miércoles, 28 de abril de 2021

Insomnio. Daniel Martín Serrano

 


     "Tomás lleva así casi dos años. Metiéndose en la cama, obligándose a cerrar los ojos, tratando de relajarse, de acompasar la respiración, de no pensar en nada. La mente en blanco, en blanco. Mirar de reojo el despertador de la mesilla, 9.23. Volver a cerrar los ojos escuchando los ruidos de la casa, los sonidos de la mañana, el tráfico, las bocinas, el teléfono que suena y que con urgencia es descolgado por Sara, que habla en voz baja: «Sí, está durmiendo, luego le digo que has llamado», relajándose, la respiración, el reloj, las 10.13; sentir, por fin, cómo le vence el sueño, y soñar algo que no recuerda o que prefiere haber olvidado al despertar, un tanto desorientado, con la vana esperanza de haber dormido por fin. El despertador, las 10.32, y saber que eso es todo lo que va a dormir".

     Lo compré por el título. Y quienes me conocen saben a qué me refiero. Ni siquiera miré la sinopsis hasta llegar a casa. Hoy traigo a mi estantería virtual, Insomnio.

     Conocemos a Tomás Abad, un expolicía señalado por la sociedad por haber permitido y ayudado a escapar a su hermano, implicado en un escabroso caso que incluía varios asesinatos. Desde que todo aquello pasó, hace casi dos años, no solo ha perdido su placa, su tranquilidad y a sus amigos y excompañeros de trabajo, también ha perdido el sueño. Ahora trabaja por las noches y finge dormir durante el día para que su mujer no se preocupe. Y lo sigue haciendo escondido de los ojos de una sociedad que aún le señala con el dedo por lo que sucedió. 

     Así es como Tomás acaba por trabajar de guarda nocturno en el cementerio de La Almudena. Y allí, día tras noche, va recordando el caso que le ha costado el sueño. Desde la primera chica decapitada a la última conversación con su hermano. Y también será el cementerio el lugar al que le llega el vídeo que da comienzo a todo. La novela trata del insomnio del protagonista y de cómo teme confundir la realidad con el sueño que se tiene despierto, ese estado de semivigilia agotadora en el que uno duda de lo que ve y también de lo que hace o dice en la realidad. Pero, sobre todo, trata de las chicas decapitadas y de todo lo que sucedió después. Lo que Tomás hizo y lo que no, lo que recuerda y la forma en que alguien no lo ha olvidado y decide que Tomás no pueda dejarlo de lado.
     Dicho así puede parecer más de lo que realmente es y es que la etiqueta de ambiente sobrenatural está un tanto inflada. Un cementerio como lugar de trabajo y dos bromas realmente no justifican dejar que el lector piense en el más allá porque si lo hace se va a ver profundamente decepcionado. Estamos pues ante un thriller que trata de un caso del pasado que vuelve al presente, nada original, en el que el autor mueve los hilos entre la familia y las ensoñaciones para otorgar a la novela su sello propio. Una novela que va de menos a más para luego volver a decaer en su parte final estropeando un tanto la sensación de lectura. Personalmente me gustan los finales que sean creíbles, de poco me sirve que el autor busque sorprenderme si no me termino de creer la forma elegida.

     Insomnio es una novela entretenida que llega a los mínimos justita. Le saco como mayor valor positivo lo visual de las escenas y el nombre del autor. Algo me dice que estamos empezando y apunta maneras, que decía mi abuela.

     Y vosotros, ¿compráis libros sin leer la sinopsis?

     Gracias.

lunes, 26 de abril de 2021

Ensayos. Michel de Montaigne

 


     Hoy nos ponemos serios para acercarnos a un ensayista de sobra conocido al que se le acusa con frecuencia de ser el creador del género. Hoy traigo a mi estantería virtual, Ensayos de Michel de Montaigne.

     Fue Zweig quien me llevó a Montaigne. Llegué como se llegan a estas cosas, por casualidad. En mi búsqueda de la obra del escritor austriaco finalmente me tropecé con el libro que se titula Montaigne en el que el autor, en su última etapa, habla del autor de los ensayos. Una obra sin terminar debido a la muerte de Zweig que me llevó a pensar qué tendría el ensayista para provocar un texto tan humano en un hombre que no tardaría en suicidarse y que en este librito en el que apenas traza una biografía se fija en la necesidad de la libertad individual interior mientras estaba viviendo su propia pesadilla. Y no es que no supiera de antemano quién era Montaigne, simplemente me tropecé con la obra adecuada que me dio el empujón definitivo.

     Estaréis pensando que aún no he hablado del libro pero es que muchas veces el libro va acompañado de forma indivisible por sus circunstancias y es en el caso de estos ensayos algo imposible de obviar. Cómo no decir que en ellos las citas a los filósofos clásicos constituyen casi su eje vertebral o que el propio autor en su torre de libros disfrutaba protegido por su biblioteca. Una torre cuyas vigas, y esto si que es imposible no contarlo, llevaban grabadas sus citas favoritas (tal era el gusto del autor por citarse sin saber que hoy sería él el citado). Una obra en la que trabajó toda su vida y que ha de ser leída, ahí me uno a la opinión popular, tal y como fue escrita, poco a poco. Apenas un par de páginas, tres, como si se tratara de una pequeña medicina que da tiempo a pensar antes de seguir avanzando. Una opinión dada mil veces por escritores hoy encumbrados que hablaban sin reparos del placer que les provocaban las píldoras de Montaigne. Sus temas, por otro lado, son universales. La soledad, la educación o la riqueza se cruzan con citas de Platón y Ovidio para dejar reflexiones tan útiles hoy como en el momento en el que fueron concebidas. Y eso, amigos lectores, es lo que lo convierte en un clásico. Trata casi cualquier tema que uno quiera o pueda imaginar, habla en su obra de la vida completa repasando supersticiones y política, y lo hace desde el punto de vista de quien busca un razonamiento más que desde quien conoce una respuesta. Esto ayuda a que su obra no se antoje un ladrillo, es más una invitación a compartir una reflexión en la que nos convence sin querer hacerlo.

     Montaigne se apoya directamente en las personas, en sus costumbres vidas y muertes para desarrollar lo que conocemos como sabiduría popular y lo hace cuajando su obra de citas sin que ello le discuta la intención. Critica la escuela como lugar rígido y ajeno a las calles y se apoya para ello en una suerte de relación de aprendizaje recíproco entre él y su libro a medida que lo va escribiendo colocándolo por encima de la sabiduría que se adquiere al leerlo. Naturaleza, costumbres, muerte, fortuna y sabiduría popular serán sus pilares en una crítica en la que tampoco deja de reconocer el mérito escolástico como una herramienta de refuerzo. Se ampara en la naturaleza humana y da valor a las costumbres como forma de aprendizaje y conocimiento en la misma medida en la que coloca a la fortuna en el importante lugar que ella misma se gana a lo largo de nuestras vidas. Y ahora, por no desarrollar cada punto, regreso a Zweig: la muerte. La muerte es para Montaigne un apartado importante en la medida en la que es importante que cada persona entienda que no es un mal en sí morir y se acerque por lo tanto dignamente a ese momento. Uno muere porque está vivo y el resto son meras circunstancias ya que el hombre, incluso en la muerte, no deja de ser uno mismo y no hace más que desprenderse del resto de cosas terrenales. Y aún así no invita a ella, la trata como consecuencia y él mismo se pone en duda cuando expresa que, llegado el momento, habrá que ver qué hace, si conformarse, si vivir el momento como lo concibe o si, en cambio, se deja llevar por la tentación de hacer todo lo contrario.

     Podría seguir hablando de Montaigne igual que uno podría leerlo de forma ininterrumpida. Es uno de esos libros imprescindibles que hay que afrontar con calma y sin temor a atragantarse.

     Lean, lean a Montaigne.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.


viernes, 23 de abril de 2021

Día del Libro

 


     Tanto desde este blog como desde el resto de las redes sociales asociadas a Mientrasleo (twitter, Facebook e Instagram) se realizan recomendaciones literarias durante todo el año. Por eso hoy que es el Día del Libro os pido que seáis vosotros los que dejéis vuestras recomendaciones. El libro que más o ha gustado, el que más habéis odiado (recordad que lo único que no se permite ante una lectura es la indiferencia), el que habéis escrito vosotros o vuestro vecino... Un libro y nada más. Y si queréis ver cualquiera de las otras redes, solo tenéis que pinchar en el nombre.

Gracias y ¡Feliz Día del Libro, amigos lectores!

lunes, 19 de abril de 2021

El afinador de pianos. Daniel Mason


 

     Hay títulos que atraen sin tener un motivo claro y que luego uno deja en la esquina del estante sin recordar muy bien. Eso me pasó con este libro. Hoy traigo a mi estantería virtual, El afinador de pianos.

     Conocemos a Edgar Drake, afinador de pianos y especialista en los Erard, Drake es llamado por Carroll, comandante médico del ejército colonial británico en Birmania, para afinar precisamente uno de esos pianos que es para el comandante una herramienta imprescindible para su trabajo con los habitantes locales de la zona. Y así es como Drake se embarca en un viaje que cambiará su vida y en el que descubrirá otra forma de relacionarse con su entorno y de entender cuanto le rodea.

     He tenido sentimientos encontrados con esta lectura. Por un lado es una novela que coge un tono chapado a la antigua con el que busca cimentar una ambientación que es la piedra angular del libro. no solo la basada en las descripciones sociales, geopolíticas, humanas o musicales, también las que se apoyan en el propio mimbre del libro. Resulta además curioso y un tanto romántico el concepto de música que tienen los personajes, y es que tienen en una estima tan alta su importancia, que no dudan en considerarla una herramienta vital para la vida. Ya sea la forma en que Katherine (la mujer del afinador) y Drake se conocen o el modo en el que influye para las tribus birmanas, el autor se recrea tanto en ella como en la variedad y calidad del piano en el oficio de afinador. Drake por su parte es presentado como un hombre que simplemente tiene una profesión que realiza con habilidad y es lógica su sorpresa ante casi todo lo que se le pone delante. Incluso el autor se refiere a él en alguna ocasión como un simple afinador, que fijaos, acaba en Birmania, en la selva, que ve un tigre y tribus y plantas y, por supuesto, también un piano. Muestra esa visión del colonialismo como algo enriquecedor, la llegada de la civilización y la cultura para las gentes, que en aquel momento se potenciaba y que ahora no se comparte y otorga un tono casi pasado de moda a la novela al representarlo consiguiendo de este modo despegar la parte real de la representada en la que llegan a ser ficción hasta los nombres de algunas plantas. Y todo esto, está muy bien.

     En el otro lado tenemos las mismas descripciones que se hacen largas, el viaje casi eterno y cuya función en la novela uno no entiende hasta el final de la misma, que me resultó en cierta medida una sorpresa. Las expresiones y el tono, los clichés, considero que no le hacen un favor a la historia y, si bien entiendo que de haber colocado un lenguaje de altura se hubiera hecho interminable ese mirar un país nuevo describiendo al lector cada parte, si que un punto intermedio me hubiera hecho de digestivo adecuado en más de una página cuyos diálogos me han resultado forzados. He echado de menos un Carroll impactante y quizás incluso menos humano de lo que Drake lo ve, supongo que llevada por el toque romántico de un afinador de pianos e impulsada por el hecho de que no llega a él hasta la segunda parte, mi cabeza había construido un personaje diferente, mucho más carismático.

     El resumen de El afinador de pianos sería que, si bien he disfrutado de la novela, necesito de la distancia para realizar una relectura a la que llegue sabiendo incluso el final. Y es que creo que de ese modo disfrutaré mucho más del camino.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

miércoles, 14 de abril de 2021

Corazón que ríe, corazón que llora. Maryse Condé

 


     "Si alguien les hubiera preguntado a mis padres qué opinión les merecía la Segunda Guerra Mundial, habrían respondido, sin dudarlo, que se trataba del periodo más sombrío que jamás hubieran conocido. No porque Francia se dividiera en dos, por los campos de Drancy o de Auschwitz, por el exterminio de seis millones de judíos, ni por todos esos crímenes contra la humanidad que aún siguen impunes, sino porque, durante siete interminables años, se les había privado de aquello que más les importaba: sus viajes a Francia".

     Dos semanas sin publicar dan para leer mucho, releer mucho y todas esas cosas que uno puede hacer sin salir demasiado de casa, así que los pendientes han quedado diezmados y los voy colocando en mi estantería virtual. Hoy traigo, Corazón que ríe, corazón que llora.

     Maryse nos habla de ella misma a través de recuerdos. De este modo vemos a la niña que nace en octavo lugar, su infancia, su familia y París. El cambio entre mundos y la importancia de la identidad como factor que se mueve  entre ambos así como el clasismo de sociedades aparentemente mestizas.

     En el libro, escrito con la sabiduría del adulto que echa la vista atrás al niño que fue, Maryse no le da voz a la niña, lo cuenta ella. Esto es importante porque es la manera que tiene de dejar claros sus sentimientos respecto a lo vivido, y también hacia la forma en que ella lo vivía. Por eso el lector nota un tono que a veces es casi jocoso para relatar momentos. Es algo que me agrada sobremanera ya que los niños rara vez se expresan o piensan como tales en libros que son escritos por adultos que creen que saben lo que piensa un niño. Maryse lo evita y es su voz la que nos presenta sus recuerdos como si fuera mi madre contando tal o cual anécdota, llevándonos así de su infancia al momento en el que una niña abre los ojos al mundo adulto. Maryse nos abre la puerta en su novela a las colonias de los años 50 a la vez que nos deja retazos de vida que nos resultan familiares por escuchadas, porque en el fondo, hay momentos de la infancia que los vivimos todos sin importar demasiado el lugar o el momento. Ella nace en Guadalupe en un buen escalón social, y ve a sus padres que se empeñan en diferenciarse como si sus raíces fueran algo perjudicial. Tras eso vive el lado contrario de la historia cuando, al estar en París, ellos son los tratados como si fueran menos. Llega Maryse adolescente, rebelde y con un interés en conocer su propio mundo (que no lo forma solo el interior si no también sus raíces y tradiciones), aparece la conciencia personal del color de piel junto con la de su idioma y sus costumbres y también se abren los ojos a un mundo en el que estamos todos juntos pero...

     Ahora os podría hablar de sus padres, de sus hermanos (Sandrino, que cayó rendido a ese bebé enclenque que fue Maryse), de la cultura escondida y de la descubierta, del carnaval... os podría hablar de todos los retazos que ha dejado en un libro que se antoja cercano y contar su viaje para estudiar de Liceo a Liceo o citar la Sorbona y, por supuesto, podría contaros el final del libro sabiendo que realmente no es el final porque Maryse decide detenerse en un momento en el que estaba abriéndose al fin. Pero, y reconozco el juego de dicho y no dicho, es mejor leerlo y dejarse llevar por una voz que suena, ante todo, sincera y que cuenta una vida línea a línea desde el momento en que nace hasta que comienza a ser la persona en la que se ha convertido. Un poco el por qué si queréis decirlo.

     Corazón que ríe, corazón que llora es una novela de recuerdos. Luego está en la mirada del lector, en el momento y el lugar el saber hasta que punto disfruta de este tipo de novelas. En mi caso no demasiado aunque no dejo de verle los méritos, pero se me ha quedado corta como para decirle novela al libro.

     Y vosotros, ¿os gustan las biografías?

     Gracias.

lunes, 12 de abril de 2021

El paseo. Robert Walser

 


     "Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir con buen paso a la calle".

     Tenía bastantes ganas de leer este librito alabado por muchos de un autor que, si bien no es demasiado conocido para la gran parte del público lector en nuestro país, si que es venerado por casi todo aquel que lo va descubriendo. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El Paseo.

     Se dice que Robert Walser no era amigo de montar en coche y que se daba largos paseos por la ciudad en busca de su próxima historia tal vez al doblar la esquina. Y así, esquina tras esquina, pasaba horas deambulando en una larga observación de todo aquello que pasaba ante sus ojos. Y El paseo no es otra cosa que 88 páginas de un paseo del autor. Por supuesto que no ha sido el único que nos ha hablado en un libro de uno de sus días, ni siquiera el único que nos habla de sus paseos (todos recordamos a Antonio Muñoz Molina, por citar un ejemplo patrio, hablar en Un andar solitario entre la gente, de señales carteles y viandantes), pero Walser fue el primero, al menos que yo sepa, en morir dando un paseo.

     Pasea Walser en primera persona para relatarnos aquello que ve. Con ironía, a veces sarcástica, va describiendo y opinando sobre quienes posa la mirada sin dudar dar su toque personal al juicio inmediato que deja caer delante de los ojos del lector. De este modo vemos a niños jugar, una panadería o una joven que se asoma al balcón. Nos encontramos con una magnífica carta que es, por supuesto, echada al correo, sabremos del sastre y de las calles y también de que la sencillez muchas veces aparece disfrazada porque el estilo del autor es lo que convierte a este libro en joya. El narrador, tan poeta como el autor puesto que es él, nos escribe con un tono que ralla en el entusiasmo que hace que uno lea el libro con una sonrisa cuando vemos como enseña los dientes. Por lo que vemos es un optimista acérrimo que pasea poco antes de la Gran Guerra por una ciudad ajena y que ha decidido disfrutar de las pequeñas cosas. 

     Hay que explicar, por pura necesidad, que el estilo del libro, la floritura, la estética y lo cuidado, van a dejarle claro al lector que no está ante un simple diario en el que se relata al azar uno de los paseos dados por Walser. En apenas un párrafo uno tiene claro que está ante un ejercicio de creación que va, poco a poco, absorbiendo al lector que termina por sentirse paseante y disfrutando de las vistas y palabras de esta pequeña joya.

     El paseo es un libro diferente que merece la pena ser descubierto. Una de esas obras que parecen no contar nada pero que se disfrutan hasta la última letra.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.