Suelo protestar sobre que se publican demasiados libros sobre la IIGM pero sucede que, a veces alguno me llama la atención. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El fotógrafo de Auschwitz.
La primera vez que las tropas alemanas intentaron hacer jurar lealtad a Hitler a Wilhelm Brasse fue en 1939 durante su invasión a Polonia. Y esa fue la primera vez que se negó. A partir de ese momento y ya bajo el número 3444 lo intentaron muchas otras veces, y él siempre responderá que es polaco. Así es como Brasse acaba en Auschwitz, donde sus habilidades como fotógrafo lo mantienen vivo mientras deja constancia de los experimentos de Mengele y los horrores del lugar.
De esta novela me llamó poderosamente la atención que su protagonista existió y que si conocemos alguna imagen de este terrorífico lugar, fue gracias a un álbum de fotos suyas que sobrevivió hasta nuestros días y cuya historia, evidentemente, también se cuenta en la novela. Y es que el tesón de Brasse para seguir siendo él mismo, estuvo a punto de ser doblegado por el que fuera su jefe en el campo, Bernahrd Walter, más que por miedo por los horrores que fue obligado a presenciar. Y sin embargo los autores son capaces de reflejar al hombre que se esconde detrás de la cámara con toda la complejidad que supone: es un hombre con privilegios, tiene comida, no realiza trabajos físicos... a cambio de dejar testimonio de experimentos terribles, conocer también el lado más humano de algunos de sus captores que quisieron enviar imágenes a sus familias y que se mezclaban con otros monstruos que eran, en ocasiones, kapos, presos ascendidos de categoría que reflejaban una crueldad en sus actos mayor incluso que la de los oficiales. Y frente a esto, a la desesperanza, también hay una historia de amor. Y una de las que son capaces de conmover por el detalle. Porque cuando uno lee una novela ambientada en un lugar que empieza a ser habitual, lo que marca la diferencia son los detalles y, en este caso, es una fotografía la que hizo que la lectura aumentara en intensidad hasta convertirse en un libro disfrutado al máximo hasta llegar a un final que, si bien me niego a revelaros, sí que os diré que difícilmente vayáis a salir ilesos de él.
Escribir a cuatro manos no cabe duda que tiene que ser difícil. Construir una historia hermosa y terrible a partes iguales; jugar con la esperanza del lector hasta llevarlo a límites que no esperaba al ver la cubierta y dejarlo satisfecho y preguntándose cuánto hay de realidad y qué parte es ficción a lo largo de la lectura, lo es aún más. Tengo que reconocer que mi lectura terminó y me dejó en un mundo en blanco y negro en el que los finales son felices porque hay supervivientes.
El fotógrafo de Auschwitz es una lectura que he disfrutado mucho y no puedo dejar de recomendar a los aficionados a la época.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.