"El médico acaba de irse, ¡Al fin lo he conseguido! Por más astucias que haya intentado, al final, no le ha quedado más remedio que expresar su opinión. Sí, moriré pronto, muy pronto".
De vez en cuando una se lleva la alegría de toparse con un título que desconocía, pero que parece estar colocado justo para ella. Hoy traigo a mi estantería virtual, Diario de un hombre superfluo.
Conocemos a Chulkaturin, un hombre que se considera a si mismo, superfluo. Una infancia de lo más normal y una vida sin que le haya sucedido nada importante son la característica principal de los recuerdos de este hombre que, poco antes de morir, decide escribir un diario.
No parece revestir gran importancia lo que el autor puede relatarnos o, mejor dicho, lo que el protagonista nos explique de su propia vida. Sin embargo, hay que decir, que es precisamente la existencia de este protagonista lo que convierte en algo vital a la obra, ya que el concepto de hombre superfluo ha sido una constante que ha marcado la literatura rusa. El hombre aristócrata, o casi, educado, sin hechos particularmente decisivos, idealista, sensible, inteligente... pero, sobre todo, con un cierto toque nihlista. Lo veremos en Oblómov y en El Idiota y en tantas otras obras rusas y se caracterizará por observar cuanto le rodea consciente de que no va a poder hacer nada por cambiar algunas cosas. Bien, pues Turguénev, en este librito corto, le da voz. De hecho el propio autor dijo: "Hamlet probablemente llevaba un diario" y por qué no iba a ser el de su hombre, por poner un ejemplo.
Hechas las presentaciones del concepto, vayamos a este diario escrito por un hombre once días antes de su muerte y en el que, lejos de lamentarse, escribe para entretenerse narrando al lector el típico fracaso amoroso de la literatura rusa en el que lo vemos, sin pena ni gloria hay que darle la razón, asistir a los hechos de su propia vida. He de reconocer que me he reído cuando, debido a que ni siquiera abrió la boca, no fue capaz de detener una situación más que comprometida, aunque luego tampoco lo fue y que estaba relacionada con mantener la propia vida a salvo (léase un duelo). Y es que en realidad no podía evitar pensar ese clásico: conozco a gente así; que me ha perseguido a lo largo de sus poco más de cien páginas. En realidad, la pregunta que yo me hacía era por qué le interesaba al protagonista narrarme este episodio que ni siquiera termina bien, justo cuando se va a morir. Y no tardo en olvidarme de mi pregunta al sumergirme en la pluma del autor, en su realismo, incluso en su sorna y en una prosa que, sin necesidad de grandes adornos, me cuenta una historia de otra época en la que la única falta que encuentro es su brevedad. Su historia, de antihéroe por si os lo habíais preguntado, puede parecer patética pero, ¿qué es muchas veces la vida de un ser humano normal de esos como tu y como yo que no han hecho nada relevante y que han dejado escapar oportunidades o han llegado tarde a ellas?, ¿cómo nos veríamos ante la implacable pluma de un buen escritor? Pues yo os lo digo: como un personaje al que no le ha sucedido nada relevante pero cuya vida, cuya historia, tal vez sea capaz de sacar una sonrisa dentro del pesimismo y, por qué no, incluso sea un referente en la literatura pasados los años. Todo depende de quién cuente la historia y no solo de quién la viva o de los hechos que relate. Y esa es una de las magníficas características de la literatura rusa. Por eso vuelvo a ella una y otra vez.
Diario de un hombre superfluo es una novelita sencilla que hay que leer de forma atemporal para disfrutar de todo lo que el autor nos ofrece entre sus páginas.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.