"Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento.
Ya ni recuerdo el tiempo que hace que leí "Stoner". Sí recuerdo el fenómeno Stoner un par de años más tarde que recorrió librerías lectores y libreros y que aún no ha desaparecido alimentándose de nuevos descubridores. Imaginad mi cara al tropezarme con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de "Solo la noche".
Conocemos a Arthur Maxley en mitad de un sueño que es casi pesadilla. Su vida transcurre con más pena que gloria entre clubes y pensamientos poco agradables. Ha dejado la universidad para sumergirse en la ciudad, en la parte más negra de la misma. Y por si fuera poco este camino infeliz su padre ha llegado a la ciudad para verlo. Arthur no tiene ganas ni intención, no le guarda buen recuerdo ni siquiera a la palabra que designa el cargo que ese hombre ostenta en su árbol familiar. Y ahora quiere cenar con él. Se resiste. Va...
"Solo la noche" se sitúa en los comienzos de la obra de Williams. Solo por eso ya no debe ser comparada con el título que lo alzó a la fama. Aunque supongo que es inevitable. De todos modos es una lectura interesante. Maxley es a ratos Holden si Holden hubiera vivido en las páginas del Centeno para llegar a la edad de Maxley. Aquí el protagonista se siente desapegado de todo lo que le rodea, incómodo con las mujeres y proclive a la reflexión un tanto taciturna sobre todo cuanto le rodea. sus problemas no se quedan ahí y tampoco en la relación con su padre. Avanzan hasta que el lector se pregunta si este inadaptado no padece en realidad un trastorno de esos que hoy llevan nombre y receta adosada. O tal vez terapia. En el caso de Arthur la terapia se limita a su habitación de hotel convertida casi en su mundo... y en la bebida.
La cosa es que ahora todos llegamos a las 24h de Arthur tras haber leído el resto de la obra de Williams o, al menos, tras haber leído Stoner. Recomendaría entonces al lector dejarse llevar hasta notar a ratos al novelista que será, que aprecie esta suerte de novela psicológica protagonizada por un hombre taciturno que mezcla la realidad y los sueños por lo que es, sin buscar a aquel profesor que fue capaz de ganar su corazón. Aquí lo que el autor nos deja es la caída absoluta del protagonista. Un protagonista que recuerda y reprime, que desprecia y cae una y otra vez en la trampa del sueño más o menos consciente que lo va despegando de la realidad. Tiene momentos magistrales en los que uno ni siquiera es capaz de saber en qué género encuadrar la historia, y otros que no son más que hilos con los que el autor a buen seguro hubiera sido capaz de deleitarnos años más tarde.
No nos engañemos, Arthur no nos va a agradar. Lo vamos a ver torturarse y despreciar a todos por lo que son, por lo que fueron... le vamos a ver sumergirse en recuerdos y también buscar no recordar. Y caer una y otra vez. Pero Arthur, al que ya he comparado con Holden, no nos va a permitir la indiferencia. Y todo el mundo sabe que lo único que no le perdono a un libro es que me deje indiferente.
Y vosotros, ¿sucumbísteis ante Stoner?
Gracias.
"Las paredes de la habitación de la clínica, la madera de los mue bles y el metal de la cama estaban pintados de un blanco brillante, lavable y crudo. De la tulipa de vidrio esmerilado fijada encima de la cabecera caía la luz eléctrica, igualmente blanca y dura, sobre las sábanas, sobre la pálida parturienta que entornaba los párpados, sobre la cuna y sobre los seis visitantes.
—Todas vuestras magníficas razones no cambiarán un ápice mis ideas, ni siquiera el hecho de que estemos en guerra —dijo el marqués de La Monnerie—. Desapruebo absolutamente esta nueva moda de ir a dar a luz fuera de casa".
Como siempre digo, si no me he leído un libro, para mí es una novedad. Así que hoy traigo a mi estantería virtual el Premio Goncourt de 1949. Se trata de Las grandes familias.
Conocemos a la familia Schoulder, de origen judío-austriaco pero ya casi olvidado, tres generaciones ligadas a la banca y la industria les consolidan como una gran familia marcada por tres generaciones:Siegfried, Noël y el nieto, François. Y por otro lado tenemos a los La Monnerie, aún "mejores", ligados al poder. La unión de estas dos familias aúna un gran poder y se refleja en la tercera generación, François Schoulder y Jaqueline de La Monnerie. Qué gran unión, podréis pensar. Pero, ay, que François quiere trabajar. Y empezamos con los problemas.
Las grandes familias es una novela con un aire anticuado que refleja una sociedad anticuada. Tras un magnífico comienzo en el que un nacimiento se produce mientras los alemanes sobrevuelan París, nos metemos de lleno en el relato de una sociedad de entreguerras, cambiante, y la vida un tanto aislada y casi de opereta de un par de familias. Este título será el primero de la trilogía que lleva su mismo nombre con la que el autor hizo un retrato que yo ya estoy ansiosa por continuar.
No faltan los líos, los embarazos que provocan matrimonios forzados aunque no incluyan a ambas partes y que tienen un final, cuanto menos, irónico, las luchas de poder, las maquinaciones, las víctimas inocentes o no tan inocentes, la tragedia y el drama. El autor nos muestra personajes secundarios situados en extremos y principales ávidos de la parte del poder, el engaño o el amor a la que se hayan visto sometidos. Diría que estamos ante un novelón en el caso de estar ante un decimonónico tomo que uniera los tres títulos, pero en este caso me quedé un tanto a medias tras la tragedia al saber que la historia podía continuar. Dicho lo cual, me fui a la librería y encontré que la misma editorial tuvo ese sentimiento y decidió que en un volumen único ganaría en drama y trama. Vamos, que si seguís mi recomendación, yo ni me lo pensaba.
A estas alturas no os he contado que hay un malo resentido que pertenece a una de las familias, que la desgracia se cierne un tanto por ambición y que acaba provocando disgusto precisamente por tener que mantener poder, bueno, no solo por eso, que hay quien solo busca ascender y quien se muere de pena y queda, y esto es lo que hace que un libro sea bueno o malo en realidad, una sensación de vigencia porque en determinados círculos las cosas tal vez no hayan cambiado demasiado.
Me he divertido mucho con Las grandes familias. Llego dispuesta a continuar su historia y es que siempre me ha resultado atractivo ese momento de cambio al que muchos se niegan a mirar. Con unas primeras páginas poderosas y un final que no deja dudas sobre la necesidad de seguir, he disfrutado.
Y vosotros, ¿miráis la fecha de publicación de vuestras lecturas?
Gracias.
La historia de Jack el Destripador ha llevado miles de folios a lo largo del tiempo. La de sus víctimas... no tanto. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, Las cinco mujeres.
Y si comienzo diciendo que se ha escrito poco sobre sus víctimas ahora explicaré la primera conclusión a la que la autora del libro llega: no eran simples prostitutas como siempre nos han contado. De hecho sus tres primeras víctimas fueron mujeres respetablemente casadas hasta que la dura vida de la época las condujo a un camino menos recto que acabó por llevarlas hasta el Destripador. Y supongo que ahora alguno habrá levantado una ceja y dicho eso de... "pues putas". Pero pensemos un momento... la información que nos ha ido llegando con el paso de los años es la de la prensa y sabemos que había mucho sensacionalismo alrededor de este tipo de casos (no como ahora sic.), pero en cambio hemos optado por creerlo como si el uso y la costumbre, al igual que en las leyes, pudieran consolidar como real lo que tal vez no fuera tan simple. Bien, pues aquí vamos a conocer a Mary Anne "Polly" Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly. La última fue mutilada, el resto fueron degolladas y destripadas, de ahí el apodo de un asesino sobre el que se ha escrito y rebuscado su identidad durante muchos años. Rubenhold nos habla de la pobreza londinense, de las condiciones de vida, asilos, marginalidad, nos muestra que apenas hay informes oficiales sobre lo sucedido (solo dos), recurre a historiadores, archivos, libretas más que libros y deja de lado el sensacionalismo del panfleto que busca la venta fácil para reflejar, no solo la vida de esas mujeres, sino también el desprecio que se sentía por dichas vidas pese a la cobertura que se le dio a los asesinatos. Y es que, más allá del relato de estas mujeres, lo que nos deja es un fresco social y muestra lo poco que se ha hecho para llenar las lagunas sobre los sucesos reales y las personas que los protagonizaron. Nos presenta vidas humildes que nacieron condenadas al infierno y que finalizaron en él.
Una de las víctimas acabó en un asilo tras dejar a su marido. Ella ya se había criado en otro, pero esta vez no tuvo la oportunidad de salir aunque lo intentara. Y, a su muerte, lo que parecía juzgarse no era su vida de constantes luchas, sino su moralidad. Hallie Rubenhold muestra que no hay evidencias de que todas ellas fueran prostitutas pero si de que vivían en la calle en condiciones de pobreza y que si fueron asesinadas, no se debió a su moralidad, como se llegó a cuestionar en su momento, sino por estar borrachas y dormidas en plena calle. O mejor dicho, en la calle por la que pasaba Jack El Destripador. Otra de ellas, hija de un soldado, fue víctima de su adicción a la bebida, que llegó a costarle su bonita familia y tener que irse de su casa de campo. Una tercera estuvo de sirvienta, también en un negocio que fracasó tanto como su vida y al final sobrevivía como podía hasta encontrarse con su fatal desenlace. Una cuarta incluso sabía leer y escribir y parece ser que escribía baladas. Y la quinta, de la que se sabe su historia de burdel, parece que es la que venía de mejor familia.
Hecho este resumen uno pudiera pensar que ya se ha contado la mayor parte del libro pero, en realidad, lo importante aquí es preguntarse por qué no se sabía nada de estas mujeres. Por qué nadie se preguntó sobre ellas, e incluso por qué fue juzgada su moralidad e incluso insinuado que merecían la muerte (al menos para el asesino aunque se sabe que muchos lo pensaban sin verbalizarlo) debido a las vidas que llevaban. Hay una afirmación patente en la obra sobre que su género es concluyente a la hora de determinar su falta de oportunidades y su escasa relevancia social, así como el desinterés por las víctimas que se vieron eclipsadas por la fama de su asesino. Y es que, en definitiva, Las cinco mujeres es una obra que va mucho más allá de estos cinco nombres para dejarnos la sensación de que había muchos más infiernos que Whitechapel. Esta vez no toca entrar en si fueron 5, 11 o 18 como se ha llegado a decir las víctimas del Detripador. Esta vez, Rubenhold ha hecho lo que mejor se le da y es recatar la vida de unas mujeres de las que apenas se sabía más que su nombre y reputación.
Las cinco mujeres me ha parecido un libro muy interesante y necesario que obliga al lector a reflexionar más allá de la sangre derramada por uno de los asesinos más famosos de la historia.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.