Estamos ante una primera novela brillante. Y lo digo así, en la primera frase, para que quede bien claro. Hoy traigo a mi estantería virtual, Una constelación de fenómenos vitales.
Conocemos a Haava, de 8 años, seguramente huérfano, ya que se llevaron a su padre. No era la primera vez que su padre tenía un problema por ser sospechoso de simpatizar con los rebeldes, pero esta vez se lo llevaron amordazado y no va a volver. Lo que Haava tiene claro mientras observa todo escondido tras un árbol, es que volverán a por ella, porque el FSB siempre regresa. Y también conocemos a Akhmed, el vecino y amigo de su padre, que parece decidido a salvar la vida de la niña. Tiene claro que en un lugar en el que las opciones son vender armas o vender información no pueden quedarse, así que lleva a Haava a un hospital abandonado en una ciudad medio destruida. Allí se encuentran con Sonja, que parece ser la única habitante de la ciudad. La mujer no los recibe con agrado, pero las cosas cambiarán porque tal vez sean una esperanza para ella.
Una constelación de fenómenos vitales se desarrolla en cinco días repartidos a lo largo de diez años en los que el autor hace uso de flashbacks para completar huecos y componer una historia de historias que me ha parecido dura y magnífica. Los personajes que la cruzan son inolvidables y, aunque no evita las guerras que suceden en este periodo, el autor escribe una novela de personas comunes y no de grandes gestas. Y esto es algo que transforma un título en un drama cotidiano, que acerca al lector y lo empapa con lo que sucede de una cierta sensación de entrañable, como cualquier pequeña historia en la que principales y secundarios toman la voz. Marra además nos lleva a Chechenia, un lugar que personalmente asocio siempre a destrucción, guerra y situaciones terribles pero del que raramente he leído y nos da una primera frase demoledora que ya nos va dejando preparados para la dura historia que vamos a encontrarnos. En la aldea que nos describe hay nieve y casquillos, hay sangre y hay bombas en las calles que no han explotado, hay payasos que lloran y soldados que gritan y hay, gracias al autor, momentos de ligereza teñidos por un tenue sentido del humor que ayudan a no sentirse tan abrumado. Supongo que por eso Marra parece mirar al futuro en un momento determinado, para no caer en la locura que representa.
Una constelación de fenómenos vitales refleja lo mejor y lo peor del ser humano. Vemos la guerra, la sangre y las vísceras, vemos lo salvaje, el lado más inhumano... y también queda reflejada la compasión, la supervivencia y la sonrisa. En la novela al padre de Haava le faltaban seis dedos de una visita anterior de los guardias, pero en realidad no tardamos en darnos cuenta de que a todos les faltan cosas. No es extraño por lo tanto que la cirujana que encuentran en el hospital abandonado, se especialice en amputar. A fin de cuentas, todos han sufrido alguna amputación debida a las guerras, ya sean corpóreas o no. Y Marra lo relata cada vez con una claridad brutal que a veces se ve contrastada con una prosa casi lírica, como el momento en el que explica el título o en el que habla de la unicidad de los árboles de un bosque. Y es todo esto, el conjunto, la fuerza de las palabras, el valor de los personajes, su inventiva, su capacidad para seguir adelante, lo que han convertido a esta novela en una gran lectura. De esas que se realizan en enero y se siguen recordando en el mes de diciembre. Tal vez sea complicado explicar la vorágine de sentimientos, incluso la lectura hasta que uno se acostumbra al vaivén que la autora le imprime, pero desde luego, merece la pena el esfuerzo inicial.
Una constelación de fenómenos vitales es una novela magnífica. De esas que no se olvidan.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias.