"El niño rio al pasar sus suaves manitas por la frente fruncida del abuelo, tocando sus cejas encanecidas, sus párpados y sus pestañas. Luego le colocó la venda justo por encima de la nariz y de las orejas y echó a correr por el cementerio soleado, buscando un escondite".
Hace unos años que descubrí Canciones de amor a quemarropa y se convirtió en uno de mis libros favoritos. Por eso hoy traigo a mi estantería virtual, Algo en lo que creer.
Conocemos a Lyle, un granjero de Wisconsin que vive junto a su esposa Peg una existencia tranquila. Sobre todo últimamente ya que su hija Shiloh, que se había distanciado de ellos durante la adolescencia, ha regresado junto a su nieto de cinco años Isaac. Lo que en un primer momento parece una promesa de felicidad y vida tranquila irá cambiando a medida que Shiloh, cuyo padre duda de su propia fé, se involucra en una iglesia cada vez más agresiva que llega a hacerle creer que su hijo es un elegido para sanar.
Una de las características de las novelas de Butler es la belleza de sus descripciones. A lo largo de esta novela el lector es testigo del paso del tiempo y de las cuatro estaciones de una forma tan sutil como sobrecogedora que lo lleva a recordar anteriores títulos del autor. Y la segunda característica es la de vestir de forma delicada temas complejos que se abren en las páginas de sus novelas para sangrar obligando al lector no solo a que se pregunte su opinión al respecto, si no a que se involucre gracias a la creación de personajes que se antojan incluso demasiado cercanos. En este caso Lyle, el hombre que se preveía tranquilo, tiene una carga en su maleta y es la falta de perdón a un Dios que permitió la muerte de su hijo, algo que ha convertido el hecho de ir a la iglesia en una rutina carente de significado. Imaginad entonces el dilema que se le presenta cuando su hija se acerca a esta iglesia protestante que el autor no tiene problemas en presentar más como un espectáculo que como un culto. La cara que se le queda tanto a él como a Peg cuando ven en qué consiste, cuando descubren que defienden la curación por la fé antes que por la medicina. Cuando ven que su nieto es alzado a una suerte de posición de curador, que no es otra que el sustituto de la ciencia de una forma que... bueno, no hay medicación. Y ahora imaginad que alguien enferma. Las preguntas están servidas. Y aún así quien destaca en la novela es el propio Lyle. Una novela de esas que se llaman de personajes, en la que uno domina al resto y llega a saber incluso cuándo retirarse.
La novela habla de fé y de salud, de familia y elecciones complicadas; Lyle vive preocupado y el lector asiste a cada uno de sus momentos y evoluciones. Y lo hace desde la seguridad de un entorno que no permite interferencias, una naturaleza hermosa que es la que los rodea y otra mucho más compleja: la naturaleza humana. Porque la decisión de Lyle será juzgada por nosotros y eso puede que nos obligue a mirar dónde tenemos nuestras líneas rojas.
Algo en lo que creer es una buena novela. Butler no decepciona.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.