente por la relación que establece entre Mur y su hija, a la que no termina de darle la dimensión suficiente como para resultarme verosímiles sus comportamientos. Consigue, o al menos bajo mi percepción, que Mur pierda todo su carisma y eso se extiende desde su casa al caso policial que tiene entre manos y que ha provocado que se me representase como un hombre envejecido a todas luces mayor que lo que el autor pretendía reflejar en la historia. Con Nieves me ha pasado algo similar, y es que cuando enfrentas a tus protagonistas a situaciones tan complicadas, requieren de un ejercicio profundo que haga que el lector comprenda sus reacciones más allá del "porque yo lo digo que para algo soy el autor". En otras circunstancias, en otra novela, seguramente me hubiera importado poco. A fin de cuentas un page turner es lo que es y entretener ya es mucho, pero el final que nos deja puede perfectamente indicar que haya una entrega de Mur dentro de un tiempo (o no) y si es así me hubiera gustado conocer un poco a los protagonistas.
El resultado es una novela desigual en cuanto a su disfrute y bastante superficial en general concebida como una distracción que se lee en una o dos tardes pero que no deja rastro alguno en la memoria del lector. Terminada tengo que decir que me han sobrado páginas con hilos muertos que aportaban poco a la historia.
Y vosotros, ¿con qué libro habéis comenzado la semana?7
Gracias.
Me gusta Oates. Nos conocemos hace años, en las páginas de sus libros, y ya sabemos de nuestras virtudes y defectos. Se hacia dónde carga tintas y ella sabe hasta dónde puede llegar conmigo en un asalto. Es cómodo, me gusta. Sé que puedo parar de leer porque al retomar la lectura se esforzará en volver a cautivarme. Nos entendemos, se viene conmigo. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, Delatora.
Conocemos a Violet, séptima hija de una familia católica irlandesa de siete hijos. En realidad son irlandeses de Nueva York y allí es donde esta niña de 12 años disfruta de su status de favorita de la casa. Es niña y la pequeña, poco más hay que añadir.
Violet delató a sus hermanos cuando estos mataron a un chico negro. Ellos fueron a prisión pero ella también recibió el castigo que se reserva a los chivatos que son incapaces de ser leales a su familia. Repudiada, sin perdón por su falta, la seguiremos a lo largo de dos décadas en una vida de culpa y búsqueda en un entorno complicado que irán forjando a una superviviente.
Hay mucho más detrás de la novela de Oates que la vida de una delatora que es incapaz de perdonarse y busca a la vez el perdón. Es más que la vida de una superviviente que acepta como si fueran merecidos los abusos, como una suerte de purga de su culpa. Mucho más. Oates regresa a sus temas, entra esta vez en un entorno familiar tóxico con un padre con un trabajo obrero, afición desmedida por el alcohol y tendencias brutales. Un hombre que mide bajo el mismo ojo a sus hijos y a sus hijas. Y no es precisamente el ojo de la igualdad. Ellos son brutos y ellas han de ser chicas hermosas y sexys, pero sin pasarse. Ellos son apenas educados más allá de ese trato casi animal. De hecho es fácil que el lector se escandalice ante un primer acto de Lionel y Jerome que apenas es castigado por llamarlo de alguna manera. Y de ahí, al asesinato en una sucesión brutal de imágenes cargadas por el razonamiento inicial de estos dos hermanos mayores de la protagonista. Y un chico negro acaba muerto mientras que los dos chicos no se esconden de su hermana al llegar a casa. Violet los ve y deduce lógicamente lo sucedido, mientras el lector descubre nuevamente el verdadero tema de la novela. Intenta hablar y explicarse, pero no la escuchan o, si lo hacen, ella es la amonestada: por el amor de Dios, son sus hermanos, es su familia... Y cuando finalmente alguien la escucha, sus hermanos van a prisión y ella es una rata delatora. Es apartada de la familia, pasa por un hogar de acogida y acaba con su tía. Su vida no irá a mejor y tampoco será un campo de margaritas. Pero nadie lo espera, estamos leyendo a Oates. Sabemos que los conflictos raciales y sociales marcan su obra, como también lo hacen la violencia masculina y la victimización de las mujeres. Son temas perennes, están ahí tanto como lo hacen en la calle, en la sociedad actual. En su novela no hay piedad para la protagonista, a veces incluso nos preguntaremos si estamos antes una bildungsroman que transita por los tortuosos caminos del infierno. Pero no es la única por la que la autora no parece tener piedad, los hombres en este libro sufren la misma suerte aunque no por el mismo camino. Esta vez es Oates quien no tiene piedad y no da opción en sus juicios.
Delatora es un libro implacable, hay racismo, misoginia, violencia y abusos y su lectura, la de Violet en su vida y la forma en que va viendo el lugar que ocupa es tan actual, pese a que opta por ambientarlo hace treinta años, como descorazonadora. Por supuesto que son extremos y por supuesto que es ficción y el lector jamás deja de ser consciente de eso. Porque si no lo fuera, se asfixiaría... exactamente igual que lo había con cualquier otro final diferente al elegido por la autora. Aunque, si han leído el libro, piensen un momento... sí, justo eso, ya ven de mano de quién vino.
Delatora es una gran novela. Con la pluma a la que Oates tiene acostumbrados a sus incondicionales. Y de toda esta opinión quizás esa sea la palabra más importante: implacable: no hay nada de la soleada cubierta en la novela, allí todo es oscuridad. Con todo lo que eso pueda significar.
Y vosotros, ¿ya conocéis a Oates?
Gracias.
"Éste no es un manual para aprender a escribir, algo que los verdaderos escritores aprenden por sí mismos. Es un ensayo sobre la manera como nacen y se escriben las novelas, según mi experiencia personal, que no tiene por qué ser idéntica ni siquiera parecida a la de otros novelistas".Los libros sobre literatura forman un género en sí mismos. Parece una tentación irresistible para cualquier escritor que se precie contarnos lo que lee, como escribe y también quiénes fueron sus maestros. Y la tentación es recogida por los lectores e incluso por otros escritores. Hoy traigo a mi estantería virtual, Cartas a un joven novelista.
Hay escritores que convierten la publicación de sus libros en un acontecimiento. Uno de ellos es Joël Dicker, cuyos libros se venden por miles, y por eso una que es una lectora curiosa, no puede evitar acercarse a él. Hoy traigo a mi estantería virtual, El enigma de la habitación 622.
"A principios de verano de 2018, cuando acudí al Palace de Verbier, un prestigioso hotel de los Alpes suizos, estaba lejos de imaginar que me iba a pasar las vacaciones resolviendo el crimen que se había cometido en el establecimiento muchos años antes".
"Kim Ji-young tiene treinta y tres años. Se casó cuando tenía treinta y tuvo una hija hace un año. Vive de alquiler en un apartamento de unos ochenta metros cuadrados, dentro de un megacomplejo de edificios residenciales de la periferia de Seúl, con su marido, Jeong Dae-hyeon, que tiene tres años más que ella, y su hija, Jeong Ji-won. Él trabaja en una empresa tecnológica no muy grande y ella renunció al empleo que tenía en una pequeña agencia de relaciones públicas cuando dio a luz. Él vuelve del trabajo casi a medianoche, e incluso acude a la oficina los fines de semana, en sábado o en domingo. Ella se encarga de cuidar a su hija, sin nadie que la ayude, porque sus suegros viven en Busan y sus padres llevan un restaurante. La niña, desde que cumpliese un año el verano anterior, acude a la guardería que está en la primera planta del edificio donde viven y se queda allí toda la mañana".