sábado, 22 de diciembre de 2018
Las listas, las tontas y otras cosas de fin de año
En este mundo en que vivimos, basta con poner "lista de..." y google te quiere. Añade un número facilón, pongamos el 10, y google te adora y te posiciona porque la gente parece sentir la necesidad de buscar qué es lo mejor del año que finaliza, para ir poniendo cruces en lo hecho y asumir que lo que no hizo son las tareas pendientes para el año entrante. De hecho no hay más que ver los comentarios habituales diciendo, "me faltan 3...4..." como si fueran tareas pendientes. Sinceramente, a mi eso, no me va. Me niego a sentarme delante de los estantes que guardan los libros que he leído el aún presente año y preguntarme qué hice con mi tiempo si le faltan 2, 5 o 7 de esos fantásticos libros que Perenganito, desde Quintanilla de la Oreja, dice que son los mejores. O el ilustrísimo Sr D Criticón, lo mismo me da. De hecho, no me gustan las listas en general, y aún menos las que prometen colocarte los mejores libros de la semana, día, mes, año, década o lo que sea que se les ocurra. Y eso muchos de vosotros lo sabéis porque llevo tiempo desgranando libro a libro algunas listas de los sábados en twitter (en diciembre no lo hago porque con leer lo mejor del año una y mil veces ya tengo bastante). Desde aquí le mando saludos a mis queridos recomendadores, que este mes deben de estar sudando la gota gorda.
El caso es que tengo un problema, y es que parece ser que toda buena lista debe de ir con una medida de ingredientes que uno no se puede saltar.
A saber: ha de tener la mitad más uno de autores patrios, la mitad más uno de mujeres y la mitad más uno de editoriales pequeñas pero de nombre, de las cuales la mitad menos uno serán desconocidas. Incluirá por supuesto ese libro tan sonado que de repente parece adorar todo el mundo y que no es un novelón facilón, aunque suceda, como en el caso del año pasado, que el libro se haya publicado en el año anterior. Total, ¿quién se va a fijar en algo así? Se trata de que al menos en un libro, todo el mundo se sienta identificado con la elección y que de ese modo se mire al resto con buenos ojos justo antes de las compras Navideñas. A fin de cuentas y como explicaba, esto es una receta medida, y en las recetas uno no puede dejar nada al azar, que si empezamos con pellicos y pizcas la cosa termina por oler a quemado. Así que empecemos por el superconocido, y luego ya vamos colocando, los ensayos sobre todo que vayan repartiditos, que la cosa no está como para ponerlos del tirón. Pongamos, sin ir más lejos, uno en segundo lugar que se aproxime a alguno de los temas de moda, pero sin ser política directamente. Y a partir de ahí, si uno se fija, descubre que van saliendo algunos de los títulos que durante el año ya nos dijeron en sus promociones y fajas que serían los libros del año. De hecho, si comparamos listas, seguro que con no más de cinco, los tendríamos todos de una forma dispersa, como los adornos que se le ponen por encima a un postre intentando que no quede recargado. Llegados a este punto uno se siente en la necesidad de adorar a quienes dijeron de antemano qué libro sería el del año, como si en una bola de cristal se lo mostraran. Con todo ello, y para que la receta funcione, necesitamos un buen relleno. Y el relleno, en las listas, son los clásicos. ¿Quién no reedita un clásico hoy en día? Y qué bien quedan y lo socorridos que son. Combinan con todo y, en la mayor parte de los casos, los conocemos tanto que somos capaces de hablar de ellos sin haberlos leído.
Nos queda tener en cuenta que la gente recuerda mejor lo publicado en la última parte del año, que lo de los meses del comienzo, así que hay que alternar frío calor, y evitar aquellos que se sacaron para los meses de verano. Esos ya fueron consumidos, y aquí no se trata de piscinear. De las editoriales grandes, no olvidar meter uno de cada, o al menos en los grandes grupos, tener el criterio de elegir aquellas que son más mimadas por ellos y, si uno es un cocinero atrevido, corone su lista con un libro de correspondencia literaria y tal vez otro de poesía. Nada de youtubers o tuiteros o similar, por supuesto. Ni bestsellers, terror, ciencia ficción, distopías y cualquier cosa que suene similar. Estos ingredientes podrían estropear la receta perfecta que conforme a todo el mundo.
Y es que a mi todo esto, al final me acaba recordando al anuncio de este año de Nespresso en el que al pobre George Clooney se le cae una gota de café al suelo, y le riñen todos los intermediarios que han permitido que le llegue el café.
Otra cosa curiosa que tienen estas listas de fin de año, es que caducan, como el roscón de reyes o las torrijas. Y, aunque no te agraden demasiado, al año siguiente casi ni lo recuerdas y vuelves a ello, pero en cuanto lo tienes delante y ves las frutas escarchadas ya arrugas la nariz. Y es que hay nombres que se repiten una y otra vez en ellas, como si se tratase de alguna superstición antes de las campanadas; como eso de poner oro en una copa o llevar ropa interior de tal o cual color. ¡O comer las uvas!... sin atragantarse, claro. Y yo los leo y me pregunto si más que ponerlos en las listas de tareas para el año que viene, no deberían de airearse un poco. O tal vez sea que son como trufas, que para encontrarlas... en fin, que es complicado y no apto para todos. Eso será, sí.
Total, que me interesan poco los mejores libros y mucho los que más han gustado a otros lectores (o los que menos, la curiosidad es lo que tiene, que no siempre se mueve por los cauces más tranquilos), y esos si que me gusta leerlos y comentarlos y descubrir, o no, una lectura diferente a la que yo hice. Pero... ¿los mejores?, ¿comparado con qué? ¿de entre cuántos leídos para poder hacer esa selección? Porque lo mejor de un montón no ha de ser necesariamente bueno, todo depende del montón del que se saque.
Y vosotros, ¿cuál ha sido vuestra mejor lectura este año (sea su año de publicación el que sea)?
Gracias.
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miércoles, 19 de diciembre de 2018
Morir en el intento. Lee Child
"Nathan Rubin murió porque adoptó una actitud desafiante. Pero no como cuando haces algo en una guerra que te vale una medalla, sino por la típica explosión de rabia que hace que te maten en mitad de la calle".
Hace unos días leía que Tom Cruise ya no volverá a interpretar en el cine el papel de Jack Reacher porque buscarán alguien que se asemeje más al protagonista y recordé que yo sí podía continuar leyendo sus historias. Hoy traigo a mi estantería virtual, Morir en el intento.
En esta ocasión nos encontramos con Jack Reacher en una calle cualquiera de Chicago. Allí, haciendo casi gala de su apellido, ayuda a una mujer que va con muletas cogiéndole las perchas a la salida de una tintorería. En ese momento la mujer, y él por estar allí, es secuestrada. Ambos son retenidos y trasladados por la fuerza a una lejana ubicación y durante ese trayecto Jack descubrirá que la mujer no es solo agente del FBI, sino hija de un personaje muy importante de Estados Unidos. Ambos tendrán que confiar el uno en el otro durante su cautiverio para poder sobrevivir e intentar escapar con vida.
Conocimos a Reacher en la primera entrega de la saga, titulada con el nombre de su protagonista y lo recuperamos en esta segunda. Es cierto que no hace falta haber leído el anterior, ya que el autor se cuida mucho en ese sentido, pero, como siempre digo, tengo mis manías y a mi me gusta ir en orden. Reacher es un exmilitar que perteneció a la Policía Militar, "los que nadie quiere", y que recibió en su día varias medallas como la Estrella de Plata. Afirma no conocer apenas su propio país y en cambio conocer de sobra el extranjero así que aprovecha el tiempo que lleva fuera del ejército para ejercer de turista en u tierra. Es un hombre grande, rudo, con unos principios firmemente arraigados y una preparación precisa que no duda en ayudar a quien lo necesita. Es, en definitiva, un personaje carismático heredero de James Bond pero con un estilo que lo diferencia del archiconocido espía ya que frente al caballero impecable y normalmente impoluto, Reacher es un hombre rudo al que no le importa demasiado mancharse la ropa... o las manos.
Lee Child sabe lo que hace con esta novela: un libro que enganche al lector para que se le pasen sin pensar demasiado unas cuantas horas. Y para ello nos deja una novela plagada de acción en la que cualquier cosa que parezca simple se terminará complicando. Por supuesto que Reacher no busca ser creíble, tampoco Bond o Bourne lo hacen, a fin de cuentas, son una suerte de héroes modernos que no necesitan disfraz, pero cuyas habilidades suelen rozar con el término superpoder. En esta ocasión, y con chica más que atractiva incluida, entramos de lleno en una trama en la que los grupos separatistas que buscan la independencia harán el papel de malos para irse poco a poco centrando en el malo principal, la némesis de Reacher. Y el lector durante este proceso, se sienta y disfruta. Es más, ni siquiera se le pasa por la cabeza la posibilidad de que Reacher no lo consiga, y tampoco importa demasiado conocer ese detalle tan importante en otras tramas. Aquí de lo que se trata es de sentarse y disfrutar de un poco de acción, cosa que Child se encarga de hacer a manos llenas. Y nosotros solo tenemos que disfrutar.
Morir en el intento es una lectura entretenida con la que pasar unas cuantas tardes. Uno de esos libros que parecen fáciles pero que, sin duda, no lo son. A fin de cuentas nos sobran entretenimientos como para elegir leer.
Y vosotros, ¿os gustan este tipo de libros o los dejáis para el cine?
Gracias.
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lunes, 17 de diciembre de 2018
La invasión de las bolas peludas.Luke Rinehart
"Me llamo Billy Morton. Cuando conocía a Louie era patrón de una pequeña embarcación pesquera con base en Greenport, en el North Fork de Long Island".
A finales de año suelo recoger cada libro no leído y ponerme con él antes de comenzar el siguiente. Por supuesto eso no quiere decir necesariamente que me ponga a cero, pero lo intento. El libro que hoy traigo ha sido uno de los rescatados, por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La invasión de las bolas peludas.
Conocemos a Billy, un pescador gruñón y ya de cierta edad, cuando sale a pescar en su viejo barco con su compañía habitual. Pero ese día, un ser extraño bota por la nave. En un principio dicen que es un pez globo, pero esa forma e vida peluda y esférica sigue a Billy a casa demostrando que es mucho más que un simple pez. De hecho, se trata de una forma de vida alienígena. Y no es el único en nuestro planeta.
Con este argumento y un arranque francamente divertido, Rinehart nos obsequia con una sátira divertida en la que, como ya hicieran otros novelistas, utiliza a los extraterrestres para poner de manifiesto los problemas de la sociedad actual. En este caso, y a través de múltiples puntos de vista que irán desde el protagonista Billy, pasando por PEs, agentes e incluso prensa, hace una crítica dura y frontal al capitalismo imperante en nuestra sociedad y cómo la ha deformado hasta convertir a los ciudadanos en presos de este modo de vida. Los PEs pasan por ser unos seres inteligentes que vienen a este planeta a divertirse liberando al ser humano de la opresión de una vida competitiva en la que solo importa lo que se logra. Lo que pasa es que para liberarnos, estos inteligentísimos seres, hackean las redes, las cuentas de bancos y también, como lo, las organizaciones gubernamentales, convirtiéndose de este modo, en objetivos de las fuerzas de seguridad. La confrontación esta servida, y el autor no duda en dar momentos divertidos que buscan la sonrisa del lector. De hecho, en más de un momento llegué a dudar sobre si eran realmente tan inteligentes estos alienigenas que se comportaban como niños con exceso de azúcar en la sangre, dando botes y provocando con aparente ( o no) inocencia.
La novela es divertida. No solo por las bolas eludas que resultan tener caracteres dispares y poco razonables en general, sino también en las situaciones provocadas por los humanos. Es más, Billy me ha parecido una creación socarrona que supera con creces cualquiera de las ocurrencias que se le atribuyen a los PEs, las cuales acaban sonando como gracietas forzadas en busca del gag perfecto que haga reír al lector. La historia avanza sin demasiada premura convirtiéndose al final en un hilo predecible para quienes hemos leído historias similares, pero que se deja leer con relativa soltura. Sin embargo, y bajo mi modesta opinión de lectora, se alarga demasiado. A este tipo de tonos que oscilan entre la sátira y lo cómico, se les pide agilidad y, si bien es cierto que nunca dejan de suceder cosas, el encadenamiento forzado termina resultando excesivo y la novela finaliza justo en el momento en el que la historia vuelve a ponerse interesante. Todo ello me hace pensar que el autor ha construido un gag gigante en el que, con la excusa de divertir, da un tirón de orejas a la sociedad.
La invasión de las bolas peludas es una novela divertida que, si bien se ve lastrada por un exceso de páginas, permite al lector disfrutar de una novela diferente a las que vemos en las mesas de novedades y proporciona más de una sonrisa. El único riesgo es terminarla queriendo ser un PE.
"Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, quién diablos creó a los PEs?
Humano anónimo.
"Los seres humanos son el procedimiento empleado por el planeta para suicidarse".
PE anónimo.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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jueves, 13 de diciembre de 2018
La jaula de cristal. Hilary Mantel
"- ¿Le apetece una copa de champán?
Ahí empezó todo, más o menos una hora después de salir de Heathrow".
Hace pocos años descubrí a Mantel, y no he dejado de leer su obra desde entonces. Hoy traigo a mi estantería virtual, La jaula de cristal.
Conocemos a Frances, cartógrafa, en el momento en que viaja a Yeda, Arabia Saudí, para estar junto a su marido Andrew. Él ha conseguido un trabajo allí y piensan que el dinero que gane será suficiente como para establecerse de forma fija en un lugar tras 5 años de matrimonio y viajes. Sin embargo, a su llegada a Yeda Frances verá que la vida no es fácil en un país lleno de tradiciones, miedos y zonas oscuras. Y menos aún para una mujer.
En esta novela narrada a dos voces Mantel busca hacer un retrato de lo que muchas mujeres se pueden encontrar en determinado tipo de países y/o culturas. Frances a través de su diario usa su propia voz para transmitir sus pensamientos más íntimos, esos de los que no hace partícipe a su marido, y también de sus silencios al callar cosas que el narrador nos ha relatado. Y es que cada detalle es importante en este libro que una empieza con temor a que vaya a quedarse en la superficie de los tópicos y termina con temor por las personas que se ven viviendo allí tal vez atrapadas por sus propias circunstancias, por la vida o ¡qué se yo!
Frances es una mujer incómoda en un mundo de hombres. Una sociedad basada en "proteger la dignidad de la mujer" manteniéndola apartada, oculta, desinformada. Además, la autora tiene el acierto de presentarnos la microsociedad formada por los vecinos de Frances eligiendo con cuidado personalidades e incluso orígenes dispares que proporcionan al lector una información más extensa en cuanto a la vida allí. De hecho la propia Frances ataca a la vez que defiende esta sociedad a la que llega, ya de como ella misma dice, aborda cada tema por separado. De este modo podemos conocer, no solo los juicios por adulterio, la existencia de controles, desapariciones y muertes misteriosas en el país, sino también los ecos que pueden llegar a este país sobre las leyes y las costumbres en el mundo occidental, alguna de las cuales me dejaron tan boquiabierta como a la protagonista.
Thriller, dice la publicidad del libro. Bien, el misterio radica en el piso superior, del que entra y sale gente, en el que se oyen ruidos, pero que en teoría permanece vacío y del que nadie puede hablar. Quizás yo no hablaría de un thriller ya que si antes decía que el edificio es una microsociedad que representa una parte para que veamos el conjunto, era de esperar que también estuviera estamentado. Y el edificio son las zonas oscuras, los secretos a voces de los que nadie habla y ante cuya puerta se baja con la cabeza baja. Así también el casero maquilla, coloca, ordena... y no deja nada al azar en esta novela.
Mantel nos deja así un libro basado sobre todo en las descripciones de costumbres y en la sensación de opresión de la familia protagonista. Es curioso como llega un momento en el que Frances vive agobiada y la autora llega a transmitirnos incluso más dudas de las que representa la protagonista. En mi caso, por ejemplo, llegué a tener dudas sobre si el marido conseguiría adaptarse demasiado y yo misma me pregunté si no serían imaginaciones mías.Cuando un libro consigue traspasar así las páginas, consiguiendo que veas fantasmas donde ni siquiera los expresan, es porque el trabajo narrativo es excepcional.
La jaula de cristal es un buen libro, una novela que no debemos olvidar no reza como ensayo pero que puede ser ilustrativa en más de un sentido para el lector. Y una buena forma de acercarse a las letras de Mantel.
Y vosotros, ¿utilizáis la literatura para acercaros a otras culturas?
Gracias.
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martes, 11 de diciembre de 2018
Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos. Ben Marcus (Con unos pinitos de pedantería. Rubén Martín Giráldez)
"Le estamos dando el siguiente mensaje al lector de a pie: La literatura es tremendamente difícil de leer. Y al aspirante a escritor: El respeto se gana mediante la dificultad extrema. Esto es un despropósito. Es un despropósito sobre todo cuando la palabtra impresa lucha por la supervivencia frente a otros medios".
Va a ser difícil explicar por qué me pareció divertido este título interminable que parecía proponerme un divertido juego. Digamos simplemente que se me metió en la cabeza cuando ni siquiera era capaz de recordarlo completo y que ese fue el motivo por el que corrí a la librería apenas salió a la venta. Hoy traigo a mi estantería virtual, Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos.
Para explicar este libro basta decir que está compuesto por tres partes. La primera es un artículo de Ben Marcus que da título al volumen y que escribió como respuesta a un artículo en el que Franzen tildaba a Gaddis de difícil. El segundo, escrito por Martín Giráldez que además traduce al primero, es un minitratado de literatura difícil en el que mastica el término pedante y la tercera parte es una palinodia no exenta de tonillo que publicara Ben Marcus el mismo día en que salió a la venta su novela Notable American Women.
Pocas veces he expuesto de forma tan clara el contenido de un libro y menos veces aún he tenido la certeza de que nadie se había enterado demasiado de lo que acababa de explicar (y dudo si incluir el término palinodia entre los puntos desconocidos por casi cualquiera). Con un título alarmista parte con un interesante primer artículo en el que Ben Marcus responde a Franzen. Franzen, que abanderó durante un tiempo su amistad con un escritor experimental y que él mismo se señalaba como el creador de la gran novela americana (muchas veces por su extensión, estoy segura), escribe hablando de Gaddis una crítica abierta contra esos llamados escritores experimentales que buscan ir más allá del concepto de novela como correlación de hechos que cuentan una historia. No deja de ser paradógico que haya sido precisamente Franzen quien lo haga y es justa la respuesta recibida de puño y letra de Ben Marcus que advierte ya en sus primeras páginas: "En el mundo literario, insinuar siguiera que el cerebro está implicado en la lectura o que nuestras facultades lectoras puedan ser efectivamente mejoradas es una falta de tacto". Pero no se entienda entonces que este artículo es una ofensa contra la literatura de entretenimiento, más bien es un contrapunto en el que defiende la necesaria existencia de una literatura que aporte algo más. Frente a lo que uno pudiera pensar, plantea el autor, la literatura se ha ido deformando hasta no salirse de los márgenes de un producto fácil de consumo dejando de lado al lector interesado en buscar algo más en las historias. A fin de cuentas, afirma Marcus "llamar experimental a un escritor equivale hoy en día a decir que su obra no es relevante, no es legible y que es agresivamente masturbatoria". No falta, como se puede ver, socarronería en el artículo, ya que el propio Marcus se mete en el saco de este tipo de escritores. Como él dice: "la lengua literaria es compleja porque intenta conseguir algo extraordinariamente difícil: fijar los aspectos elusivos de la maraña vital, representar la intensidad de la consciencia".
Al final uno sale de este artículo con a sensación de menosprecio hacia el lector por parte del mundo literario al que no se le da muchas veces la opción de elegir ya que los premios y la crítica tienden a encumbrar aquellos libros fáciles que son susceptibles de convertirse en un boom. ¿Qué pasa entonces con ese lector que aspira algo más? ¿Espera entonces encontrarse por casualidad con el escritor que se siente casi despreciado? Y eso es porque estamos ante un libro a debatir, un libro de preguntas más que de respuestas que obliga al lector a posicionarse, y que lo hará dejándose muchas veces llevar por la trampa de quien dirige el debate que es, a fin de cuentas, quien manda.
La segunda parte comienza como una suerte de broma o juego de estilo que Martín giráldez cuaja de citas, como buen pedante, pero que creo que termina por perder un ritmo necesario a la hora de seguir una broma. Es cierto que las discusiones que plantea son tan antiguas como la propia literatura, pero también lo es que fatiga al lector al plantearle dudas y soluciones ya escritas una y otra vez.
La tercera os la dejo, no quiero descubrir lo que es una palinodia.
Por qué la literatura.... es un libro divertido que hace que pensemos en lo que leemos, en por qué lo leemos y lo que nos aporta. Nos deja llegar a conclusiones propias sobre el tipo de lector que somos y que también nos hará un poquito más críticos cuando veamos las mesas de novedades en las librerías o las listas de libros recomendados. Por supuesto que la literatura experimental no va a terminar con la edición, pero eso ya lo sabíamos cuando comenzábamos a leer el libro y, ahora que lo hemos terminado estamos deseando encontrar a otra persona que lo haya leído para preguntarle, ¿y tú de qué lado estás? En mi caso, y mal que me pese porque mira que me gusta como escribe, he sido infiel a Jonathan Franzen. Peero os aseguro que es la primera vez que me pasa.
Y vosotros, ¿se os meten títulos en la cabeza sin motivo aparente?
Gracias.
"Los verdaderos elitistas del mundo literario son aquellos a quienes irrita la ambición literaria de cualquier tipo". Menos la suya propia, añadiría yo.
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lunes, 10 de diciembre de 2018
La historia del señor Sommer. Patrick Süskind
"En la época en que aún me subía a los árboles -hace mucho, mucho tiempo, muchos años y décadas-: yo medía entonces poco más de un metro, calzaba zapatos del veintiocho y era tan ligero que podía volar -no, no es mentira, yo entonces podía volar- o, por lo menos, casi, mejor dicho: hubiera podido volar, de haberlo deseado de verdad e intentado hacerlo como es debido, porque... porque me acuerdo bien, una vez por un velo no levanté el vuelo, y fue precisamente en otoño, en mi primer año de colegio, un día en que, al volver a casa, soplaba un viento tan fuerte que, sin abrir los brazos, podía inclinar el cuerpo hacia delante como un saltador de esquí y todavía más, sin caerme..."
Parece que os estoy viendo asentir mientras decís... "ah... el de El perfume", y es que hay escritores que son literalmente engullidos por una de sus obras y difícilmente se les conoce algún título más. Yo hace tiempo que me rebelo contra eso y rebusco, y es por eso que hoy traigo a mi estantería virtual, La historia del señor Sommer.
Un adulto rememora su infancia en su pueblo natal, Obernsee, dejándose llevar por los sentimientos nostálgicos y pivotando sus recuerdos en tres encuentros con un tal señor Sommer, del que nadie sabía nada. Salvo que caminaba.
Dicen que esta es una novela infantil, pero en mi relectura ya adulta tengo que decir que me ha parecido mucho más profunda de lo que recordaba. El señor Sommer, cuyo nombre no al azar significa verano, representa en el libro aquellos veranos que recordamos con una sonrisa. Cuando éramos niños, cuando éramos invencibles o, como nuestro protagonista recuerda al comienzo de su narración, cuando podíamos volar. Y es que aquellos recuerdos de la infancia inocente en la que éramos capaces de todo, afloran en el lector a la vez que en el narrador y tal vez nosotros no nos hayamos caído de un árbol pero yo recordaba perfectamente el día en que solté mis manos de las cadenas de un columpio pensando que era una gran idea hacer un aterrizaje de héroe, y... bueno, al igual que el protagonista, aprendí lo que era la Ley de la gravedad. Esa es la magia de esta novelita, el efecto contagio que uno tiene al seguir los pasos de este narrador que se entretiene en naderías y que se fija en el señor Sommer ahora a tiempo pasado para contarnos su historia. Y su historia no es otra que la del propio narrador que cuenta como el camino de este vecino es imparable, avanzando sin descanso al igual que lo hace el reloj de nuestras vidas. Y mientras Sommer camina, sin que le veamos, nos reímos con una profesora de piano, llega o no la televisión, aparece el primer amor, montamos en bicicleta y quitamos miedos. Porque nos vamos haciendo mayores. Y un día, sin darnos cuenta, la niñez ha desaparecido y tal vez de esa niñez solo nos queden un puñado de imágenes y un montón de recuerdos fugaces de buenos y malos momentos que nos marcaron en nuestro crecimiento. Y, por supuesto, el señor Sommer, aunque nadie supiera nada de él.
La historia del señor Sommer es una novela nostálgica y entrañable cuya lectura recomiendo sin dudarlo. Viene además acompañada de las ilustraciones originales en el momento de su publicación, allá por 1991, otorgando al conjunto una sensación de estar ante un cuento que se abre a nosotros provocando un torrente de recuerdos.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.
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